E l 29 de diciembre de 1990, tres pescadores fueron asesinados y decapitados en la margen del río Guacimal, en Puntarenas, por Edwin Aguirre Varela, un lugareño quien para ese entonces tenía 21 años y vivía muy cerca del cauce.
Las víctimas fueron José Antonio Navarro Zúñiga, José Ángel Sequeira Cortés y Juan Hernández Castillo.
El homicida fue sentenciado a 55 años de prisión el 29 de noviembre de 1991, readecuados a 25 años, que era la sentencia máxima en prisión (en 1998, ese límite se amplió a 50 años).
Según los detalles expuestos en el juicio, Aguirre les reclamó por utilizar una sustancia para envenenar el río Guacimal, una cuestionable técnica para pescar camarones.
Aguirre Varela estuvo en la cárcel 12 años, hasta que salió en régimen de libertad condicional. En aquel momento, los familiares de las víctimas se opusieron a la liberación, alegando que se trataba de un crimen muy violento. Aguirre afirmó que estaba arrepentido.
Lea también: Especial de crímenes y casos judiciales: Masacre en Liberia.
Dos veces le rechazaron la libertad condicional. Un Tribunal de Puntarenas determinó en octubre de 2001: “Tan sano se encontraba Aguirre Varela al momento de los hechos como se encuentra al día de hoy, sin que se trate de un aspecto que nos permita razonablemente estimar que aún hoy no sea capaz de volver a tener una reacción de furia e inusitada violencia como la que propició el homicidio de tres personas”.
Finalmente obtuvo el beneficio y no se volvió a saber de él. Hasta febrero del 2014, cuando el periodista Gustavo Jiménez, viajó a Miramar para tratar de entrevistar a Aguirre para La Nación .
Jiménez narró que en su vivienda, ubicada cerca del sitio donde ocurrieron los hechos de 1990, una señora informó de que estaba trabajando en un acueducto rural.
A media tarde, Edwin llegó en motocicleta, calzando botas y con la ropa achocolatada por el contacto con el barro, contó Jiménez.
“Habló unos minutos con los otros obreros, que discretamente le advirtieron de la presencia de los dos extraños.
“Con total amabilidad, se acercó y saludó extendiendo una mano ancha y rugosa. Ahora tiene 45 años; es un hombre robusto y la piel muestra el pigmento natural de quien está muchas horas bajo el sol.
“Estaba muy reacio a hablar. Amablemente, explicó que no quería revivir el dolor de los familiares de las víctimas. Pidió que no se le hicieran fotografías ni que se revelaran detalles sobre dónde encontrarlo”.
Finalmente, Aguirre pidió tiempo para pensarlo pero siempre declinó hablar del triple homicidio.
Quien suscribe esta nota también tuvo la oportunidad de entrevistar a Aguirre Varela en La Reforma, dos años antes de que recibiera el beneficio de la excarcelación.
Lea también: Especial de crímenes y casos judiciales: Secuestro de la Corte Suprema de Justicia.
Durante la extensa conversación, Aguirre Varela se condujo con modales y vocabulario de una persona serena y educada.
No quiso referirse a los hechos tan dolorosos que ocurrieron aquel fin de año de 1990, en todo momento ponderó que lo peor que podía hacerles a las familias de los fallecidos, era tocar un tema tan duro para todos.
Para entonces, estaba casado, era padre de familia y estaba estudiando.
Estaba recluido en los ámbitos de contención mínima y, incluso, varios oficiales manifestaron que jamás entenderían qué le había ocurrido a Aguirre Varela para cometer semejante locura.
“Es un gran ser humano. A ese muchacho le dan la libertad, y yo soy capaz de darle albergue en mi casa, con mi familia. Nadie se explica qué le pasó por la cabeza para que hiciera esa locura. Aguirre Varela es un preso modelo, como ninguno”, declararó uno de los policías en aquel momento.