Yeimmy Jéssica Durán Guerra es un nombre que, para bien o para mal, es reconocido en Calle Fallas, Desamparados.
Cuando era niña, andaba despeinada, con la ropa sucia y a veces descalza por las calles, recordaron vecinos.
Muchas veces tocó a la puerta de amigos para que le dieran algo de comida porque en todo el día no había probado bocado.
Dejó de asistir a la escuela y comenzó a consumir drogas. En un expediente judicial del 2004, donde figuraba como imputada, ella admitió que era adicta a la marihuana y al crack . También dijo que ofrecía sus servicios sexuales a cambio de dinero.
La Nación visitó diferentes lugares y revisó documentos para reconstruir la vida de Durán, quien fue asesinada a los 38 años, junto a su familia, el 14 de febrero, en su casa en Matapalo de Santa Cruz, Guanacaste.
Las víctimas fueron ella, su esposo (Dirk Beauchamp), de nacionalidad estadounidense, y tres de sus hijos de 12, 8 y 6 años. Fueron hallados 48 horas después de la matanza.
El principal sospechoso de la masacre es el amante de Durán, el nicaragüense Adrián Salmerón Silva, quien fue detenido el 19 de febrero en su país natal.
Se intentó conversar con la familia de la víctima, pero no atendieron la visita de La Nación a su vivienda, ni respondieron a múltiples llamadas a sus celulares.
Drogas y sexo. Un día de 1990, Jéssica estaba sentada frente a la barra de un bar de Calle Fallas. Apenas tenía 13 años. Ese día, usaba una minifalda y una blusa ajustada. En una mano sostenía una cerveza; en la otra, un puro de marihuana.
Esa fue la primera vez que María, una vecina que, para este artículo, pidió que se protegiera su identidad, vio a la menor. “Yo le presté atención porque era una chiquilla bien bonita. Llamaba mucho la atención, porque era rubia y muy simpática”, comentó la mujer.
Otro día y en otro bar, volvieron a coincidir. Se encontraron tantas veces en distintas cantinas que terminaron por ser muy buenas amigas. “Ella me contaba muchas cosas que le ocurrían. Se sentía muy sola”, dijo.
Esa soledad y la ansiedad por consumir droga la llevaron, desde muy joven, a ofrecer sus servicios sexuales, afirmó María. “Era conocido que la chiquilla linda era trabajadora del sexo. Ahí comenzó a agarrar fama en este barrio; una fama muy mala, lastimosamente”.
Por cuestiones de la vida, ellas se alejaron por un tiempo y Jéssica se convirtió en madre por primera vez a los 20 años. En total, tuvo siete hijos de cuatro papás diferentes.
De la relación de Jéssica con el papá de su primera hija, la que ahora tiene 19 años, no se se sabe casi nada. Los vecinos solo contaron que la abuela paterna se hizo cargo de la niña.
Nuevo abandono. La vida continuó para Jéssica y, en 1998, un año después de haber dado a luz, se cruzó con quien sería su nuevo compañero sentimental: Christian Portocarrero Freiman, conocido como Toro y quien está preso por tentativa de homicidio.
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En un baile, en un bar, Portocarrero la vio y “se enamoró”. “Desde que la vi, me impactó. Mi chiquita era una belleza. Era fiesterita, pero era una gran persona”, recordó el hombre en una entrevista que dio a La Nación desde la cárcel La Reforma, en Alajuela.
Entre ellos, todo marchaba bien, pero conforme probaban otras drogas, empezaron a discutir “por todo”. “Cuando la conocí, yo era muy tímido, pero ella ya fumaba marihuana y tomaba, sobre todo vino y cerveza, y le seguí el ritmo”. Llegaron a fumar bazuco, dijo. En medio de aquella convivencia, en el 2001, les llegó una noticia inesperada: iban a ser papás de un niño. Se fueron a vivir juntos. “Pero nunca tuvimos una casa fija”, añadió él.
Siete meses después, Toro cayó preso y el hijo de ambos también quedó bajo el cuido de la abuela paterna.
Jéssica visitaba a Toro en prisión y allí procrearon a otra hija: Alison, quien fue una de las asesinadas en Matapalo. La niña, sin embargo, aparece registrada con el apellido de la última pareja de la mujer, que es Beauchamp.
El encierro de su pareja volvió a dejar a Jéssica en el abandono: no sabía adónde ir ni qué hacer.
Con sus pertenencias en una bolsa y Alison en brazos, la mujer deambulaba por Calle Fallas, hasta que, según contó la vecina María, un día del 2003 se reencontraron y ella le ofreció techo.
“Ella venía a verme (a prisión), pero no es lo mismo. Yo no sé qué es lo que ella hacía de los portones de la cárcel para afuera. Nos hablábamos y todo, pero es diferente”, contó Toro.
Juicio. Según María, cuando recogió a Jéssica, se percató de que Alison estaba enferma y la llevó a la clínica, donde le dieron tratamientos para curarle la sarna.
Jéssica vivió en esa vivienda dos años y, según la vecina, en ese lapso, la joven “se dedicó a la prostitución y ganaba mucha plata. A mí me pagaba ¢7.000 al día por cuidarle a la chiquita”.
Hace una semana, tras la masacre, Gabriel Durán, hermano de la fallecida, dijo que ella brindaba sus servicios sexuales en el hotel Del Rey, en San José. María y otros vecinos, quienes también pidieron la reserva de su identidad, confirmaron tal información. El dinero le alcanzaba no solo para pagar el cuido de Alison, sino también para obtener drogas. Según vecinos de Calle Fallas, la mujer se sentaba todos los días en un planché del barrio a fumar crack con amigos.
De hecho, en noviembre del 2004, los lugareños alertaron a la Policía sobre una “posible venta de drogas”, por lo que tanto Jéssica como María fueron detenidas.
María dijo a La Nación que ambas fueron absueltas. Empero, en el expediente 04-021462-0042PE, se dice que Jéssica recibió la absutoria, mientras que la otra mujer fue condenada a ocho años de prisión.
Después del lío judicial, las mujeres se enemistaron y Jéssica dejó de frecuentar ese barrio porque su familia se había mudado a Tirrases de Curridabat.
Para entonces, la mujer ya no visitaba a Toro en prisión, porque así se lo pidió él.
Estabilidad momentánea. El estadounidense Beauchamp apareció en la vida de Jéssica poco tiempo después de que comenzara ese juicio.
Beauchamp registra varias entradas y salidas del país desde el 2006. Su último ingreso fue el 25 de enero del 2013. Se conocieron en el hotel Del Rey y, cuando ella se marchó de la casa de María, él le empezó a alquilar un apartamento en la urbanización Los Porozales, en Calle Fallas.
Otro vecino, de nombre José, aseguró que vivieron poco tiempo en esa casa, ya que los dueños les pidieron irse. “Se dice que dejaban a Alison mucho tiempo sola y encerrada”, dijo.
El Patronato Nacional de la Infancia (PANI) comunicó que nunca recibió denuncias por esto.
La pareja se mudó a Matapalo, en Santa Cruz de Guanacaste. Allí se convirtieron en padres de Jack (8 años), Chantal (6) y otra niña (hoy de 4 años). Los dos mayores también fueron asesinados por el amante de Durán.
La familia iba de vez en cuando a San José para saludar a la madre de Jéssica. Pero, desde hace un año, las visitas cesaron. Según una vecina de Tirrases, Reina Díaz, madre e hija se distanciaron porque Jéssica tenía un amante y no oía consejos.
Su madre, Ana Guerra, afirmó días atrás que su hija tenía esa relación extramarital.
Álvaro Díaz, otro lugareño, contó que la familia llegaba cada tres meses. “No se mezclaban con nosotros. Pero sí se veía al papá muy cariñoso, abrazaba mucho a los chiquitos”, recordó.
Otra vecina que los conoció es Lidieth Chaves. “Hace como año y medio, Jéssica se me acercó y me contó que se había hecho una operación para aumentarse los senos. La vacilé ”, relató.
Por ese tiempo, la madre de Toro le pidió pensión alimentaria a Jéssica y, como ella no pagó, en el 2015 estuvo en la cárcel El Buen Pastor, en Desamparados.
En esa época, el PANI visitó la a la familia en Matapalo, pero, según indicó la entidad, el padre aseguró que todo estaba bien, pero los vecinos decían que él y sus hijos no tenían ni qué comer.
Al salir de la cárcel, Jéssica volvió a su casa embarazada y con su supuesto amante, principal sospechoso de la masacre de esta familia. La bebé que tuvo, hoy de seis meses, sobrevivió.
Algunos sostienen que Jéssica es culpable de su propia desgracia. Para quienes la conocieron de cerca, es solo una víctima de la violencia que la rodeó hasta su muerte.