Bolívar Madrigal aprendió a escribir y leer a sus 60 años. Lo hizo en el centro penitenciario La Reforma, en donde descuenta una pena de 20 años por un delito sexual.
Lleva 14 años de estar detenido. Ayer, al mediodía, recibió el título que acredita la culminación del curso de alfabetización, del cual se graduaron, además, 156 reos en todo el país (29 son de La Reforma).
Su logro fue aplaudido por un grupo de profesoras, quienes no pudieron contenerse cuando le entregaron el certificado, en un acto formal en el gimnasio, pues lo consideran uno de los mejores alumnos, por ser cortés y servicial.
De hecho, Bolívar es uno de los conserjes de confianza del área administrativa del centro, labor que le permite sumar horas para restar días a su pena.
“Los profesores son mi familia; ellos me quieren mucho por mi comportamiento. Yo me he dado a respetar y siempre los respeto a ellos, en todo sentido; soy servicial para ellos y donde voy, siempre tengo la mano amiga de ellos. Voy a seguir estudiando para llegar a la meta, que nunca tuve, pero ahora Dios me la ha puesto en mis manos”, afirmó.
A pesar de que está lejos de su familia y su esposa se encuentra muy enferma, Bolívar no pierde la fe de que continuará estudiando con la motivación que recibe de los funcionarios.
Dificultades. En todo el país se graduaron, este mes, 624 reclusos, en diversas modalidades: 157 de alfabetización, 210 de primaria, 74 de tercer ciclo, 43 de bachillerato por madurez, un universitario y 139 de los planes modulares de educación para adultos. Solo en la cárcel La Reforma, este martes, 64 reos obtuvieron sus certificados.
Sin embargo, las dificultades son muchas, según cuentan los presidiarios. En primer lugar, conseguir matrícula en un centro sobrepoblado no es fácil cuando son muchos los que quieren estudiar, pero el personal de seguridad y los docentes no dan abasto con esa demanda.
Por otro lado, narran que reciben ofensas de parte de otros convictos quienes no estudian y se burlan de los que sí dedican tiempo para ir a clases y repasar la materia desde sus celdas. Concentrarse días antes de los exámenes, es una labor titánica.
Así lo afirma Luis Alonso Douglas, un reo de 50 años, quien descuenta una pena de 27 años por homicidio.
“Muchos venimos por delitos y no por vicios, pero con los compañeros es imposible. Nos tratan con todo tipo de ofensas por querer superarnos, nos maltratan dentro y los policías no nos dejan salir. Aquí, la rivalidad y la codicia es grandísima. Algunos se sienten orgullosos de que nos graduemos, pero a los que no les dan oportunidad, se desquitan con nosotros” , expuso. A él, su hijo lo fue a felicitar.
Douglas explica que el estudio le ha permitido defender sus derechos y los de los demás.
Este hondureño, quien va tres veces por semana a clases, añadió: “Para mí es un cambio radical porque es un arrepentimiento, una forma de entrega y tolerancia respecto al derecho ajeno.
”Por medio del estudio, cambia nuestra mentalidad, tenemos ideas positivas y buenas para ayudar a nuestras familias con nuestro trabajo. El estudio nos va a ayudar a abrir puertas”.
Decisión. En el ámbito de Máxima Seguridad (ámbito F), Maximiliano Marchena decidió apagar el televisor y el radio para meterse en los libros. Lleva 21 años de estar preso y le restan 10.
“Ha sido una lucha constante. El año pasado empecé y no estudié mucho porque estaba en un pabellón donde había mucha gente. No tenía la concentración que se requería en eso.
”Me mandaron para acá unos días, me puse a estudiar unos meses y saqué el título. Esta etapa es muy fuerte y desearía estar en otra, pero el tiempo sobra bastante. No sé si es muy tarde, pero me gustaría ir a la universidad”, relató Marchena.
Su esposa, quien prefirió no ser identificada, llegó a la graduación y, con un fuerte abrazo, lo felicitó por el logro.