Paso Canoas. En medio de un caos y una fuerte presión, el Gobierno acordó dar visa humanitaria a unos 1.500 cubanos apostados en este puesto fronterizo, detenidos por días en este lugar a falta de papeles migratorios.
La decisión fue comunicada a las 7:02 p. m., de este viernes, por la oficina de prensa del Viceministerio de Gobernación, luego de que la protesta de los cubanos se hiciera patente con el freno al tránsito vehicular en la Interamericana Sur, a unos 500 metros del puesto aduanero en la frontera con Panamá.
Para llegar a este punto, las autoridades atravesaron etapas de negación frente al cierre de la carretera, siendo que en San José se rechazaba todo lo que sucedía en este sitio del territorio nacional.
Antes de la decisión, tomada por el Consejo Nacional de Migración, la tensión llegó a puntos críticos, con centenares de cubanos tirados en las calles exigiendo una respuesta del Gobierno costarricense.
Ellos venían procedentes de Panamá, en donde se les había dado paso libre bajo la misma figura de visa humanitaria. Antes de esa escala, habían pasado un viaje lleno de coyotes, traficantes y engaños, todo en función de escapar de Cuba, donde aseguran que no pueden volver porque serían procesados.
Con el permiso de paso a punto de estar sellado en sus pasaportes, a partir de las 6 a.m. de hoy sábado, los cubanos dejaron anoche el paso libre, sus caras se relajaron, su idea de cumplir un sueño volvió a adueñarse de ellos. Pero antes, tuvieron que enfrentarse, no a coyotes ticos, ni a asaltantes ni a narcotraficantes. Se enfrentaron a la burocracia costarricense.
A eso del mediodía de ayer, el motor de la patrulla 2371 de la Fuerza Pública estaba en marcha, pero no avanzaba. Un centenar de cubanos tirados sobre el asfalto hirviente miraban retadores a los oficiales de gorra azul, quienes sudaban dentro del vehículo.
A unos pasos de allí, una docena de antimotines recibía la sombra de un par de almendros. Los otros, quienes llegaban a unos 1.500, esperaban en los alrededores atentos y desesperados, con niños cansados y llorosos, golpeados por el calor del pacífico sur. En protesta por la falta de respuestas de la Dirección General de Migración, habían cerrado el paso de la Interamericana Sur.
“No pasamos nosotros, no pasan ustedes”, gritaban desde el tumulto los inmigrantes. Decían que solo querían seguir su camino hacia EE. UU., que es, según la doctora Lucía Ramos, “el único país donde los cubanos valen”.
En San José, las autoridades encargadas de seguridad y migración negaron el bloqueo.
Cinco horas más tarde, en conferencia de prensa, el ministro de Seguridad, Gustavo Mata, rechazó que existieran disturbios o bloqueos en la frontera sur.
“Lo que en la mañana se dio fue que cinco o cuatro personas llegaron a las oficinas de Migración, pero no hubo disturbio como tal. Ahí están las autoridades, pero no hubo nada”, manifestó.
Largo viaje. Los migrantes dicen escapar del régimen cubano y Costa Rica es un punto de paso obligado en medio de su travesía, que inició semanas atrás al llegar a Ecuador, el país más cercano a los Estados Unidos, que los recibe para que sigan con su camino.
El ingeniero Pavel Agüero, descansa tirado sobre cartones. Una semana atrás, se escondía en lo profundo de una lancha buscando bordear por agua el tapón de Darién, sin que los narcotraficantes lo vieran cruzar en el paso entre Colombia y Panamá.
“Solo queremos que nos dejen pasar”, dice, y su petición se repite en las voces de decenas de hombres, mujeres y niños que insisten en que se les había dicho que en Costa Rica se les daba un salvoconducto para seguir.
Katerina Prota Guada, de 7 años, peina su barbie , indiferente al calor y a los enojos de sus compatriotas que peinan la calle desierta de carros, poblada de migrantes que se quejan del silencio de las autoridades nacionales.
La fila de camiones a los lados de la carretera aumenta. La vía sigue bloqueada. Los oficiales de tránsito optan por desviar los carros hacia calles paralelas de lastre, donde los ticos y extranjeros no cubanos pueden conectarse con el puesto fronterizo.
El calor es un abrazo húmedo y asfixiante que enoja más a los que esperan, tanto policías como migrantes, a ver qué pasa, pero no pasa nada. Los cubanos apostados en la calle niegan el paso a los carros, sea cual sea, menos ambulancias y bicicletas.
“Si no pasamos nosotros, no pasa nadie”, repiten.
Guido Hernández, un vecino del poblado de San Jorge, trata de pasar el cerco de cubanos en su pick -up blanco cargado de plátanos verdes. Lo acompaña su esposa, Betania Camacho. La mujer saca la cabeza del carro y les pide paso. Los cubanos se lo niegan de nuevo. La barrera se hace más espesa. Los antimotines miraban y callaban. Betania Camacho entró en cólera, se bajó del vehículo y encaró a la Policía.
“Aquí no podemos hacer una huelga porque nos tiran los antimotines, pero a ellos sí los dejan”, gritaba la mujer, colérica.
Los policías la miraban en silencio. La mujer se dio la vuelta y, molesta, se subió al auto para perderse sacando la mano en un gesto obsceno que resumía su enojo.
La presión siguió. El Gobierno envió una delegación aquí, a Paso Canoas, justo cuando ya la paciencia de los extranjeros se rebalsaba. Después de tres horas de silencios y presencia policial, un grupo de negociación de inmigrantes salió con la noticia de que en San José habían aprobado la visa humanitaria.
En la calle se dejó oír un grito de júbilo. No era un gol de Costa Rica que estaba a punto de jugar su partido contra Haití, era un gol de los cubanos, que ganaban el pase en su camino hacia EE. UU.