El domingo 9 de marzo de 1969, la tinta de la página quince de La Nación se impregnó en el papel para hablar sobre el futuro.
No de ese futuro impalpable y moldeado en la imaginación con el que se describe lo que aún se desconoce, sino de ese primer aparato –bien palpable y concreto– que llegó para a cambiar esquemas.
Se trataba de un dispositivo que revolucionaría nuestra interacción con el mundo desde todos los frentes.
Clara Zoomer, primera mujer en graduarse de la Universidad de Costa Rica (UCR) como ingeniera civil y primera mujer en dar clases en la Facultad de Ingeniería tituló aquel texto con una sola palabra. No necesitaba más: Matilde.
“En setiembre del año pasado apareció en las pizarras de la Escuela de Ingeniería un cartel singular: ‘Ni tan frívola’ –y aquí el retrato de una mujer evidentemente frívola– ‘ni tan temperamental’ –aquí el retrato de Brigitte Bardot (actriz y modelo francesa)–, ‘pero ya viene’; y al final el prodigio tan esperado, el computador que muchos bautizaron Matilde”, relató.
Para el momento en que fueron escritas esas palabras, no existían aún carreras de informática o computación. Tampoco laptops y muchísimo menos, Internet.
La oleada de anuncios publicitarios con computadoras de escritorio o portátiles a la venta que abarrotaría el follaje de este diario llegaría muchos años más tarde.
Entonces, lo único que se sabía es que Costa Rica había adquirido en setiembre del 68 la primera computadora de Centroamérica: una IBM-1620 de segunda mano , que estaría en la UCR.
¡Ganga!
Gracias a un descuento de un 60% por parte de la empresa, Matilde costó $70.000 libre de impuestos. Pesaba tres toneladas y ocupó el tamaño de un aula completa.
“Para un distinguido columnista, Matilde es ‘La bestia de la ingeniería’”, continuó Zommer. “Yo prefiero el bautismo de los muchachos, quienes enfrentándose a la alternativa de someter el computador a su dominio, decidieron ponerle nombre de mujer. Con este acto (el bautismo) el computador se convirtió en algo cercano –madre, hermana o novia– con lo cual es posible trabajar en términos humanos y no mágicos”.
Los ‘muchachos’ eran los alumnos de ingeniería que en el segundo semestre de 1969 llevaron el primer curso FORTRAN, programa que utilizaba la computadora y asignatura precursora de la Escuela de Computación e Informática.
Fueron ellos los que por votación eligieron el nombre de la ahora reliquia de la informática.
“Afortunadamente para Costa Rica, dos hombres visionarios, Walter Sagot, decano de la Facultad de Ingeniería, y Rodrigo Orozco, director de la Escuela de Ingeniería Eléctrica, pensaron que nuestro país no podía quedarse al margen de la revolución tecnológica que estaba ocurriendo”, escribió Zoomer nuevamente hace cinco años en una publicación de La Nación , recordando el texto publicado en aquella página quince. “Pronto los académicos y la administración universitaria empezaron a hacer uso de la computadora, así como ingenieros de las instituciones públicas y privadas”.
La primera computadora para aplicaciones científicas es hoy una pieza de museo totalmente obsoleta que se exhibe en el vestíbulo de la Biblioteca Carlos Monge Alfaro de la UCR.
Pero el que hoy, casi cincuenta años después de su ingreso al país, sea una pieza arcaica de la tecnología no hace menos colosal el hito que marcó en su momento.
“A la distancia, lo que se pudo lograr en aquella época con solo los 64 K de memoria de la computadora Matilde parece una tarea ingente e inmarcesible”, recuerda.
Su homenaje a los logros de Matilde no era para menos: tenía un millón de veces menos de memoria que el celular que muchos tenemos a manos en este momento y, sin embargo, su poder era apantallante.
Una edición especial de este diario para el cambio de siglo le hizo merecida conmemoración, una vez más, al histórico aparato. “Era de la segunda generación de computadoras. Lo que lograba fundamentalmente consistía en realizar operaciones matemáticas a una velocidad inusual”, escribió el autor. “Asimismo, tomaba decisiones lógicas y como gran virtud daba los resultados en forma impresa por medio de números o letras. Gracias al programa que almacenaba la memoria se eliminaba la posibilidad de error y la intervención humana: esa era la gran innovación”.
Y añadió: “La investigación y la enseñanza conformaban los principales propósitos de la máquina. Funcionó para fines múltiples como el trabajo administrativo de la universidad, la elaboración de tesis de grado y otros”.
Gran despedida
En el 74, llegó Clotilde, una nueva computadora más avanzada y más rápida que Matilde: una IBM 360.40 que costó $1 millón.
Cerca del inicio de los años 80, tanto Matilde como su hermana Clotilde empezaron a ser insuficientes y lentas para toda la información que se debía procesar.
“Su tecnología estaba descontinuada y se hacía inminente la necesidad de adquirir nuevo equipo de cómputo”, cuenta aquella publicación.
“Matilde dejó de funcionar al comienzo de los 80. La relevancia que causó en el país es clave para lo que vivimos hoy. Incluso, cuando ‘pensionaron’ a la ‘viejita’, los estudiantes la montaron en un auto y junto a ella con pancartas de ‘¡Adiós Matilde!’, desfilaron llenos de algarabía y nostalgia por todo el campus”.