Las tres mujeres indígenas del pueblo ngöbe que partieron en un avión a India para aprender sobre celdas fotovoltaicas, no son las mismas de hace seis meses. Un verbo más fluido y un rostro risueño dan cuenta de la experiencia vivida.
Ovidia Caballero, Martina Caballero y Lucía Montezuma se fueron en marzo, viajaron más de 22 horas para instalarse en Tilonia, en Rajisthan, y ser alumnas del Barefoot College. Ahora están de regreso, son ingenieras solares graduadas y volverán a sus pueblos para llevarles luz a través de tecnología solar.
Ellas fueron seleccionadas por las comunidades de Alto Carona, Alto Guaymí y Río Claro Guaymí para viajar al otro lado del mundo y estudiar en la Universidad de los Pies Descalzos, como también se conoce al Barefoot College.
Tras la experiencia a la que tuvieron acceso gracias a la ayuda de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y otros aliados, asumen la misión de instalar paneles solares, en las viviendas de 150 familias, y así contribuirán a disminuir la cifra de 1.300 millones de personas en el mundo y 4.000 en Costa Rica que carecen de acceso a iluminación después de que se oculta el sol.
Vecinas de localidades a las que se llega tras dos días de caminata, estas mujeres emprendieron un largo viaje a miles de kilómetros de casa y también a su interior. Separadas de su familia, se enfrentaron muy de cerca a sus temores; el primero de ellos, volar.
“Yo tenía miedo; sentía que el avión iba a explotar en el aire y yo me iba a morir. Ahora quiero seguir viajando”, contó entre risas Martina.
A Lucía, de 37 años y madre de cinco hijos, le dio por pensar en su familia mientras volaba a India y hasta se le quitaron las ganas de comer. Sin embargo, de regreso a Costa Rica (este miércoles 20 de setiembre), ya le dio “hambre en el avión”, recordó sonriendo.
Aprender con colores. En sus clases, de lunes a sábado y de 9 a. m. a 5 p. m., las cosas tampoco fueron sencillas. Estaban rodeadas de decenas de mujeres que también provenían de pueblos donde no hay electricidad, pero que hablaban idiomas muy diferentes al suyo.
Por eso, los colores, señas y hasta algunas palabras en inglés se convirtieron en su mejor herramienta para aprender algo que ellas pensaban que “solo hacían los hombres”, afirmó Martina Caballero.
Sin embargo, se dieron cuenta de que podían aprender a armar los paneles solares. “Las mujeres sí podemos cuando queremos hacer algo, si lo decidimos”, comentó Ovidia Caballero, con voz firme.
Ese, según Rodrigo París, representante de Barefoot College para Latinoamérica, es el mayor legado: “La garantía de que cualquier mujer que vaya, en esos seis meses de aprendizaje, no solo tendrá conocimientos en ingeniería solar. Aprenderá también de sí misma, del universo, de la relación de ella con los demás. Se va a valorar; mejorar su confianza y en su cabeza crecerán más ideas, para ser más ambiciosa en términos de comunidad y prosperidad”.
Las lecciones empezaban repasando el nombre de cada uno de los componentes que integran los paneles solares. Cuando lo construido funcionaba, era una pequeña victoria que le daba alegría, recordó Martina. “Eso quería decir que estábamos aprendiendo bien”, conformó la mujer de 42 años.
Lejos de casa. Como requisito, las participantes debían ser madres, así que, durante seis meses, debieron poner en pausa su maternidad y a sus parejas.
La distancia a veces se acortaba, con ayuda de un smartphone o teléfono inteligente.
Sus familiares estaban llenos de preguntas y ansiosos: “¿Cómo están? ¿Qué están haciendo? Y, aunque no todo el tiempo ellas se sintieran bien, sacaban fuerzas para “darles palabras de optimismo”, recordó Martina.
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Su valentía las hizo ganar el respeto de la familia e incluso de otros integrantes de pueblos indígenas, que ven en el conocimiento adquirido por estas mujeres de luz, la posibilidad de superación para sus pueblos.
“Es un ejemplo, me siento feliz por ella, que nunca había salido del pueblo. Imagínese, ir tan lejos y que ahora ayude a llevar la luz a la comunidad”, dijo Melina Montezuma, de 39 años y hermana mayor de Lucía.
Mientras que Deymer Moreno, de 25 años y vecino del territorio indígena La Casona, en Coto Brus, aseguró que se enteró de Ovidia, Martina y Lucía tras leer una noticia.
En el hogar de este muchacho carecen de electricidad por motivos económicos. Por ello, consideró que tener luz en su casa sería “increíble”. “Mis hermanos podrían estudiar de noche y prepararse para los exámenes. Como se va la luz del sol, se duermen temprano. Es un desafío que tenemos constantemente”, comentó el joven.
“La luz no es solamente el bombillo. Es más vida para las personas; es tiempo útil para hacer cosas. ¿Qué vas a hacer? Lo que quieras, es la libertad de ejercer el control sobre el tiempo. El tiempo se escapa día a día”, manifestó Rodrigo París.
Cambiar la historia. Ovidia resume bien por qué tres mujeres que nunca habían salido de sus hogares decidieron animarse y llegar tan lejos.
En el pasado, diversos proyectos relacionados con vivienda llegaron a sus pueblos, pero parecen haberse quedado solo en buenos propósitos. Esta vez, ella quiso aprovechar la oportunidad de ir a la Universidad de los Pies Descalzos para hacer algo por su comunidad, y evitar así que la historia de abandono se repitiera de nuevo.
Anécdotas. Además de conocimiento, la experiencia les permitió a estas mujeres indígenas crear lazos con otras, por ejemplo, con peruanas y chilenas.
A estas últimas las conocieron poco antes de regresar a Costa Rica y hasta intercambiaron conocimientos sobre cómo tejer bolsos al estilo de los pueblos ngöbes.
Ahora sueñan con conocer Chile en un nuevo viaje, para visitar a sus amigas.
Los últimos seis meses de su vida también les dejaron recuerdos y anécdotas, como el día en que se graduaron de ingenieras solares. “No sabíamos qué estaba pasando”, estallaron en risas las tres.
“Nosotras no entendíamos el idioma de ellos. Por eso, cuando vino la maestra y nos dijo que fuéramos a la class, nos fuimos hasta sin peinar”, recordó Martina Caballero.
Gracias a una compañera, se dieron cuenta de lo que sucedía, y se pusieron “muy contentas”.
Llevando luz. Ayer jueves 21 de setiembre, estas mujeres emprendieron un nuevo viaje, ahora de regreso a sus comunidades. Sin embargo, la aventura continúa para ellas.
Tras el reencuentro con sus familias, tendrán que volver a la rutina diaria que dejaron en pausa, y luego iniciar con la instalación de los paneles, que está programada para enero y marzo del próximo año.
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Lizette Brenes, vicerrectora de Investigación de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), explicó que ya el presupuesto para los paneles solares de las primeras 150 familias fue aprobado por el Consejo Nacional de Rectores (Conare), con un fondo para proyectos.
“Sentimos una gran emoción y admiración por ellas, y un gran compromiso para continuar con esa innovación”, afirmó Brenes.
Ovidia, Martina y Lucía también están emocionadas por volver a sus hogares y saben que lo que han aprendido será una “gran ayuda para la familia” y también para sus comunidades. Solo les queda aguardar la llegada de los materiales y, entonces sí, demostrar cuán bien aprendieron en las clases.
El entusiasmo también está vivo en los ojos de estas mujeres guaymíes que se iluminan al pensar en más viajes y aventuras. “Ahora, que soy una ingeniera solar, sueño con eso”, concluye Martina Caballero.