Melissa Hernández Sánchez melissa@hernandez@nacion.com
R ecostada en un sillón blanco, Claudia Hernández (1975) ojea un libro amarillo con ilustraciones en la tapa. A su alrededor se desarrolla la algarabía que durante diez días colmó la Antigua Aduana: la Feria Internacional del Libro de Costa Rica.
Cerca de estantes repletos con obras de autores consagrados o libros de arteterapia, la autora salvadoreña no sale de su asombro ante ese ejemplar de Genial 2006, novela que Juan José Muñoz Knudsen publicó en el 2014 con la editorial independiente Feliz Feliz. Hernández cree fielmente en una literatura cercana a los lectores, que ofrezca historias para esos grupos que las grandes editoriales han olvidado.
Claudia Hernández opina que la falta de espacios para publicar obras de ese tipo es una de las grandes falencias del ambiente literario de su país, El Salvador, y que la evolución de las editoriales independientes en Costa Rica es una oportunidad inmejorable.
Ese fue uno de los temas a los que se refirió durante su visita, cuando aprovechó para hablar con Áncora sobre su trabajo.
–¿Qué opina de la industria editorial independiente?
–Creo que la literatura no se escribe a la larga ni a la loca, y que es como la alimentación: aunque te gusten platillos de otros lados, hay algo dentro de tu constitución que requiere el producto local. La atención de un lector y de la producción local es importante. Es lo único que puede salvar esta industria.
”En este momento, las grandes editoriales se lo toman todo, y considero que la tensión que hacen los pequeños editores y estos chicos que ignoran a los grandes grupos es lo que permite que la literatura sobreviva”.
–Usted dice que sus cuentos se refieren a una “generación” particular; sin embargo, este es un término usado en la literatura para referirse a un grupo de escritores: por ejemplo, la Generación del 98, en España. ¿Cuál es su definición de esa palabra?
–No la uso para acuñar a un grupo que se dedica a cierta actividad; más bien, hablo del grupo con el que nos tocó atravesar un período histórico en El Salvador: aquellos que éramos niños cuando se inició la guerra y que fuimos creciendo con ella.
–Usted empezó a escribir en periódicos. ¿Qué piensa del periodismo narrativo?
–Preferiría no meterme en ese término ya que es algo de lo que no tengo dominio. El periodismo y la literatura son cosas muy diferentes. Aunque usamos técnicas similares, la intención es diferente. Son cuestiones del lenguaje: nosotros usamos lenguaje connotativo mientras el de los periodistas es denotativo. Además, el tema de la plurisignificación es algo que nos separa.
–¿Cuáles autores han marcado su literatura?
–Lo que yo lea no le puede funcionar a otra persona. Es una suma; todo lo que uno lee influye, y todo lo que no se lee también pesa sobre lo que se trabaja y la manera en la que se conoce al mundo.
”Los autores son como los medicamentos: no se toman a la libre: debe tomarse lo que se necesite. En ese sentido, cada uno se conoce y debe hacer su propia búsqueda. Es un camino largo, pero divertido y satisfactorio”.
–Luego de publicar seis libros de cuentos, ¿ha pensado en escribir novela?
–Siempre me ha parecido curioso que se piensa que el siguiente paso es escribir una novela. Creo que el cuento es anterior a la novela, y, para mí, el siguiente paso fue la comedia.
”Las novelas no suceden si no se tienen el tema correcto, la maduración o la habilidad. La visión de que se debe escribir una novela es propia de las editoriales, no necesariamente de los públicos.
”Cuando escribí los cuentos fue así: medí mis habilidades y las necesidades de la gente. Las condiciones del momento me obligaron a esto y me estoy divirtiendo”.
–¿Existe una literatura latinoamericana?
–Mientras tengamos condiciones diferentes, tendremos productos diferentes. No sé si “encasillar” sea el término apropiado, pero considero que esta cuestión de identificarnos como región no puede estandarizarse. Me parece mejor celebrar la diversidad dentro de la cercanía.