Como esos sueños que logran que a la mañana siguiente nos preguntemos: ¿de dónde salió tanta locura? Así es Corteo, espectáculo que estrenó el Circo del Sol anoche, en Costa Rica .
Es un caos hermosamente ordenado, como un buen sueño, solo que en la vida real.
En Corteo , el payaso Mauro echa su imaginación a volar y fantasea cómo será su funeral.
Una luz tenue bajo la carpa y un bellísimo telón de 19 metros dan un ambiente nostálgico, que se acentúa con música de violín y saxofón interpretada en vivo en cada extremo del escenario.
Mientras el público aguarda por el inicio de la función, un grupo de payasos se cuela entre las filas y hace de las suyas. Pequeñas bromas a los asistentes, juegos con globos y otras sorpresas arrebatan las primeras sonrisas. Es momento del ‘selfie’, de aguantarse las ganas de comer palomitas o beberse el refresco; el show está por comenzar.
El miércoles, día del ensayo general, la sala no estaba completamente llena, pero sí tenía la asistencia suficiente para probar la reacción del público costarricense y afinar todos los detalles para el estreno que se realizó anoche.
Al ser las 8 p. m., las luces poco a poco bajaron de intensidad, mientras los telones subieron despacio hasta quedar ocultos.
De alguna forma, el momento de descubrir que hay espectadores al otro lado de la carpa es sorpresivo; es como si fuera un espejo que refleja las emociones a lo largo de la obra.
Toda la atmósfera que crea la compañía antes de iniciar adelanta lo que se vivirá en las próximas dos horas y media: un adiós con emociones encontradas.
Por un lado, está la tristeza de la despedida; por otro, la alegría de la eternidad y el suspenso de lo que hay más allá.
Toda esta locura es observada por el protagonista (Mauro) desde el cielo, adonde un grupo de ángeles lo llevaron para darle sus alas y enseñarle a volar.
Antes de partir, Mauro ve pasar la vida ante sus ojos. Están los recuerdos de los amores pasados, representados en las acrobacias de cuatro bailarinas aéreas en tres candelabros gigantes, y las memorias de la infancia, interpretadas por ocho osados gimnastas que saltan de una cama a otra como si no hubiera gravedad.
No pasan 10 minutos para que salte la primera ovación. Con esto, Corteo confirma que vino al país para impresionar.
En el viaje de lo terrenal a la eternidad, Mauro ve imágenes increíbles: un payaso colgado de cabeza en una cuerda floja o cuatro musculosos hombres girando sin parar dentro de aros gigantes.
Observa, también, a una chica caminando en puntas sobre una cuerda tensada. Mientras avanza, con una mano se refresca con un abanico y con otra juega con un aro. Sí, todo al mismo tiempo.
Además de la admiración, en este funeral hay tiempo para soltar la carcajada con las ocurrencias de payasos que juegan golf con una malhumorada pelota o la simpatía de un par de “caballos” imposibles de amaestrar.
Muchos de los números del espectáculo se dividen con el cortejo fúnebre de Mauro: una caravana liderada por el director de la pista del circo, quien les pide a los payasos, músicos y demás personajes algo de solemnidad en aquel doloroso momento.
La tarea de contener a tal pelotón se convierte en un desafío, pues, apenas se descuida, el funeral se convierte en un enorme carnaval.
Al igual que en Varekai (primer espectáculo presentado por la compañía en el país), Corteo tiene personajes con quienes hay química desde el primer instante.
En esta ocasión, se trata de Grigor y Valentyna Pahlevanyan, dos enanos presentes en múltiples momentos del trabajo.
A ellos se les ve en una parodia de Romeo y Julieta, presentada en un pequeño teatrino; en un número de acrobacias, en el que se suspenden en un aro y en una escena en que ella es elevada con globos y una ayuda extra.
Aunque 150 minutos en escena suenan eternos, bajo la carpa blanca, se pierde el control del tiempo, en especial en la segunda parte del espectáculo. Es un bloque cargado de acrobacias aéreas: desde dúos de fuertes contorsionistas, hasta escenas grupales con 14 trapecistas impecables.
Cuando las energías están al máximo, las revoluciones bajan. Es tiempo de despedir a Mauro, quien se va volando en bicicleta acompañado por una representación angelical.
Todos sus amigos se acercan a decirle adiós. Hasta el público lo despide con una ovación. No se ha visto en esta tierra un funeral más feliz.