Los indígenas tarahumaras o rarámuris (pies ligeros) han combinado la cultura con el deporte por más de 600 años. Además de ser artistas, estos mexicanos son ultramaratonistas: corredores de larguísimas distancias de más de 100 kilómetros al día. Imágenes de este pueblo admirable nos ofrece ahora el Instituto de México en San José.
Los tarahumaras corren y juegan durante días sin descansar, con pelotas de madera sólida. Las impulsan en el aire como actividad principal cuando se desplazan desde la remota sierra donde viven hasta ciertas poblaciones. Van a ellas en busca de mercados donde venden y obtienen alimentos para subsistir.
Históricamente, los rarámuris han ganado y siguen ganado las ultramaratones más difíciles del mundo. Han escapado al dominio de muchas culturas corriendo y escondiéndose en la sierra del Cobre (estado de Chihuahua). Son los más fuertes corredores del mundo.
La mística de estos atletas y artistas rarámuris ha inspirado a la Ruta de los Conquistadores, empresa costarricense sin fines de lucro. Esta desea contribuir al bienestar de los tarahumaras por medio de la realización de una carrera anual en Costa Rica: la Ruta Run (laruta-run.com).
Cada año, la Ruta de los Conquistadores invita a corredores de todo el mundo a competir en homenaje a la paz mundial en compañía de invitados: esta vez han sido los tarahumaras. Estos se han sumado a indígenas costarricenses: cabécares y bribris, así como atletas nacionales y extranjeros, para desarrollar un importante puente de comunicación gracias al deporte y al arte.
Un porcentaje económico de las inscripciones de la Ruta Run se destinan a los pueblos indígenas costarricenses y mexicanos.
Pueblo noble y pacífico. El patrimonio intangible de arte y deporte que crean estos corredores naturales constituye un legado riquísimo; a la vez, es una alternativa ante la violencia que afrontan diariamente.
Paralelamente a la carrera, la riqueza artística de estos atletas mexicanos se expone en el Instituto de México. Aquí se ofrece la exposición Korima: Corriendo con los tarahumaras .
La exhibición reúne 20 impactantes fotografías de Jesús M. Cervantes (“Profesor Chepe”), un mexicano indígena que ha documentado, asesorado y acompañado a los tarahumaras durante más de diez años.
La exposición brinda imágenes artísticas que relatan las experiencias más trascendentes vividas por los costarricenses y los mexicanos durante las carreras realizadas en Costa Rica (2012) y en México (2013).
Los tarahumaras son unas 70.000 personas que habitan en la región de la sierra al suroeste del estado de Chihuahua. Ellas ocupan una extensión aproximada de 50.000 km2, de una topografía sumamente accidentada: con elevaciones que alcanzan los 3.307 m en el monte Mohinota.
Casi nada se sabe acerca de los orígenes de los rarámuris. Unos investigadores dicen que vinieron del norte con las tribus que pasaron por Casas Grandes, pero otros opinan que son descendientes de los aztecas.
Los tarahumaras se distinguieron siempre por no ser un pueblo agresivo dentro ni fuera de sus grupos, aunque, cuando los desafiaban, eran reconocidos como guerreros valientes. También se los reconoce por su hospitalidad, su generosidad y su honradez. Los rarámuris son honorables y orgullosos, pero su carácter suele ser esquivo y taciturno.
Después de la expulsión de los jesuitas de México en 1767 y tras la llegada de los franciscanos, los tarahumaras quedaron entonces afortunadamente sin la asistencia permanente de las misiones, de modo que lograron conservar mucho de sus tradiciones.
La resistencia a las presiones externas se logró por tres elementos principales: la oposición clara de los miembros de este pueblo, la configuración geográfica de la sierra, y la condición coherente y sólida de su cultura.
Vestido y destino. La indumentaria habitual del rarámuri, y con la cual corren, consta, en el hombre, de la collera; un pañuelo rojo o blanco enrollado en la parte superior de la frente, alrededor de la cabeza; una camisa larga con las mangas anchas y reducidas en los puños; una tira de tela que pasa por en medio de la piernas, detenida en la cintura con un cinturón o faja de lana tejida por las mujeres. Esta prenda se llama “tacora sapeta” o “taparrabo”.
Algunos hombres usan huaraches de cuero de tres agujeros, y un chimeco colgado al hombro, donde guardan materiales para encender el fuego: eslabón, yesca y piedra-lumbre, y dinero cuando llegan a tenerlo. Muchos de los que viven en los barrancos llevan sombrero y usan calzoncillos de manta blancos y largos que suplen al taparrabo.
La mujer también corre y usa la collera, blusa corta con las mangas iguales a las del hombre; varias enaguas empalmadas muy anchas con pliegues abundantes en la cintura y detenidas con una faja igual que la del hombre; un pedazo de manta o tela como un rebozo troceado al hombro, con el que llevan alimentos y cargan un niño sobre la espalda.
En la baja Tarahumara se lleva menos el taparrabo y las mujeres usan rebozo o se amarran un pañuelo en forma de triángulo en la cabeza; es una indumentaria similar a la de las mestizas. Las telas que más utilizan son rojas floreadas y de manta blanca.
Las mujeres tejen cobijas fajas, cintas de lana, cestas y wares de palmilla; hacen ollas, cajetes, jarros y comales de barro, y collares de cuentas. Los hombres fabrican máscaras, violines, guitarras, pitos de carrizo, tambores, cucharas de palo, flechas y arcos. También manufacturan las bolas para los corredores: son hechas a la perfección, como verdaderas obras de arte.
Estos maravillosos atletas y artistas deberían de ser incorporados tanto a las grandes ligas del deporte (olimpiadas) como a las del arte (bienales de Venecia, São Pablo, Basel, Havana, etc.), donde podrían trasmitir su sabiduría y su creatividad.
El momento de la inclusión en esos foros quizás se acerque si fortalecemos y compartimos (korima) su pacífica y esforzada actitud ante la vida. Algunas imágenes de su valor nos esperan en el Instituto de México.
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