¿Hay una historia? Si hay una historia empezó hace 75 años y se acabó ayer: falleció Ricardo Piglia, uno de los mayores referentes de la literatura argentina –e hispana, la verdad sea dicha– de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
El diario El Clarín , primero en reportar su fallecimiento, informó que su muerte fue provocada por un paro cardíaco. Su salud, sin embargo, venía sufriendo una degeneración prolongada.
Sufría ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad neuromuscular, desde hacía unos tres años, lo que le limitó a permanecer en su casa, en la ciudad de Buenos Aires, donde finalmente murió.
Tenía 75 años.
Raíces literarias. Nació en Adrogué, ciudad ubicada a mitad de camino entre Buenos Aires y La Plata. Optó por estudias Historia en lugar de Letras porque temía que la academia le negara el amor por la literatura. El tiempo, sin embargo, corregiría su marcha: sería profesor de la Universidad de Letras.
También enseñó Literatura Latinoamericana en Princeton, en Estados Unidos; entre sus pupilos se cuenta el escritor costarricense Carlos Fonseca, publicado por la prestigiosa editorial Anagrama, de Cataluña.
En su juventud ocurrieron dos momentos cumbre.
El primero fue a los 16, cuando tomó un cuaderno y comenzó a escribir sus diarios. Aquel sería el proyecto de su vida: durante más de medio siglo mantuvo paciencia y constancia religiosas para apuntar los eventos y las reflexiones de su cotidianidad; esa sería la columna vertebral de su literatura.
Cuando saltó a la fama, sus diarios se convirtieron en una leyenda: todo el mundo sabía de ellos, pero nadie los había leído. Eso cambió en el 2011, cuando publicó algunos fragmentos en el suplemento Babelia , del diario español El País . “3 de marzo de 1957 (Nos vamos pasado mañana) Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver”, escribió en la primera entrada de la bitácora, horas antes de que su familia se mudara a Mar del Plata.
El segundo evento fundamental fue el primer encuentro, a los 18, con los libros de William Faulkner, el ícono literario estadounidense. Pronto le siguieron obras de Borges y Roberto Arlt.
Todo lo anterior –los diarios, la mudanza familiar, el descubrimiento de sus grandes referentes– confabuló para que Piglia se dedicara, con ferocidad y sin descanso, al la literatura.
Cuenta El País que en Mar del Plata conoció a Steve Ratliff, un norteamericano a quien llamaban “ El Inglés”, que trabajaba en una compañía exportadora de pescado. Hizo migas con Piglia; le introdujo a más libros de Faulkner, a Scott Fitzgerald, a otros autores norteamericanos. También le impulsó a escribir sus propias ideas.
Ya no hubo vuelta atrás, en la cabeza de Piglia solo había un camino por seguir: ser escritor.
Pluma monumental. “Yo ya leía, pero sin método”, le contó a su compatriota Leila Guerriero, una de sus herederas en el trono de la liteartura argentina, en el 2010. “Había tenido una novia en Adrogué, de familia de anarquistas; leían mucho. Íbamos caminando y ella me dijo: ‘¿estás leyendo algo?’. Yo había visto, en una librería, La peste , de Camus. Le dije: ‘Sí, La peste ’. Me lo pidió prestado. Me da vergüenza contar esto, pero compré el libro, lo leí esa noche, lo arrugué un poco para que pareciera usado, y se lo llevé al día siguiente. Y ahí empecé a leer”.
Las librerías del mundo hispanoparlante no hubieran sido las que son hoy sin esa novia, sin ese momento vergonzoso.
Jaulario , su primer libro, es una recopilación de nueve cuentos que se publicó por primera vez en 1967 y recibió una Mención especial del Premio Casa de las Américas.
Desde entonces y hasta el final de sus días, Piglia construyó un curriculum artístico caracterizado por los cambios de estilo, por la libertad en los registros y, sobre todo por la versatilidad: su bibliografía está llena de cuentos, ensayos, guiones de cine, críticas y novelas. La primera de ellas, Respiración artificial , de 1980, causó conmoción en la tradición argentina por su estilo metaliterario y por la aparición de Emilio Renzi, álter ego de Piglia en varias de sus obras.
Tanto así que, hace dos años, se comenzaron a publicar sus diarios –ya hay dos tomos en librerías– bajo el título de Los diarios de Emilio Renzi (alias compuesto por el segundo nombre y el segundo apellido del escritor).
Acumuló docenas de premios –destacan el Rómulo Gallegos en el 2011, el Casa de las Américas en el 2012 y el Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas en el 2013–; su obra fue traducida a más de 15 lenguas e incluso fue adaptada al cine.
Su partida deja una huella insoslayable en la literatura latianomericana. Sin embargo, su muerte puede marcar su consagración absoluta; así lo propuso su colega, el nicaragüense Sergio Ramírez, quien en Twitter publicó: “La muerte no hará sino confirmar a Piglia como el clásico de nuestra lengua que ya era en vida”.