Ayer jugó la Selección Mayor de Fútbol y, por primera vez en casi cuatro décadas, Mario McGregor no vio el partido ni sopló con su voz el balón a favor de Costa Rica. Ayer, a sus 59 años, tres horas antes del pitazo inicial del partido Costa Rica-El Salvador, la Doble M se despidió desde una camilla del Hospital Calderón Guardia.
Un paro cardíaco –el tercero que sufrió– fue la causa de muerte del narrador deportivo. El último partido que narró fue Saprissa-San Carlos, el domingo, para la señal de Radio Columbia. Tuvo ocho hijos –una, Paola Rossana, falleció en noviembre–. Su retoño más reciente, Alayah, nació a finales del 2015.
A temprana edad, el icónico locutor tenía el anhelo de ser jugador de fútbol, pero no había nacido para ello. Fue, en cambio, un seleccionado eterno para la tribuna de la prensa. Lo que una vez también soñó de niño, cuando narraba partidos imaginarios en el pueblo de Sixaola –en Limón, al filo de Panamá–, lo empezó a construir hace 38 años.
“Yo quería ser narrador y uno de los mejores”, manifestó en una entrevista con La Nación en junio del 2015. A la radio llegó en su juventud, en Limón, y de ahí nunca se fue. Eventualmente arribó a San José, donde le sacó el pecho al racismo de directores de programación que decían que los negros no podían hablar bien el español, y los convenció de lo contrario.
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La razón por la que muchas personas preferían ver los partidos con el televisor silenciado y la radio a todo volumen, McGregor trabajó para emisoras de radio como Monumental y Columbia, narró ocho mundiales (desde México 86 hasta Brasil 2014) y calculaba haber visitado más de 40 países gracias a su profesión.
Cuando Costa Rica hizo su primer gol en un mundial (un remate de Juan Cayasso contra Escocia, en Italia 90), la Doble M estaba en el estadio de Turín, cantando.
Ayer, cuando se supo la noticia, sus hermanos de Columbia y un sinfín de personas que llamaron para hablar de él le rindieron homenaje durante las horas previas al partido de La Sele, así como durante el encuentro mismo.
Cinco minutos antes de las 4 p. m., Columbia transmitió un compilado con algunas de sus narraciones, mientras tocaba un piano en el fondo. En ese momento, cuando sonaba el compilado, el país recordó algo que siempre supo: la narración de McGregor no era simple locución, era música.
Cada vez que el país celebraba un triunfo, él quería que cantáramos con él. No quería cantar solo. Hoy, cantamos por el triunfo que fue su vida y su música; por los goles que aprendimos a sentir gracias a su voz y por todas las veces que dejó su corazón de lado para cantar los goles de los rivales.
Pasión perenne
El fútbol, la narración y la música marcaron su vida. Todavía el domingo, camino a San Carlos para narrar su último encuentro, dedicó las tres horas del trayecto a hablar de sus anécdotas mundialistas, según recordaron el viernes sus compañeros en Columbia.
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Tanto amaba narrar partidos que no solo de niño se inventaba los encuentros. Recuerda el periodista deportivo Rodolfo Martín que en la pretemporada de la Selección en Italia 90, McGregor solía imaginarse el clásico italiano entre la Lazio y la Roma, con resultados favorables para uno o el otro, dependiendo del momento. Martín jamás olvidará las decenas de personas que se acercaban a escuchar esas narraciones de partidos que no existían.
“Todos ganaban y todos disfrutaban, pero eso significaba la creatividad de Mario McGregor, que te narraba en italiano y en español”, comentó Martín. “No solo la creatividad; ¡la locura!”.
Quizá sus mejores narraciones ni siquiera se transmitieron en radio; quizá solo unos cuantos escucharon sus momentos creativos más lúcidos. Sin embargo, aquellas narraciones que sí compartió con “un país en sintonía” son parte del inconsciente colectivo del pueblo costarricense.
Quién podría olvidar cuando prácticamente empujó con su voz el balón en el partido de Costa Rica contra Suecia en Italia 90, aquel gol que nos llevó a octavos de final. “Vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya... ¡Va a hacerlo! ¿Va a ser gol, va a ser gol! ¡Tiróóóó!”, gritaba, casi sin aliento, antes de hacer un corto respiro y confirmarnos su premonición: “¡Goooooooooooooooooolazo!”.
Cómo olvidar, también, su clásico “¡cántelo conmigo, Costa Rica, cántelo conmigo!” en el partido contra Italia en Brasil 2014, un grito que catapultó hasta el infinito el sentimiento que ese grupo de seleccionados le regaló al país.
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Incluso cuando su hija murió, el año pasado, le solicitó al director de Columbia que lo dejase narrar el partido que le correspondía, en homenaje a ella. El fútbol y la narración eran escape, causa y efecto de sus días; lo eran todo.
No solo lo narraba; tuvo una escuela de fútbol que propagó jugadores hoy reconocidos. Tenía una relación cercana con algunos jugadores y aunque para algunas fuentes tenía un temperamento efervescente fuera de micrófonos, el gremio del periodismo deportivo lo recuerda con gracia.
Ayer jugó la Selección Mayor de Fútbol, y la Doble M no estaba detrás del micrófono, por primera vez en lo que parecía un lapso infinito. Y aunque su voz no fue presencial, sus gritos y sus emociones y sus locuras resonaban espiritualmente en la frecuencia modulada. Ayer jugó La Sele y, más que nunca, desde Costa Rica cantamos con él; cantamos por él.