Karen Carpenter era flaca como un palo. Ingería cantidades industriales de laxantes, hasta 90 píldoras purgantes diarias. Quería vomitar a su madre porque esta amaba más a su hermano Richard.
La fama y el dinero llegaron juntos; vendió casi 100 millones de discos y colocó 20 éxitos en los años 70 del siglo pasado, pero la prensa la trataba de “gordita”, “rellenita”, “pasada de peso”.
Su autoestima cayó por el piso; ahí la encontró su madre la mañana del 4 de febrero de 1983. Carpenter, baterista y cantante del dueto The Carpenters, pesaba apenas 85 libras y era un costal de huesos.
Murió a los 32 años, víctima de una enfermedad que en esos años era desconocida: la anorexia nerviosa. Ese día tenía cita para firmar el acta de divorcio que la separaría de Tom Burris, un buscavidas que la engatuzó para sacarle dinero y pagar sus deudas. Burris disfrutaba diciéndole: “se te notan todos los huesos”.
Aunque la noticia causó estupor, todos la veían venir, porque Karen cada día estaba más escuálida y tomaba dosis industriales de jarabe de ipecacuana, una planta utilizada para inducir el vómito.
Aquella mañana Karen estaba en la segunda planta de la casa de sus padres, en Downey –California–. De pronto, un golpe seco contra el piso alertó a su madre Agnes, quien subió a trompicones la escalera y la encontró tirada en el suelo, fulminada por un paro cardíaco.
El padre, Harold, el ama de llaves y Richard intentaron, en vano, revivirla. Los paramédicos se la llevaron al Downey Community Hospital y 20 minutos después, la declararon muerta.
Sobre la bandeja metálica de la morgue, el forense Dr. Ronald N. Kornblun, abrió el cadáver para realizar la autopsia y le llamaron la atención las múltiples marcas de agujas, indicios de la alimentación intravenosa practicada unos cinco meses antes del deceso.
En el reporte No 83-1611 el médico certificó que la causa de la muerte fueron “irregularidades en los latidos causados por desequilibrios químicos asociados con la anorexia nerviosa”. Tenía ocho años de padecer esa enfermedad.
Los padres de la cantante rechazaron el informe forense; alegaron que en el apartamento de Karen no había rastros ni frascos vacíos de ipecacuana. Richard aseguró que su hermana nunca consumió ninguna sustancia que pudiera dañar sus cuerdas vocales, y que solo tomaba laxantes “para regular el peso.”
Una madre controladora; un padre desinteresado y un hermano egocentrista hicieron de su vida una pesadilla. Así lo reveló Todd Haynes en la película de 1987 Superstar: The Karen Carpenter Story , cuyas copias fueron destruidas por orden de un juez, pero algunas sobrevivieron en la Internet. La película fue retirada de cartelera porque Haynes carecía de los derechos sobre las canciones difundidas en la cinta.
Basado en ese filme de 43 minutos, que utiliza como actores a la muñeca Barbie y Ken, Randy L. Schmidt escribió Little girl blue. También Biography A&E produjo un “biopic” sobre la dramática existencia de Karen Carpenter.
Cerca de Ti
El juguete preferido de Karen era la batería, tanto que para eximirse de sus clases de geometría y gimnasia aprendió a tocarla en la banda del Downey High School. Pero fue su voz angelical lo que la proyectó a la galaxia musical.
Karen nació en New Haven, Connecticut, el 2 de marzo de 1950, en el hogar de Agnes y Harold Carpenter, metodistas que ya tenían a Richard, un niño de tres años. En su corta vida Karen solo deseaba tener la aprobación de su estricta madre y de su exigente hermano.Harold era poco afectuoso con los niños pero compartía con ellos su pasión por la música; los tres disfrutaban en el sótano casero, tirados en una hamaca de la amplia colección de discos del padre; desde ritmos populares hasta obras clásicas.
Si bien Richard mostró muy temprano su talento para el piano y Karen prefería salir a jugar softball con los amiguitos del barrio, ambos eran muy unidos y adonde iba uno, caminaba el otro.
Para desarrollar el talento de Richard, la madre decidió que todos debían marcharse a California; vendieron la casa y dejaron a los amigos para establecerse en un suburbio californiano.
En la secundaria Karen descubrió su afición por la batería, pero también su extraordinaria voz. Con su hermano Richard y Wes Jacobs –un amigo– formó el Richard Carpenter Trio y ganaron en 1966 la Batalla de las Bandas, un importante concurso musical entre adolescentes, según el portal IMBd.
Richard era un sabueso para los negocios y pronto identificó el potencial económico de su hermana. Ella tenía una voz dulce y casi perfecta. Poseía una veta de registros bajos, que emergían del pecho más que de la garganta y le daban un tono triste que él explotó –magistralmente– con sus arreglos.
Al principio les fue mal porque estaban fuera de época. Eran los finales de los años 60 y los artistas vivían el derrumbe de la sociedad norteamericana y sus valores más entrañables. O se estaba con el sistema o contra él. Los Carpenters no encajaban en ese mundo raro, donde el pastel de manzana, las hamburguesas en el jardín, las malteadas en la heladería y la vida en familia fueron lanzados al desván, con los trastos viejos.
Primero probaron con el nombre Spectrum y lograron algunos contratos en Los Ángeles, llegaron a sustituir a The Doors en el Whisky a Go-Go.
Fue la madre quien los conectó con un viejo amigo, Herb Alpert, dueño del sello A&M, que si bien estaba alineado con la tendencias roqueras de moda, vio el futuro del dúo y grabó Ofrenda , que apenas alcanzó el puesto 54 del Bilboard.
El despegue definitivo llegó con al álbum Close to you, con la canción del mismo nombre y otra pieza profética: Apenas hemos comenzado. Close to you ocupó el segundo lugar en 1970, solo superada por la emblemática Bridge over trouble water, de Simon & Garfunkel.
Adiós al amor
Una industria disquera depredadora; una familia cruel; un matrimonio frustrado; un hermano fármaco-dependiente y un ambiente hostil, produjeron un cóctel depresivo que llevó a Karen Carpenter a odiarse a sí misma y a destruir sistemáticamente lo único que podía controlar: su cuerpo.
Los ensayos musicales eran arduos; Richard era un perfeccionista que nunca estaba satisfecho; Agnes –la madre– sentía una particular preferencia y Karen solo tenía vida para cantar, andar de gira, grabar y realizar promociones.
Ellos representaban al joven perfecto: dientes blancos y alineados; ropa decente, estudiantes aplicados, modales respetuosos y acomodados al establishment. Hasta Richard Nixon los recibió en la Casa Blanca para un concierto y declaró que The Carpenters eran un modelo para la juventud. Por esos años comprar un disco de ellos eran como entrar hoy en una tienda de ropa americana.
Las canciones de Karen eran como queques sonoros, dulces, esponjosos y rellenos de crema; ideales para las veladas románticas, los compromisos y las bodas. Nada que ver con la bandas de rock , los hippies, las protestas universitarias y los muertos en Vietnam.
Cuando el dúo comenzó Karen ocupaba el fondo del escenario, oculta tras su amada batería. Pronto el público se dio cuenta que ella era la verdadera estrella y exigió pasarla al frente. Richard quedó relegado a un pianista acompañante y a regañadientes aceptó ser un segundón, paliando el sinsabor con su dependencia a los ansiolíticos.
El tomó libre unos meses, a finales de 1979, para internarse en un centro de rehabilitación y Karen aprovechó para viajar a Nueva York y grabar un disco de ritmos bailables, fuera del esquema de The Carpenters. Richard y el sello A&M rechazaron la prueba y Karen sufrió un duro golpe. Su camino estaba marcado por las ambiciones de su hermano y este no toleraría que se “saliera del canasto”.
Apresada en una familia donde la madre repartía desigual el cariño, Karen tomó otro camino y se enamoró de Tom Burris, un empresario de bienes raíces que dejó a su mujer con tal de casarse con la cantante y resolver sus líos financieros.
Karen deseaba una familia propia pero Burris le confesó que se había sometido a una vasectomía. ¡Adiós ilusiones!. Ella quiso suspender la boda pero la madre se negó porque ya las invitaciones estaban enviadas, los medios habían sido convocados y el escándalo sería apocalíptico si el compromiso se cancelaba. El matrimonio duró solo un año.
Acosada por los periodistas, que la tildaban de “rellenita”, se volvió una fanática de la dietas y el ejercicio físico; incluso viajaba con un equipo de gimnasia y un entrenador personal. Tomaba diuréticos y fármacos para que su glándula tiroides aceleraba el metabolismo.
Llegó a pesar 41 kilos y ocultaba su esquelética figura bajo capas de camisetas, blusas, pantalones y aprendió a fingir que comía. Dejó de ir a la playa porque sus pechos desaparecieron y la gente a su alrededor la veía convertirse en un cadáver andante, como expuso el documental de Biography A&E.
Un año antes de morir estuvo internada en un hospital de Nueva York a causa de una deshidratación extrema, y la alimentaron artificialmente para que recuperara algo de peso.
Los desmayos eran frecuentes; dormía demasiado; carecía de fuerzas hasta para cantar y se fue desapareciendo…literalmente, hasta que mató de inanición a su cuerpo. La anorexia nerviosa convirtió la vida de Karen en días de lluvia y lunes horribles.