La primera temporada de True Detective fue un acontecimiento: una de esas series que solo aparecen esporádicamente y que impresionan por su calidad , seriedad y contundencia artística. Luego, v ino la segunda temporada y, por ponerlo suavemente, nadie sabe qué pensar.
No fue, de ninguna manera, que bajara la calidad de la obra de Nic Pizzolatto. Simplemente, fue otra cosa, un reinicio, una nueva vuelta de tuerca. No era posible revivir la chispa de la primera, ni la oscuridad casi impenetrable de ese mundo, ni a Matthew McConaughey y Woody Harrelson. Así que la serie tomó otro giro, atrevido, profundo, pero que no convenció a todos.
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Por su parte, Colin Farrell, Vince Vaugh, Rachel McAdams y Taylor Kitsch crearon un universo propio, tostado por el sol, desconcertante (o confuso) y con fuerza bruta de clásico drama policiaco. Dicen unos que es confusa, insuficiente y frágil. Otros, que va a su ritmo; es seductora e impresionante.
En la gira de prensa de la Television Critics Association de Estados Unidos, el presidente de programación de HBO, Michael Lombardo, alabó a la serie y a su creador. “Creo que debes ver la serie entera. El show termina de forma tan satisfactoria como cualquiera que haya visto”, afirmó.
De entrada, es extraño tener que defender a True Detective , exitosa y eficazmente insertada en la conversación cotidiana de fanáticos de la televisión. Por otra parte, apunta a una cualidad que True Detective resguarda de series y filmes del pasado: la paciencia. Que quede abierta la pregunta: ¿aún queremos paciencia y crecimiento progresivo en una serie televisiva?
Pizzolatto no tiene que probar nada para lograr una tercera temporada, si sigue interesado, pues la audiencia fue casi igual a la de la primera. Tiene luz verde si desea darle un nuevo giro a su mundo . Para quienes ya estamos en la frecuencia perturbada de la primera y la segunda temporadas, cualquier sorpresa será bienvenida. De eso se trata.