El padre de los zombies duerme tranquilo, a cuatro metros de profundidad. Ojalá no despierte. A menos que tenga sed de sangre y hambre de carne humana.
Es poco probable que George Andrew Romero salga de su tumba y camine como un monigote, y sea necesario pegarle un tiro en la frente para que muera de una vez por todas.
Resulta que George fue el progenitor, en los años 60, de ese subgénero del cine de terror, con una propuesta de denuncia sociopolítica muy superior a The Walking Dead , la versión comercial de la cadena AMC.
En plena Guerra Fría, con el mundo hecho un polvorín en África, Asia y América Latina, debido al expansionismo soviético, el fin del colonialismo y el auge de los nacionalismos, Romero filmó La noche de los muertos vivientes .
Esta, y todas las secuelas que grabó después, fueron una crítica bestial al consumismo, el racismo, el egoísmo, el militarismo, las nuevas tecnologías y la perdida absoluta de la conciencia, reflejada en esos cadáveres que caminan sin rumbo.
Como en Hollywood no hay hermanitas de la caridad y nunca arrancan pelo sin sangre, los guiones de George terminaban en el picador de papeles, famélicos de presupuesto.
Desde niño le gustó el cine; sus padres, George y Ann, le regalaron una camarilla de 8 mm y con eso grabó cortos más al estilo del cine fantástico.
El prospecto de cineasta nació el 4 de febrero de 1940 en Nueva York; ahí creció y de adulto vivió unos años en Canadá, incluso llegó a tener ciudadanía de ese país.
Con 18 años trabajó como recadero en la producción de la cinta Con la muerte en los talones , del realizador Alfred Hitchcock; solo que aborrecía las tramas mecánicas y excesivamente elaboradas de ese psicótico director. Él, como demostraría a lo largo de su carrera, prefería lo espontáneo y fuera de control.
El entusiasta George se graduó en 1960 en la Universidad Carnegie Mellon, de Pittsburg, y ahí medró en trabajillos tan aburridos como mal pagados. Filmó cortometrajes, produjo comerciales y fundó, junto con John Russo y Russell Streiner, The Image Ten Productions.
Los jóvenes de aquellos años dorados pusieron patas arriba el “establishment”, protestaron en las calles contra la Guerra de Vietnam, quemaron banderas gringas y aprovecharon el cambio social para darle rienda suelta a sus pasiones.
El cine recogió esas inquietudes con figurones como Roman Polanski, Brian de Palma, John Carpenter, Wes Craven, David Cronenberg; pero el patriarca de todos fue George, que justo murió el pasado 16 de julio –a los 77 años– en Toronto, Canadá.
Solo los elegidos de los dioses logran lo que alcanzó Romero: iniciar su carrera con una ópera prima, una obra fílmica innovadora que costó una bicoca y es, sin duda, la película que con menos dinero ha generado más plata en la historia de Hollywood, con excepción de Garganta Profunda, por supuesto.
Carne fresca
Aunque vivió de los muertos, George tenía fama de hombre cariñoso, humilde, generoso y –al final de sus días– dueño de una extraña paz y serenidad.
Un día se encabronó; no tenía plata ni entronques en la industria del cine como para encontrar un buen padrino que le diera la alternativa –al estilo de los novilleros en la tauromaquia– y ser un matador.
Así que convenció a un grupo de compinches para que arriesgaran $600 cada uno y –como en un crowdfunding – reunió $114 mil; con esa nimiedad de capital filmó La noche de los muertos vivientes , que se convirtió en un éxito de taquilla y en una cinta de culto.
De un plumazo demostró a los tiburones del celuloide que era posible producir cine independiente, de elevada calidad y con un presupuesto miserable, además de exhibir sin asco el derrumbe de valores, el caos y la miseria moral de la sociedad norteamericana de los años 60.
A falta de pan buenas fueron las galletas; dos de sus amigos, Russell Streiner y Karl Hardman, actuaron en el filme. Las penurias eran tantas que Russell tomó prestado el auto de su madre para una de las escenas, lo golpearon y debieron de cambiar el guion.
Filmaron –sin permiso– en el cementerio de la ciudad de Evans, en Pensilvania; el dueño de una granja abandonada la prestó como escenario principal, a cambio de que la destruyeran ya que necesitaba demolerla.
Toda la grabación fue en blanco y negro, con una película de 35 mm; escasos de sangre falsa usaron sirope de chocolate y compraron tripas de ovejas para simular carne humana.
Pese a ello recaudaron $42 millones y dejaron impresionados a Wes Craven, Dario Argento y a John Carpenter. Este se inspiró en la obra de Romero para producir Asalto a la comisaría del distrito 13 .
Los muertos le abrieron las puertas del cine pero no de la riqueza; la empresa productora no registró los derechos de autor y la película quedó en el dominio público.
Animado por el éxito probó con La estación de la bruja , que resultó un fracaso. De nada valió que fuera una cinta feminista, basada en los postulados del Movimiento de Liberación de la Mujer y un poco en las teorías satánicas de Anton LaVey.
Estuvo casado con Nancy Romero, Christine Forrest y Suzanne Desrocher. Cuando falleció, a los 77 años, víctima de cáncer de pulmón, lo acompañaban Suzanne y Tina, su hija.
Murió mientras escuchaba los acordes de El hombre quieto , de John Ford; algunos fanáticos lo consideraban superior a este, solo que Ford dirigió 250 películas, George apenas 22.