Nunca dijo nada tonto, pero tampoco nada sabio. Como actor solo tenía dos gestos: mover hacia arriba la ceja izquierda o la derecha. Pero quién precisa ser un genio si es endiabladamente guapo y un dulce pecado.
Un día el dramaturgo y actor Noël Coward le dio este consejo: “Joven, con tu atractivo y tu desastrosa falta de talento, deberías aceptar cualquier trabajo que te propongan. Si te ofrecen dos al mismo tiempo, acepta el que te pague más”.
Así fue como filmó 50 películas, amasó una cuantiosa fortuna y disfrutó de la vida como lo que era: un auténtico “gentleman”. Era dueño de un sentido del humor que le permitía hablar con frases indirectas y adoptar una actitud irónica hacia sí mismo, sin perder los nervios.
Tal vez quiso ser recordado como intérprete de alguna obra de William Shakespeare o por un galardón cinematográfico, que no fuera la Frambuesa de Oro.
Aunque suene increíble si se llevó un Premio Oscar al mejor actor; fue en 1973, la vez que Marlon Brando renunció a su estatuilla y envió –en su lugar– a la actriz india Sacheen Littlefeather. Como debía entregarlo y no lo recibieron, se lo llevó a su casa.
Tampoco es una nadería que haya sido –según los exégetas de lo trivial– el mejor James Bond; es más, protagonizó siete películas del peculiar espía, justo el código secreto que lo autorizaba a matar sin permiso.
Algo tan prosaico como un cáncer de próstata acabó, el martes 23 de mayo, con Roger George Moore; que aparte de la saga de Ian Fleming cobró fama con Ivanhoe – el héroe novelesco de Walter Scott–; Simon Templar – en El Santo , un Robin Hood cleptómano y millonario– y Dos tipos audaces – donde hizo pareja con Tony Curtis, otro suflé de actor–.
Además del cine realizó bastantes apariciones televisivas y encarnó su rol preferido: embajador de la UNICEF, donde impulsó un programa para erradicar la violencia familiar. Más adelante sabremos por qué.
Fue hijo de un policía, George Moore, y de Lillian Pope, ama de casa. Aspiró su primera bocanada de neblina en Londres, el 14 de octubre de 1927.
De joven sus aspiraciones se limitaban a ser artista y dibujante de tiras cómicas; pasó por el ejército británico y se le ocurrió ser actor. Estudió en la Real Academia de Arte Dramático y su agente le sopló: “No eres tan bueno, así que sonríe mucho cada vez que salgas”.
Atendió el consejo. La suerte le hizo un guiño y debutó como centurión en César y Cleopatra , la versión de 1945.
Sobrevivió con personajes de medio pelo hasta que la fortuna lo topó de frente con Vive y deja morir , en 1973, porque Sean Connery estaba hasta el cogote del agente secreto y George Lazemby –el sucesor– fue un pastoso insufrible.
Solo para tus ojos
Pocos lectores pueden separar a Roger Moore de James Bond o mínimo Simon Templar. Ese hombrón de 1,85 m, fornido, imperturbable, que estrangulaba, apuñaleaba, disparaba o volaba en pedazos a sus adversarios era, y nadie lo creería, un marido agredido. Y no a patadas, moquetes o garrotazos; no, jamás, eso no habría sido “british”; lo golpeaban con una tetera.
Tardó 65 años en reconocer que su primera mujer, la patinadora Doorn Van Steyn, lo aporreaba sin piedad con ese adminículo doméstico.
Tan abyecto trato era injustificable, pero Roger daba motivos para que la deportista lo tuviera debajo del zapato. Moore era un seductor impenitente y a los 18 años la conoció y decidió casarse, aunque Van Steyn era divorciada, seis años mayor y el futuro galán no tenía ni oficio ni beneficio. Ella pagaba las facturas y llenaba la alacena.
Allá por 1952 conoció en una fiesta a la cantante Dorothy Squires. El flechazo fue inmediato; apenas despidieron a los otros invitados soltaron amarras a sus instintos animales; al otro día ella le propuso que se fuera a vivir a su mansión.
Ni tiempo tuvo de terminar la frase. Roger dejó a Doorn con un triple palmo de narices y se fue con Dorothy. Lo trataron como un trapo. La otra por lo menos lo trituraba en privado, esta le pegaba en público.
En una ocasión le partió la cara de un guitarrazo cuando se enteró que Roger la engañaba con Luisa Mattioli, una morena volcánica que conoció en el set de La Bella Lola .
La prensa chismosa aseguró que Dorothy se enteró del lance de su marido, dejó Londres y –hecha una fiera– aterrizó en Barcelona donde filmaban la cinta. Sorprendió a los amantes en plena fiesta erótica y por un tris no mató al infiel.
En venganza lo hizo esperar ocho años para darle el divorcio; en ese lapso Moore y Mattioli tuvieron tres hijos y al final se casaron en Caxton Hall.
Pero Moore no era hombre de una sola mujer y - a los 75 años- se enamoró de Kristina Thosltup, “Kiki”, una antigua amiga de la pareja. A Luisa no le gustó la broma y soltó aquel lastre humano.
Refugiado en su “cuartel de invierno” con su cuarta esposa, llevó la vida apacible de un octogenario dedicado a placeres menos carnales, pero igual de materiales. Rodó su última película en el 2011, Una princesa para Navidad , donde interpretó a un acartonado Edward, duque de Castlebury.
Murió como un caballero: rápido y sin quejarse. Bromista, generoso, de ánimo alegre. ¡Qué la tierra te sea leve!