El que El Chinamo regrese año con año ya no es noticia: sus miles de seguidores lo esperan con ansias los 11 meses previos y aquellos que lo aborrecemos poco podemos hacer para impedirlo.
Esta semana el programa estrella de Teletica para diciembre volvió l aire y con más empuje, iniciando incluso muchos días antes que sus anteriores ediciones. Al paso que vamos, en el 2015 será El Chinamo , y no las tiendas de departamentos, el que inaugure la Navidad, por allá de mediados de setiembre.
En lo personal ya lo acepté: el programa tiene todo para cumplir dos décadas al aire, e incluso ir más allá pues, nos guste o no, ofrece justo lo que el televidente costarricense quiere ver.
Ni más ni menos.
El Chinamo es un signo de los tiempos, una curiosa ironía que nos describe de cuerpo presente como consumidores, pues es justo ahora –que tenemos los recursos para hacer la programación más completa y rica de nuestra historia– que nos conformamos con lo más básico, con lo más rudimentario, con lo más vulgar.
Porque sí, El Chinamo es televisión en ruedines, con la profundidad de una piscina inflable para bebés y la riqueza cultural de un pleito de gradería de sol. Eso es indiscutible.
Pero también se entiende que los productores no quieran desgastarse de modo innecesario y, más allá del maquillaje de rigor, se inclinen por reciclar las mismas ideas que vienen usando desde que el programa debutó, apresuradamente, como sustituto de unas suspendidas transmisiones de toros, hace ya sus buenos años.
Incluso el reciclaje chinamero puede remontarse aún a más atrás, pues buena parte de su propuesta no es otra cosa que la versión en alta definición de lo que sale al mezclar lo que antes probaron Fantástico, Sábado feliz, Las estrellas se reúnen, A todo dar, Fabulosos sábados, La dulce vida, y Recreo grande .
En su edición del 2013 El Chinamo se esfuerza tanto por apelar a lo ya visto que incluso resucitó al mono en patines Mongo Mongo, insignia 30 años atrás de Fantástico . En lo personal, admito que prefiero al gorila mudo que a los insípidos Chinaokes o a los personajes que explotan el requemado estereotipo del pachuco de bajo nivel educativo.
El Chinamo es tico, muy tico, y nos pertenece a todos: tanto a los que lo disfrutan como a los que no lo soportamos. El hecho de que con los años el programa no solo sobreviva, sino que sus cifras de rating e ingresos publicitarios se ensanchen, es un reflejo del país que somos, todos, y de nuestro grado de exigencia.
Como televidentes dejamos mucho que desear: solo así se explica que todos los años –aunque sepamos que nos recetan el mismo menú de chistes malos, bailes deprimentes y música de paquete– la gente se apunte a chinamear y yo termine desahogando mi frustración repitiendo los argumentos del año pasado.