San José (Redacción). En agosto de 1900 moría en Cartago, a la edad de 80 años, uno de los personajes más excéntricos, por no decir el más extravagante, nacido en el seno de las elites costarricenses en el siglo XIX. La peculiaridad de este personaje se expresó tanto en su vida, aventurera, disoluta y poco conforme con las "buenas costumbres" de la época, públicas y privadas, porque fue exilado político y efímero y perseguido pornógrafo, como en una curiosa obra que nos legó, el famoso Álbum de Figueroa .
Así como José María Figueroa Oreamuno, su autor, fue una personalidad incómoda, crítico tanto de la beatería como de la politiquería de su tiempo, su obra es un documento imposible de clasificar. Es, a la vez, un extenso manuscrito integrado por textos propios y ajenos, una colección de árboles genealógicos de familias costarricenses, un cuaderno de dibujos, acuarelas, caricaturas, planos, mapas, croquis, tablas y gráficos estadísticos, una recopilación de recortes de periódicos, un álbum de fotografías y hasta un muestrario de firmas autógrafas de personajes históricos costarricenses... recortadas de documentos originales y pegadas en uno de sus inmensos folios.
Hasta ahora el Álbum ha sido conocido por sus ilustraciones, pero no se puede decir que su autor haya sido un gran artista, ni que ocupe un lugar prominente en la historia de la pintura costarricense. Quizás, su mayor talento haya sido como cartógrafo, aunque era un caricaturista y dibujante naïf, irónico y muy incisivo. Muchas de sus ilustraciones son muy cómicas.
Sería inútil buscar en los dos tomos que integran este documento un orden lógico o cronológico. No obstante, en él predominan dos propósitos: rescatar la historia de Costa Rica y dar a conocer su geografía y sus recursos naturales. Posiblemente, la mayor contribución de Figueroa sea su descripción de partes poco conocidas del territorio de Costa Rica, ya que recorrió los confines del país desde finales de los años 1830 y hasta inicios de la década de 1890. Consignó esas experiencias en relatos de viajes, ilustrados con dibujos, croquis y mapas. Figueroa era muy riguroso en este campo y su nombre debe ser destacado entre los estudiosos de la geografía y el ambiente en Costa Rica.
Aunque era un explorador incansable, aún a edad avanzada, y un hombre apasionado de la cartografía, sus recorridos tenían también fines prácticos o lucrativos: la búsqueda de yacimientos minerales y el denuncio de tierras baldías.
Puntos ciegos.
Figueroa fue también uno de nuestros primeros etnógrafos que describió con la palabra y con la imagen la vida de las poblaciones indígenas de los territorios que recorrió. Fue empleado del Museo Nacional y allí realizó una serie de dibujos de sus piezas arqueológicas. Curiosamente, hay en su mirada, incisiva y burlona, algunos puntos ciegos, ya que no parece haberle interesado mucho el Valle Central, ni sus paisajes ni sus habitantes. La época colonial ejerció sobre él una gran fascinación y mostró menos interés por ilustrar la Costa Rica en la que vivía. El café, ese gran protagonista del siglo XIX, está ausente en sus imágenes
Es menos clara la originalidad de la contribución de Figueroa al conocimiento histórico del país. Como él mismo lo reconoce, su labor se basó en la investigación de León Fernández y Manuel María de Peralta y en una colección de documentos recogidos en Sevilla por su hermano Eusebio Figueroa. Para evaluar su aporte al campo de la historia habría que hacer una lectura detallada del Álbum. La empresa no es fácil porque el manuscrito es muy extenso y variado.
Habría que separar la parte donde transcribe documentos originales recopilados por otros historiadores y por él mismo, y los textos de otros autores que copia integralmente, de la parte que es de su autoría. Se debe decir que habría que leer con cuidado las secciones del Álbum consagradas a la historia política de Costa Rica en el siglo XIX, porque el autor fue tanto testigo como protagonista de esa época. Tal vez aquí se vislumbre su contribución al conocimiento de nuestro pasado. De todos modos, el valor del documento es inmenso porque constituye la primera y también la única historia y geografía ilustradas de Costa Rica.
Extraño por su propia factura, naturaleza y trayectoria, el Álbum de Figueroa guarda, además, el atractivo de ser una especie de ente misterioso y fantasmal. Son pocos los historiadores que han podido consultarlo y menos aún las personas no especialistas que lo hayan siquiera mirado. Tampoco se puede decir que haya sido conocido en vida del autor, aunque en 1891 fue exhibido en París y en 1896 fue objeto de comentarios elogiosos en la prensa costarricense. Debemos advertir que no sabemos cuándo exactamente empezó Figueroa a elaborarlo, pero en lo esencial es de las décadas de 1880 y 1890.
Por tanto, se puede sostener que el Álbum no tuvo gran impacto en la conciencia de sus contemporáneos, como tampoco en la de las personas del siglo XX, ya que solo algunas de sus imágenes han sido reproducidas. Así, su destino ha sido llegar, eso esperamos, al conocimiento del público y de los especialistas recién en los inicios del siglo XXI.
Imaginario nacional.
Este documento, antes que factor en la construcción del imaginario costarricense, parece ser más bien el reflejo del imaginario nacional que a fines del siglo XIX algunos intelectuales y políticos costarricenses ya habían construido. Figueroa recoge la labor de invención nacional de los historiadores ya citados y de otros intelectuales como Anastasio Alfaro, los hermanos Fernández Ferraz, y Cleto González Víquez. Para estos intelectuales, Costa Rica era un país ejemplar en América Latina, con todos los atributos idealizados que nos son tan conocidos.
No obstante, Figueroa era consciente de la función de promoción de identidades de su documento y en sus folios dedica unas líneas a criticar a los jóvenes proyanquis de su época, que desconocían el valor de su herencia hispánica y la relevancia de la historia patria. El Álbum de Figueroa es realmente de una gran rareza. Su valor consiste en la reunión de sus partes y no en cada uno de sus componentes. Si juzgamos aisladamente cada uno ellos no podremos apreciarlo porque no se trata de la obra de un gran artista, ni tampoco de la contribución de un gran estudioso. Su riqueza radica precisamente en su heterodoxa amalgama.
Podemos sentirnos satisfechos porque este documento ha sido rescatado y restaurado por el Archivo Nacional y porque al fin va a ser conocido por un público amplio, ya que una selección de sus folios será objeto de una exposición en el Archivo Nacional a partir del lunes 23 de julio. Quizás, ahora, algunos investigadores sientan la tentación de hacer un estudio en profundidad de este extraordinario memorial.
NOTA: Este artículo fue publicado en La Nación originalmente el 15 de julio de 2001.