Al salir a caminar, la correa se convierte en el medio de transmisión de los sentimientos del dueño a su perro. Si la persona jala la correa al ver a otros humanos o canes, sin saberlo, está pidiendo a su mascota mantenerse en estado de alerta.
Ese es solo un ejemplo de cómo la actitud del dueño puede reforzar un comportamiento agresivo que podría derivar en una mordida peligrosa.
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“El proceso educativo empieza por el propietario. Generalmente, esa agresividad del animal responde a los condicionamientos del dueño”, comentó David Peiró, etólogo canino y director de la Fundación Fogaus.
Según este experto, el 95% de los problemas de conducta en un can, los genera el amo.
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Los perros no muerden sin motivo; lo hacen en reacción a un estímulo. “Cualquier perro, ya sea pequeño o grande, independientemente de si es macho o hembra, puede morder si es provocado. Esto no significa que sean malos, simplemente están expresando que tienen miedo o están disgustados con alguna situación. Lo mismo harían con otro perro si este les asusta o provoca”, explica en su blog la organización Protección Animal Mundial.
El dueño condiciona esa reacción a los estímulos. Un perro poco socializado, cuyas condiciones de vida son precarias porque pasa el día amarrado y no se le cuida adecuadamente , reaccionará agresivamente ante una situación que le cause ansiedad.
En lo que va del 2016, las autoridades han atendido tres casos de mordeduras: dos a menores de edad y una a un adulto joven. En los tres accidentes hubo indicios de irresponsabilidad.
En declaraciones a La Nación, Warren Hidalgo, del Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa), enfatizó en que no hay razas con predisposición al ataque. El factor determinante es la crianza.
“Para el perro, la familia es su manada (no nos ve como humanos), por lo que va a actuar de acuerdo con el comportamiento social que le es natural. Por eso, unos pocos consejos de manejo harían el cambio”, indicó Peiró.
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Manejo inteligente. Los perros son miembros de la familia y, como tales, hay que conocerlos y aprender su forma de comunicación.
“Así como los humanos tienen un lenguaje, también lo tienen los perros. El problema se da cuando nosotros malinterpretamos las señales que los perros nos dan o inclusive nos exponemos a situaciones de peligro simplemente por no comprender su comportamiento”, sostiene Protección Animal Mundial.
Al igual que las personas, los canes tienen infancia, adolescencia, adultez y vejez.
Los primeros tres meses de vida de un perro equivalen a los primeros cinco años en un ser humano, cualquier experiencia positiva o traumática marcará su comportamiento de adulto.
Por esa razón, es importante socializarlos cuando son cachorros, es decir, ponerlos en contacto con personas y animales para que no los vean como amenaza.
En esta etapa también se debe adiestrar en obediencia con reforzamiento positivo (premios en vez de regaños).
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Eso dará al dueño control físico del can y favorece la jerarquización, la cual es esencial en la dinámica de manada.
“La agresividad también es autorreforzada. Por ejemplo, si ladra o gruñe y uno se aleja, al perro eso le funcionó y seguirá haciéndolo”, dijo Peiró y agregó que allí yace la importancia de no permitir “mordisquitos” o juegos competitivos. El perro no puede tener autoridad sobre su dueño o alfa de la manada.
En la adolescencia, al año y medio de vida, el can experimenta cambios hormonales y se pone más rebelde. La utilidad del adiestramiento y jerarquización será clave en esta etapa.
En perros geriátricos, los problemas de salud pueden hacerlos reaccionar agresivamente como respuesta al dolor. Por ejemplo, la mordida puede ocurrir cuando los tocan y eso les duele.
Estos animales también tienen su carácter. Su comportamiento está determinado en un 80% por crianza y el otro 20% se debe a la genética; esto refleja que existen razas más predispuestas a ansiedad o nervios.
“Hay perros que en situaciones competitivas tienen un umbral de reacción bajo. Por ejemplo, los parasimpáticos dominantes son tranquilos, contrario a los simpáticos dominantes que son nerviosos y al mínimo estímulo ya saltan. Así son las razas de presa; son perros maravillosos, pero en situaciones competitivas tienen un umbral de reacción más bajo”, explicó Peiró.
Los canes son altamente sociables. Evolucionaron para ello como mecanismo de supervivencia: al consumir presas más grandes en tamaño, hicieron de la colaboración un método de caza y, por eso, la manada es lo máximo. Esa característica es quizá lo primero que una persona debe entender: dueño y mascota constituyen una manada.
“Nos corresponde a nosotros ser más ‘perros’ para entenderlos y manejarlos. El gran problema que hay es la humanización; tratarlos como personas los confunde”, concluyó Peiró.