Cuando el cerro La Trinidad posea 25.000 árboles, ese bosque tendrá la capacidad de absorber cuatro veces más lluvia que si el suelo estuviera solamente cubierto por pasto y 18 veces más que si estuviera desnudo.
Esa es la esperanza que movió, este miércoles, a los voluntarios de las comunidades de Dota, Tarrazú y León Cortés, quienes sembraron 5.000 árboles en la zona afectada por un incendio forestal, en el 2008.
El fuego devastó 45 hectáreas, lo cual trajo consigo una alteración en el ciclo del agua, al punto de que los vecinos sufren una reducción de un 25% en el suministro del líquido.
Los mantos acuíferos que yacen bajo el cerro benefician a 35.000 personas y nutren los afluentes del río Parrita, que se usan para generar electricidad.
De modo natural, a este cerro le tomaría 75 años recuperarse, pero los vecinos no pueden esperar tanto. Eso motivó darle una mano y esperan, con ello, mermar ese tiempo a unos 30 años.
Por esa razón y, desde el 2012, se realizan jornadas de reforestación. A la fecha se han plantado 13.700 árboles y la meta es cerrar este 2015 con 19.000; el próximo año serían 25.000.
“El aumento de cobertura forestal producto de la reforestación es de vital importancia para la protección del recurso hídrico, mantenimiento de nacientes de agua y calidad del recurso”, señala el informe elaborado por Sara Cascante, ingeniera forestal del Centro de Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales (Cedarena).
Proyecto. El cerro La Trinidad se ubica en San Marcos de Tarrazú y forma parte del corredor biológico que conecta al Parque Nacional Los Quetzales (Copey de Dota) y la Zona Protectora Caraigres (Acosta y Aserrí).
Ese proyecto de reforestación es liderado por la Comisión para el Rescate, Conservación y Protección de Áreas de Recarga Acuífera y de Nacientes de Agua de la Subregión de Los Santos (Coproarenas).
El plan técnico contó con la ayuda de la Unidad de Manejo de Cuencas del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y el Centro de Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales (Cedarena), así como con el asesoramiento del Centro Agrícola Cantonal de Tarrazú para seleccionar las especies por plantar.
La iniciativa incluye siembra, reposición, abono, poda programada y el cuido de los árboles, que está a cargo de seis personas.
La empresa sueca SCA, mediante la marca de productos de higiene Tork, financia la iniciativa y sus empleados se involucran como voluntarios en las jornadas de siembra.
Las especies que se siembran son dama (Citharexylum donnell-smithii), roble encino (Quercus oleoides), acacia (Acacia mangium), cedro dulce (Cedrela tonduzii), níspero (Eriobotrya japonica), muñeco (Cordia eriostigma), cas (Psidium friedrichsthalianum), manzanita (Syzygium paniculatum) y cortez amarillo (Tabebuia ochracea).
La acacia es una especie que facilita la recuperación de sitios degradados, ya que es utilizada para el control de la erosión y conservación de los suelos.
La dama, el níspero, la manzanita y el cas atraen a la fauna (aves, mamíferos pequeños e insectos) gracias a sus frutos.
La razón de sembrar roble encino y cedro dulce es porque son especies nativas de la zona. “Importantes para la recuperación de un hábitat semejante al que fue destruido”, detalló Cascante.