El estado de salud de los ecosistemas determina cuán fuerte está un territorio para soportar el impacto de eventos meteorológicos extremos , como tormentas y huracanes.
La degradación ambiental –derivada de la deforestación, desgaste del suelo y contaminación, entre otros– vulnera el “sistema inmunológico” del territorio y le resta “defensas”.
Masas boscosas robustas y continuas sirven de barrera natural, a la vez que amortiguan el golpe de los eventos extremos.
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“Los parques nacionales y otras áreas silvestres protegidas ayudaron a mitigar el impacto del huracán Otto”, comentó Alexánder León, director del Área de Conservación Arenal Tempisque (ACAT).
Para León, y aunque fueron de gran ayuda, las áreas silvestres protegidas no pueden solas y, por ello, se requiere tener una visión de territorio que incluya a las zonas fuera de parques nacionales y refugios.
Aunque sí se cuenta con cobertura forestal, en el paisaje de los azotados cantones de Upala (Alajuela) y Bagaces (Guanacaste) predominan los potreros y cultivos sin árboles.
Además, estas localidades aún no logran reponer lo talado durante los años 70, cuando el Gobierno promovió el cambio del uso del suelo para favorecer la agricultura y la ganadería.
Existieron esfuerzos por aumentar la cobertura verde a través de acciones de regeneración natural, reforestación y plantaciones forestales, y gracias a estos, esos cantones se cubren de bosque secundario, pero no son suficientes para reponer todo lo talado en el pasado.
Sin embargo, las presiones sobre los bosques persistieron con los años y, aunque se frenaron algunas amenazas, la recuperación tras el daño es lenta.
Amenazas
Según el Vigésimo Informe Estado de la Nación , la región Huetar Norte no ha logrado reponer las plantaciones forestales establecidas en 1990 y más bien, estas fueron sustituidas por otros usos agropecuarios (cultivos de piña y tubérculos) o proyectos inmobiliarios.
La actividad piñera, en esta región, pasó de 4.000 hectáreas (ha) en 2006 a 30.000 en 2013 , según indica este informe.
“Las principales preocupaciones asociadas con el cultivo de la piña versan sobre la sedimentación y contaminación de los ríos, quebradas, aguas subterráneas y superficiales; la deforestación y pérdida de bosque; la erosión; los cambios en uso del suelo y aislamiento de la fauna silvestre”, se lee en un pronunciamiento emitido en el 2008 por el Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Entre las preocupaciones, el Consejo Universitario también destacó “la contaminación por agroquímicos de los pozos y acueductos utilizados por las comunidades para su consumo; la generación de plagas de moscas que atacan al ganado y demás animales domésticos; la exposición de las poblaciones cercanas y de los trabajadores y las trabajadoras al polvo y a los agroquímicos utilizados; el desplazamiento de agricultores y ganaderos; la transformación de zonas con cultivos para la alimentación en zonas de monocultivos para la agroindustria y la exportación; el irrespeto a los derechos laborales de los trabajadores y las trabajadoras; así como la carencia de condiciones adecuadas relacionadas con la salud ocupacional”.
Este órgano no se manifestó en contra de la actividad. En cambio, promovía que esta adoptara buenas prácticas que la hicieran más sostenible.
Por otra parte, y previo a 2015, la pérdida de bosque en Upala fue favorecida por proyectos hidroeléctricos, según la Federación Costarricense para la Conservación del Ambiente (Fecon).
El año pasado, el Concejo de Upala declaró una moratoria de cinco años al otorgamiento de permisos para la instalación de plantas hidroeléctricas.
Fecon también ha denunciado tala de árboles en las zonas de protección de los ríos Zapote y Bijagua, así como en otros corredores biológicos.