Para medir el impacto ambiental del proyecto geotérmico Pailas II sobre el bosque del Parque Nacional Rincón de la Vieja, Daniel Janzen y Winnie Hallwachs -investigadores de la Universidad de Pennsilvania (EE. UU.)- utilizaron insectos.
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Las evaluaciones de impacto ambiental habían recurrido a las aves y pequeños mamíferos, pero esta fue la primera vez que se usaron insectos como indicadores biológicos.
Para Eddy Sánchez, director de Recursos Geotérmicos del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), utilizar insectos tiene tres ventajas: su abundancia brinda valor estadístico, estos animales tienen períodos de vida muy corta por lo que se puede medir el impacto en corto tiempo y no realizan grandes migraciones (con contadas excepciones), lo cual facilita el monitoreo.
"Esta metodología viene a enriquecer otras metodologías que ya implementamos. Lo importante aquí es que se robustecen las evaluaciones de impacto ambiental con nuevas variables para así dar un soporte técnico y científico a las acciones", destacó Sánchez.
Por su parte, Motohiro Hasegawa -experto senior en ambiente de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA)- argumentó que esta metodología se podría replicar en otros países y sobre todo en proyectos enfocados en energías renovables para así "enverdecerlos" aún más.
"Conociendo el impacto sobre ambientes sensibles, entonces se pueden tomar medidas para mitigarlo e incluso buscar soluciones de diseño o de índole tecnológica", dijo Hasegawa y agregó: "Sí es posible tener un desarrollo verde".
Estudio
Para su investigación en Pailas II, Janzen y Hallwachs establecieron tres transectos de 150 metros de largo y cada uno de estos estaba compuesto por tres puntos de muestreo: uno se ubicó al lado de la plataforma, otro a los 50 metros y el tercero a los 150 metros.
En este sentido, las trampas 1, 6 y 9 se ubicaron dentro del bosque. La 3 y 4 se colocaron cerca de la plataforma y la 7 estaba sobre el camino de acceso al sitio. La 2, 5 y 8 eran las intermedias.
Para recolectar los insectos se utilizó una trampa Malaise, un tipo de tienda de campaña sin puerta. Los insectos volaron hacia esta, subieron en dirección al techo tratando de escapar y cayeron en un recipiente con etanol (tipo de alcohol).
Según Janzen, esta técnica permite capturar más de 100 especies a la semana. En el primer año del estudio, se recolectaron 144.994 insectos correspondientes a 11.385 especies.
Los frascos con etanol se refrigeran por un año. Luego, a los insectos se les quitó una pata y esta se envió al Centre for Biodiversity Genomics, en la Universidad de Guelph en Canadá.
A partir de la información genética proveniente de esa pata, se generó un código de barras. Esos códigos se pueden agrupar en BINS, los cuales corresponden a la cantidad de especies y, con ello, se facilita el procesamiento de datos en pro del análisis.
El procesamiento por código de barras o barcoding para nueve trampas demoró seis meses. "Si hubiéramos tenido que hacer la identificación a mano, estaríamos hablando de décadas", dijo Janzen.
Con barcoding, se logró identificar el 91% del material. Aproximadamente se invirtieron $3,14 (unos ¢1.792) por insecto.
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Janzen aseguró que el costo se abaratará con los años y eso lo hará viable para ser utilizado extensamente en estudios de impacto ambiental.
Janzen y Hallwachs tienen refrigerado material de tres años más que aún está pendiente de barcoding.
Recomendaciones
Tomando como base esta experiencia, los investigadores sugieren realizar este estudio el año antes de que empiecen las construcciones para así tener una línea base que sirva de referencia. "Pero, si no es posible, colocar trampas lejos puede servir", manifestó Janzen.
De hecho, motivan al ICE a iniciar lo más pronto posible con el monitoreo, empleando trampas Malaise, en el proyecto geotérmico Borinquen.