Está comprobado que la mayor amenaza a la abundancia de orquídeas es la deforestación. Sin embargo, la extracción ilegal de plantas destruye la biodiversidad del bosque y, al hacerlo, atenta contra especies cuyas poblaciones son tan vulnerables que el saqueo podría llevarlas a la extinción. Este es el caso de la orquídea mariposa, la llamada guaria Turrialba y la guaria morada.
“Fuera de las áreas protegidas, la guaria morada no existe, pese a que esta era una planta cuyo hábitat natural cubría todo el Valle Central”, comenta Franco Pupulin, investigador del Jardín Botánico Lankester, de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Otras que son buscadas por los ladrones de orquídeas son las diminutas del género Lepanthes, con la agravante de que estas son altamente endémicas. De hecho, esa característica de rareza hace que algunos coleccionistas encarguen una planta específica y paguen por ella hasta ¢100.000.
“Los criterios de escasez y de rareza son los que establecen el precio”, explica Miguel Montero, presidente de la Asociación Costarricense de Orquideología (ACO).
No obstante, el “precio ecológico” que se paga es mucho más alto. En algunos sitios, explica Pupulin, con solo extraer 50 orquídeas endémicas, ya se está acabando con toda la población porque son plantas altamente especializadas. Tanto es así que el hecho de trasladarlas al jardín de una casa, es condenarlas a la muerte, porque ese lugar no reúne las condiciones ambientales óptimas que sí tenían en su ecosistema natural.
“Los ‘materos’ se internan en montañas frías y lluviosas, y traen plantas extraídas de esas zonas para venderlas. Son adquiridas por personas que no saben cuidarlas y que pretenden hacerlas crecer en condiciones inadecuadas para esas plantas”, comentó Montero.
“La extracción ilegal de orquídeas para comercio no se justifica, porque ya existen técnicas para reproducir orquídeas en casa”, afirma Jorge Warner, también investigador del Lankester.
Numerosas. “Ese legado cultural que vincula a los costarricenses con las orquídeas no es casual: viven en un país cubierto por ellas”, comentó Pupulin.
Es cierto. Costa Rica posee unas 1.600 especies y este número va aumentando a razón de 20 nuevos tipos por año. Según cálculos de los investigadores del Lankester, el país debe de tener un catálogo natural cercano a las 2.000 especies.
Ese número adquiere relevancia cuando se compara con el territorio. Costa Rica tiene 31 especies de orquídeas por kilómetro cuadrado. “Este índice hace que este sea uno de los países más ricos en orquídeas en el mundo”, aseguró Pupulin.
“Tenemos más orquídeas que Canadá, Estados Unidos y México juntos”, agregó Warner.
Aquí, el endemismo también es alto (alrededor del 30%). Es más, en términos fitogeográficos, Costa Rica y Panamá comparten una región donde el endemismo podría alcanzar el 60%. Incluso existen orquídeas que son endémicas a pequeñas localidades: solo allí se encuentran.
Las orquídeas establecen asociaciones con árboles (soporte), insectos (polinización) y hongos (germinación).
Con base en un censo hecho por científicos del Lankester, en un árbol de 27 metros pueden encontrarse 511 plantas. Si existen unos 200 árboles como ese por hectárea, habría un promedio de 102.200 orquídeas por hectárea.
Según Pupulin, si la tasa de deforestación en el país fuera la misma de 1980 (20.000 hectáreas al año), se perderían anualmente 2.044 millones de orquídeas.
“Conservar aquel laboratorio de la vida que son los bosques tropicales, es lo mejor. Allí están las orquídeas que conocemos y las que no; los insectos conocidos que las polinizan y los que no; los hongos que conocemos y los que no y quién sabe cuántas relaciones biológicas más que permiten el equilibrio hay”, destaca Pupulin.
La anterior estimación deja claro que, por volumen arrasado, la deforestación es la principal amenaza para las orquídeas. No obstante, en términos de diversidad, el mayor peligro lo constituyen los depredadores de plantas.
“El problema de la recolecta es que es selectiva y, en algunos casos, se pueden estar dañando poblaciones pequeñas que son endémicas de ciertos lugares, de modo que cualquier extracción podría llevar a estas especies a la extinción”, lamentó Pupulin.
Además, la extracción de la planta la despoja de su historia natural: qué insecto la poliniza, en qué condiciones vive y qué relaciones establece.
“A pesar de ser numerosas, las orquídeas son frágiles pues forman parte de relacionadas basdas en los equilibrios. Viven en ambientes muy especializados y estos son a su vez frágiles porque la expansión territorial del ser humano los amenaza”, explica Pupulin.
Los depredadores. Para Jorge Hernández, coordinador de Vida Silvestre del Área de Conservación Cordillera Volcánica Central (ACCVC), los ladrones de plantas eran más comunes hace 20 años, cuando colocaban sus puestos en las afueras del edificio de Correos de San José, o en las ferias del agricultor.
“Aún nos pasa que, por fuera de las áreas de exposición, llega uno que otro ‘matero’ a vender plantas y no nos queda más remedio que llamar a la Policía para que les confisquen las plantas. Es el colmo”, comentó el presidente de ACO.
Según Montero, estos depredadores suelen ser personas de origen humilde que viven o trabajan en el campo y por eso conocen el bosque y son diestros en el manejo de nombres de especies.
Su situación económica es vulnerable y ven en el comercio de plantas una forma de conseguir dinero adicional.
“Si se compara el matero de hoy con el de hace 20 años, se nota que han venido muy a menos. Lo que queda es un comercio hormiga y ‘viveristas’ y coleccionistas irresponsables que les encargan plantas”, comenta Hernández.
Pupulin y Warner coinciden en que el coleccionismo es el motor de la extracción ilegal. Es más, ellos se ven obligados a guardar en secreto sus estudios pues, tras la sospecha de haber hallado una especie nueva, surgiría el inmediato interés de los coleccionistas.
De hecho, en la comunidad científica mundial, muchos investigadores han obviado poner las coordenadas de sus hallazgos en los artículos que publican, justamente para evitar el saqueo.
“En Costa Rica, hay orquídeas muy bellas que a nadie le interesan porque son comunes; el coleccionista es dado a buscar lo raro, y mejor aún si es único”, dice Pupulin.
El científico relata que, del período de la fiebre de las orquídeas, a finales del siglo XIX, existen cartas de recolectores que les escribían a sus dueños contándoles que, para asegurarse de que nadie más tuviera acceso a ciertas plantas muy particulares, habían quemado el lugar. “Esto deja claro que si la mata es única, su precio es mayor, y ese es el gran enemigo”.
En Costa Rica, ¿abunda el coleccionismo? Según Warner, este es uno de los países donde hay mayor afición al cultivo de orquídeas. Lo demuestra la cantidad de asociaciones de orquideología y el número de exposiciones que se organizan al año.
Montero aseguró que las asociaciones de orquideología tienen sus mecanismos internos de control; además, son reguladas por el Ministerio de Ambiente (Minae). Sin embargo, eso no impide que algunos de sus miembros compren a depredadores de plantas.
“Es probable que personas amantes de las orquídeas que pertenecen a algún tipo de asociación, puedan comprar plantas extraídas de su hábitat, sobre todo con el propósito de salvarlas, para evitar que se mueran”, añade Montero.
Aunque al hacer esto podría pensarse que se está incentivando la venta ilegal de especies, Montero aclara que el paso siguiente es la denuncia. “Se llama para avisar que hay un matero que se ubica regularmente en cierto sitio”, agrega.
Viveros y coleccionistas. “Tenemos mucho cuidado en procurar que todas las plantas que se venden en las exhibiciones sean cultivadas en viveros certificados. En eso nos ha ayudado mucho el Minae, tanto en el control de los viveros como de las asociaciones”, aseguró el presidente de ACO.
Según Hernández, el ACCVC cuenta con un listado de 70 sitios debidamente inscritos y con permiso para manejar flora.
Si el fin es comercial, los locales deben contar con un regente que rinda informes trimestrales al Minae.
Al estar inscritos, estos lugares cuentan con una resolución administrativa del Minae. “Ellos emiten una factura que nos demuestra que la planta tiene un origen legal”, explica Hernández.
Los esfuerzos del Minae también se dirigen hacia los coleccionistas. En este sentido, Montero invitó a los asociados de ACO a inscribir sus colecciones.
“El miedo de todos es que les decomisen las plantas, pero lo que hace el Minae es levantar un inventario con el propósito de saber lo que hay”, manifiesta.
“La ventaja es que se les da seguimiento y el material genético queda disponible para el futuro. Si el día de mañana se requiriera de su ayuda para efectos de conservación, esperaríamos que cooperen con el Minae”, agregó Hernández.
Con el deseo de promover tal afán de colaboración, ACO trabaja en una propuesta que presentará al Minae este año para que los patios y jardines de sus integrantes se conviertan en “casas temporales” de plantas que han sido recuperadas mediante decomisos.
La idea es poner la planta en manos de algún miembro de ACO para rescatarla y después reubicarla en el Lankester o el Minae, para más tarde reintroducirla al bosque.
“Dependiendo del punto de extracción y del lugar donde se decomisó, a veces no es posible llevar la planta hasta el Jardín Lankester. Por eso, en ciertos puestos de policía he visto algunos de los decomisos pudriéndose, ya inservibles”, cuenta Montero para justificar el proyecto.