Hace seis años, el mundo trató de llegar a un acuerdo climático para bajar emisiones de carbono y frenar el calentamiento global. En el 2009, la cumbre del clima se celebró en Copenhague, Dinamarca, y pretendía buscarle sustituto al Protocolo de Kioto. Se fracasó.
A raíz de la renuncia de Yvo de Boer, la costarricense Christiana Figueres asumió la Secretaría de la Convención sobre Cambio Climático. Su primera labor fue devolverle la confianza a este proceso.
Este 2015, pero en la ciudad de París, Francia, los 195 países decidieron volver a negociar un nuevo tratado, el cual entraría en vigencia en el 2020.
No obstante, las dificultades propias de la negociación –mayormente enfocadas en el financiamiento– traen a la memoria el “fantasma” de Copenhague.
“ París no será Copenhague . París y Copenhague no tienen nada que ver. No hay similitud por muchas razones”, dijo Figueres.
Las razones. Para Lara Lázaro, investigadora de cambio climático del Instituto Elcano de España, las negociaciones alcanzaron su madurez y eso se evidencia en el involucramiento de países desarrollados (Estados Unidos) y grandes emisores (China). Eso, en Copenhague no se vio.
Hasta el papa Francisco, líder de la Iglesia católica, urgió por un acuerdo solidario, justo, equitativo y participativo. Otras religiones coinciden en lo vital de un nuevo régimen climático.
“Debemos repensar nuestra relación con la Creación y la naturaleza. Al destruir el ambiente, la humanidad se destruye a sí misma”, advertía la Conferencia de Responsables de Culto de Francia (CRCF) –que reúne a líderes cristianos, judíos, musulmanes y budistas– en julio.
Otra diferencia es que Copenhague buscó sustituto al Protocolo de Kioto y este, al ser acordado en 1997, solo planteaba obligaciones para los países desarrollados (reducción de 5% de las emisiones de carbono entre 2008 y 2012 con respecto al inventario de 1990).
París aspira a un tratado para todos los países, independientemente de su desarrollo, aunque sí contempla una “diferenciación” según su aporte histórico al calentamiento global.
De hecho, el tratado de París se basa en compromisos que cada país definió para sí mismo, según sus posibilidades. Las cuotas son voluntarias y no impuestas, como en el Protocolo de Kioto.
Ya 183 países entregaron estos compromisos a Naciones Unidas. Así, hay sentido de obligación y las naciones se someterán, a partir del 2020, a un proceso de reporte y verificación de cumplimiento. Hasta podrían ser sancionadas.
Además, París y Copenhague tienen contextos distintos: “Primero, las soluciones tecnológicas hoy son muchísimo más accesibles que hace seis años.
”En segundo lugar, los mercados de capital ya empiezan a movilizarse hacia tecnologías limpias y renovables. Están empezando a ver que hay más riesgo de invertir en tecnologías viejas y obsoletas”, enumeró Figueres.
Es decir, independizarse de los combustibles fósiles beneficia el planeta y al bolsillo. “El costo de la energía solar se dividió a la mitad desde el 2010 y las energías renovables son cada vez más competitivas o incluso más baratas que los combustibles carbonados”, dijo Jennifer Morgan, del World Resources Institute.
Asimismo, hay más evidencia científica sobre el aumento de la temperatura y sus secuelas .
¿Funcionó el Protocolo de Kioto? Ante el fracaso de Copenhague, se decidió extender el Protocolo de Kioto hasta el 2020. Eso sí, se definió una nueva meta: una reducción del 18% de las emisiones con respecto a 1990.
Aunque no todos los países ratificaron tal instrumento, este sí posibilitó que los 187 que lo hicieron recortaran sus emisiones en 22,5% frente al 5% que se estipuló en el tratado internacional.
“Sin Kioto, los esfuerzos por descarbonizar la economía mundial hubieran sido mucho más lentos. El Protocolo fue la semilla que desarrolló las primeras legislaciones para una economía baja en carbono”, afirmó Figueres, en una rueda de prensa, durante la cumbre del clima en París.