Lima
Lima, Perú. A partir de hoy, y por dos semanas, los 195 países firmantes de la Convención sobre Cambio Climático se reúnen en la capital peruana, Lima, para debatir cómo será el nuevo régimen que “ponga en raya” la temperatura del planeta.
La expectativa del país anfitrión es salir con un borrador de acuerdo bajo el brazo, el cual se llevaría a París (Francia) para su aprobación el próximo año.
“No solo queremos un borrador de acuerdo, queremos que se consolide la decisión. Una decisión que sea plataforma para la acción”, declaró Manuel Pulgar-Vidal, ministro peruano de Ambiente y presidente de la COP 20 de Lima.
No es para menos. Un sentido de urgencia domina en la cita, ya que la temperatura planetaria podría aumentar 3,7 °C para el año 2100 de no reducirse las emisiones de gases efecto invernadero (GEI) que se liberan a la atmósfera, los cuales se incrementan por las actividades humanas.
Un aumento en la temperatura global impactaría la calidad de vida de las personas debido a la escasez de agua, la pérdida de cultivos y el creciente riesgo a eventos climáticos extremos, como inundaciones o sequías.
Aunque es consciente de la expectativa que se cierne sobre este encuentro y el antecedente de las reuniones previas, Perú se muestra optimista.
¿Cómo se llegó a Lima? El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) nació en 1988 con el mandato de evaluar este fenómeno desde la ciencia, así como sus potenciales impactos.
El IPCC rindió su primer informe en 1990 y concluyó que los GEI derivados de actividades humanas estaban acelerando el calentamiento global.
A raíz de estos hallazgos, y en el marco de Naciones Unidas, se adoptó la llamada Convención sobre Cambio Climático en 1992.
Aunque instaba a todas las naciones a tomar medidas para estabilizar sus emisiones, no cuantificó metas de mitigación y tampoco estableció obligaciones.
Por ello, en 1997 surgió el Protocolo de Kioto, el cual, aunque no fue ratificado por todos los países (como Estados Unidos), entró en vigor en 2005 y su vigencia se extendió hasta 2012.
La meta de reducción contemplada en ese compromiso quedó establecida en 5,2% con respecto al promedio de emisión de 1990.
Previendo que se necesitaría un sucesor, se conformaron dos grupos de trabajo con un plazo a 2009. Uno vería temas de la convención y el otro diseñaría un acuerdo para relevar a Kioto.
Este último tomó nota de la recomendación de IPCC sobre la necesidad de reducir las emisiones entre 25 y 40% respecto a la medición base, de 1990.
Así se llegó a la reunión de Copenhague, en Dinamarca, con la esperanza de consolidar un régimen que hiciera posible combatir el cambio climático.
En ese encuentro, las naciones desarrolladas reclamaron porque no existían compromisos de mitigación para los emergentes, y algunos emergentes expresaron que su crecimiento se vería limitado a causa de las cuotas de reducción de emisiones.
Tampoco estaba claro el tema de financiamiento para que las naciones pobres pudieran enfrentar los impactos del fenómeno. Tras una maratónica reunión, se decidió extender el plazo de los grupos de trabajo y no se logró un acuerdo vinculante.
Para muchos, Copenhague significó una pérdida de confianza en el proceso. Es más, Yvo de Boer renunció como secretario de la convención, cargo que luego asumió la costarricense Christiana Figueres. Sin embargo, el asunto climático se colocó en boca de todos y se elevó a un nivel gubernamental.
En 2010, en Cancún (México), los países acordaron una meta: la temperatura no debería sobrepasar el umbral de los 2 °C con respecto al promedio de 1990, que según la Organización Meteorológica Mundial es 14 °C (hoy la media está en 14,7 °C).
Un año más tarde, en la reunión de Durban (Sudáfrica), se estableció una plataforma de trabajo orientada a acordar un nuevo tratado con plazo a 2015.
Este es el escenario para Lima, antesala de la reunión de París, donde el próximo año se espera tener un nuevo régimen que rija a partir del 2020. Lejos de ser una reunión de trámite, el reto es asentar las bases de ese acuerdo.
Sin Lima, no hay París. Para Pulgar-Vidal, la meta es acercar posiciones y lograr consensos para avanzar en un borrador de convenio que defina metas de reducción para un período determinado y según las emisiones del año base por definir. “El acuerdo de París no puede salir si este año en Lima no se logra una claridad de texto y una ambición ambiental y política conmesurable con el reto”, señaló Figueres en el sitio web de la Convención.
Sin embargo, hay escepticismo. “Cuando se inicie una COP, se instala rápidamente el pesimismo. Todos recuerdan Copenhague y temen que se repita esa frustración”, dijo Pulgar-Vidal.
Para él, este proceso no es impuesto, sino que parte de la realidad y voluntad de los países.
Costa Rica como aliado. Para Pulgar-Vidal, Costa Rica es un actor relevante en esta reunión que tiene a América Latina por casa y eso eleva la expectativa sobre nuestro país.
Perú ve en Costa Rica a un aliado, porque comparte un enfoque de desarrollo en que se quiere que el país crezca de forma sostenible e inclusiva para mejorar la calidad de vida de su población.
Además, Pulgar-Vidal reconoce el compromiso con la conservación que tiene Costa Rica, así como su manejo de bosques y espacios naturales.
“Es quizá el país de América Latina que más ha podido sustentar su desarrollo en ese capital natural”, comentó Pulgar-Vidal.
Ambos países coinciden en el bloque negociador de la Alianza Independiente de América Latina y el Caribe (Ailac), junto a otros países como Chile, Colombia, Guatemala y Panamá.