En los páramos -los ecosistemas más altos con que cuenta el país- la vida silvestre han evolucionado para sobrevivir.
Allí, especies de flora y fauna se han adaptado a altitudes que superan los 3.000 metros, alta radiación ultravioleta, escasez de oxígeno, temperaturas variables entre día y noche, mucha humedad, así como suelos pedregosos y pobres.
Sin embargo, también afrontan un reto mayor: adaptarse a cambios bruscos, como lo es el incremento en la temperatura, debido al cambio climático.
“Los organismos han puesto sus fuerzas en sobrellevar retos que venían naturalmente sucediendo siglo tras siglo, pero los cambios se han acelerado y muchos no están logrando acoplarse”, alertó Julio Bustamante, encargado de Investigación del Área de Conservación Pacífico Central (Acopac). Ante este panorama, las especies tienen tres opciones: perecer, migrar o adaptarse a las nuevas condiciones.
“Lo que pasa es que este ecosistema de alta montaña no tiene para dónde escapar ante el aumento de la temperatura, ya está en el punto más alto y frío del país”,dijo Bustamante.
Precisamente, esa vulnerabilidad ha despertado la curiosidad de la ciencia, cuyos investigadores ven en el estudio de los páramos una oportunidad para conocer lo que sucede con el clima.
Cerro Las Vueltas: estudios. Costa Rica posee 152 kilómetros cuadrados de páramos distribuidos en la cordillera de Talamanca y cerro de la Muerte.
Este ecosistema es propio del sur del continente. De hecho, los páramos alto andinos de la Reserva Biológica cerro Las Vueltas, en cerro de la Muerte, están localizados en el punto más al norte de América.
Estos páramos y turberas (humedales ácidos con una gran acumulación de materia orgánica) sirven de laboratorio a Lenín y Lucía Corrales, padre e hija, unidos en la investigación.
“La gente nos dice que antes podían observar el Caribe y el Pacífico desde la carretera en cerro de la Muerte, ahora no se ven. Eso nos indica que existe una probabilidad de que la vegetación esté subiendo, producto del calentamiento”, dijo Lenín Corrales.
Su estudio pretende observar los cambios sufridos por la vegetación y determinar si estos se deben o no al cambio climático.
Para ello, el investigador analizará datos históricos de 30 años, los cuales fueron recabados por sensores remotos. Asimismo, establecerá puntos de control donde medirá la cobertura y tipo de vegetación. También generará imágenes de alta resolución.
“Queremos dejar un indicador para que puedan seguir midiéndose estas variables a largo plazo. Este tipo de monitoreo se hace cada cinco o siete años, otras generaciones de investigadores son los que deben asumirlo. Nosotros estaríamos contribuyendo con la línea base de cómo están hoy los páramos para que sean una referencia”, dijo Lenín.
Lucía Corrales, por su parte, medirá el carbono acumulado en las turberas, así como los flujos de gases de efecto invernadero y otras variables ecológicas.
Según la literatura, las turberas guardan más carbono por hectárea que un bosque tropical y Corrales quiere ver si esto se cumple en los ecosistemas ticos de montaña alta.
María Alejandra Maglianesi y un equipo de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), Universidad de Costa Rica (UCR), Universidad Nacional (UNA) e Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR), también han mostrado interés en el cerro Las Vueltas, en donde estudian los procesos de polinización.
Debido a las condiciones adversas, muchas especies de polinizadores desarrollan estrechas relaciones con las plantas que polinizan. “Por lo tanto, estos organismos podrían desacoplarse más fácilmente si las plantas modifican sus periodos de floración en respuesta a las variaciones ambientales inducidas por el cambio climático”, explicó Maglianesi.
Según Bustamante, la Universidad de Oklahoma (EE.UU.) también mostró interés en los páramos ticos y sus investigadores ya instalaron las primeras tres parcelas de monitoreo para observar cambios en la flora.
“Como se está usando la misma metodología que en Sudamérica, entonces ya podríamos comparar nuestros datos y así tener una idea más amplia de lo que pasa”, dijo Bustamante.
Los guardaparques estarán aportando a estos esfuerzos a través del proyecto Mapcobio , el cual utiliza cámaras trampa para monitorear fauna.
Prioridad. Debido a la urgencia por contar con datos científicos que orienten la toma de decisiones y ayuden a entender el cambio climático, la prioridad de la Reserva Biológica cerro Las Vueltas es la investigación.
Así lo refleja su plan de manejo, elaborado recientemente gracias al aporte de ¢12,5 millones por parte de Asociación Costa Rica por Siempre (ACRXS).
Según Leonardo García, oficial de Conservación de ACRXS, el plan privilegia estudios en ecosistemas, así como poblaciones de animales (principalmente aves).
“Lo primero es generar una línea base para conocer la salud de los ecosistemas y, a partir de ahí, se tomarían medidas de protección”, dijo García.
El estado de salud del páramo podría estar siendo afectado por causas humanas (extracción de lana o palmito, así como atropellos de animales), cambio climático o ambas.
“También necesitamos estudios en ambientes acuáticos e hidrología”, agregó Bustamante.
Con el incremento de la temperatura, también cambian los patrones de precipitación y, según el guardaparque, en Las Vueltas está lloviendo menos.
Las turberas ayudan a cosechar agua en la estación lluviosa, la cual se libera en el verano hacia el Parque Nacional Tapantí. Este último es el que abastece a San José y Cartago.
“Cada metro cuadrado de páramo suple, diariamente, un litro de agua. Este ecosistema es un ente regulador del flujo hídrico”, explicó Bustamante.
Con fondos del II Canje de Deuda por Naturaleza, convenio de cooperación firmado por Costa Rica y Estados Unidos, se financia un proyecto para evaluar la integridad ecológica de la reserva. A partir de esa evaluación, se establecerán protocolos de investigación.
Según García, lo que se quiere es involucrar a los guardaparques y comunidades en los estudios, de manera que sean ellos quienes tomen datos.
Bustamante ve con buenos ojos esta iniciativa, ya que así los guardaparques tendrán acceso directo a la información.
“A veces los científicos son un tanto herméticos con sus datos, hay mucho celo profesional”, dijo Bustamante.
“Una investigación cuyos datos se esconden, no existe. Uno les ayuda con los permisos de investigación y es justo que nos colaboren con datos que nos ayuden a tomar decisiones”, agregó.