Grandes carnívoros, como el jaguar, requieren amplias extensiones de terreno para que puedan pasar de un sitio a otro y, con ello, mantener un flujo de genes que sea diverso y saludable. Todo esto para evitar la endogamia y, por consiguiente, la extinción de la especie.
Sin embargo, la cada vez mayor fragmentación de los bosques ticos –debido a la expansión de la frontera agrícola y urbanística, así como otros cambios en el uso del suelo– ponen en riesgo al felino más grande de América, al quedar aislado en ciertos espacios.
A esta conclusión llegó un estudio realizado por la investigadora Sofía Soto, de la Universidad de Costa Rica (UCR), tras hacer un análisis genético a partir de muestras de heces.
“Esta evaluación genética es un paso preliminar para determinar las mejores medidas de protección que se deben tomar dentro de las unidades de conservación, ya que este es un estudio pionero tanto en Costa Rica como en Centroamérica”, destacó Soto.
Vulnerables. En la región, los jaguares cuentan con territorios más pequeños por donde moverse, en comparación con Suramérica. Por ello, estos felinos centroamericanos tienen una menor variabilidad genética (diversidad de genes) que los suramericanos y esa tendencia se cumple para las poblaciones de Costa Rica.
Esa vulnerabilidad, ya existente, se ve acrecentada por la destrucción de los bosques, degradación del hábitat, disminución de presas y cacería directa (ya sea propiamente del jaguar) e indirecta (sus presas).
Antes de 1940, estos felinos se distribuían por todo el país. Entre 1949 y 1977, esta especie vio su hábitat reducido en un 34% y esto generó fragmentos de bosque, sin conectividad entre sí.
“Cuando las poblaciones se reducen en su número de individuos, pierden variabilidad genética, ya que quedan aisladas y se restringe el flujo génico entre ellas”, destacó Soto.
Esa baja variedad de genes reduce la capacidad de adaptación de las especies, tienen menos resistencia a las enfermedades y menos vitalidad reproductiva.
Esa preocupación llevó a Soto a realizar un estudio genético a partir de la recolección de heces que otros proyectos de investigación ya realizaban.
Se extrajo el ADN proveniente de células de colon que quedan adheridas a la parte exterior del excremento. Estas muestras fueron analizadas en el Laboratorio de Genética de la Conservación, en la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica (UCR), en conjunto con el Museo de Historia Natural (AMNH) en Nueva York, en Estados Unidos.
Aunque Soto halló que, a pesar de la aparente falta de conectividad entre poblaciones, la diversidad genética de la población de jaguares en el país es moderada y similar al resto de Centroamérica, en Tortuguero se identificó un grupo de jaguares que se diferencia de los otros en el país. Sin embargo, estos resultados hay que confirmarlos utilizando más muestras de la zona.
“Su distribución temporal y espacial causa un traslapo de ámbitos de hogar entre individuos y una fuerte estructura familiar, generando un entorno propicio para el aislamiento”, dijo Soto.
Esto sucede porque, en Tortuguero, los jaguares se han visto obligados a desplazarse a la costa para alimentarse de tortugas verdes (Chelonia mydas), ya que escasean las presas en el bosque y la agricultura los deja sin espacio.
Para sobrevivir, los machos incluso se toleran y comen de la misma tortuga.
“Más adelante, queremos ver el grado de parentesco entre los animales porque están en un espacio reducido de playa, compartiendo presas e incluso dos machos con una hembra, por lo que hay una interacción social mucho más compleja. Entonces, quiero confirmar a nivel genético lo que está pasando ahí”, comentó Soto a La Nación .
Corredores. Los corredores biológicos son una estrategia de conservación para conectar áreas de bosque y así garantizar el desplazamiento de animales. Con ello, se mantiene el flujo de genes en función de la supervivencia de las especies.
“Incluso se pueden tomar muestras genéticas en los corredores para evaluar su efectividad”, señaló Soto.
“Ese análisis genético también permitiría identificar barreras geográficas (como carreteras y represas) y medir su efecto”, agregó Gustavo Gutiérrez, investigador y director de la Escuela de Biología de la UCR.