Desde hace 12 años, María Laura Castro se levanta temprano para ir cada sábado a la feria orgánica de San Cayetano.
“Vengo porque este es un ambiente tranquilo, donde estoy en contacto con el productor y eso me garantiza que lo que me como es saludable”, adujo.
“Comer sano” fue la respuesta más frecuente dada a La Nación por compradores, cuando se les preguntó sobre su motivación para ir a una de las ocho ferias verdes visitadas por este diario en el mes de mayo.
“Algunos clientes han tenido situaciones personales que los han motivado a alimentarse más saludablemente y han entendido la importancia de consumir productos sin agroquímicos. Eso lleva a un proceso de concientización ambiental.
”Cuando organizamos giras a las fincas, los consumidores se sorprenden al ver lo que implica producir orgánico”, comentó Fidel de Rooy, fundador de la feria El Trueque, en Paso Ancho.
Para Eduardo Gómez, agricultor de Dota quien vende en el Mercadito de San Rafael de Escazú, comprar orgánico es también cuidar la salud del productor.
“Duramos 15 años produciendo de forma tradicional y llevamos cinco siendo orgánicos. En esos 15 años, cada dos semanas íbamos al doctor. Teníamos las defensas superbajas y pasábamos enfermos. Ahorita tenemos tres años de no enfermarnos”, aseguró Gómez.
En el país, las ferias verdes empezaron con El Trueque hace 17 años. Esta es la única certificada como 100% orgánica, por lo que es inspeccionada regularmente por el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).
“Nosotros nos regimos por el Reglamento Nacional de Agricultura Orgánica para mantener el control y supervisar tanto las fincas como los productos”, explicó de Rooy.
Aparte de El Trueque, en los registros del MAG están el Mercadito de San Rafael, la Asociación de Productores Orgánicos del Caribe (APOC) y la Asociación Cartago Orgánico como espacios donde se comercializa productos orgánicos.
En la mayoría de estas ferias, el comprador interactúa con el agricultor. Cristina Rodríguez admite que sus clientes son “preguntones” y ella lo aprovecha para contarles que utiliza agua llovida para regar sus cultivos en San Pedro de Coronado y que recurre a un arbusto para desparasitar a sus gallinas.
“Consumir orgánico es una cuestión de cultura. Nuestros productos no son más pequeños, ni más caros”, dijo Rodríguez.
En el recorrido realizado por La Nación se comprobó que los precios de verduras y hortalizas son similares a los supermercados, pero difieren entre ferias.
“El mayor beneficio es para el consumidor porque –aunque en las ferias tradicionales se encuentran productos orgánicos–, estos se pierden en el tumulto y la gente no los encuentra”, agregó la agricultora.
Creciente oferta. En los últimos cinco años, han surgido espacios donde se comercializan productos orgánicos en la Gran Área Metropolitana (GAM). “El gran pendiente, como siempre, es salir fuera de la GAM”, afirmó de Rooy.
“Con los años empezaron a surgir otras ferias y la población se ha repartido; así como hay días que viene más gente, en otros viene menos”, comentó Ena Aguilar, quien vende sus panes artesanales desde hace cuatro años en San Cayetano.
Ana Lorena Benavides, vecina de Pinares, se ha beneficiado de esa expansión. Antes iba a la Feria Verde ubicada en barrio Aranjuez, pero desde hace un mes empezó a frecuentar el Mercado Orgánico del Este que le queda a un kilómetro de la casa.
Allí no hay productores que vendan directamente sus verduras y hortalizas, pero Sharon Byfield se encarga de visitar fincas entre semana para comprarle solo a productores certificados y así vender sus productos cada sábado.
Verduras y hortalizas no es lo único que se vende. Lo artesanal –panes, jaleas y conservas– también tiene espacio.
Adrián Gutiérrez encontró en estas ferias un lugar donde vender sus filetes y camarones provenientes de la pesca artesanal. “No comercializamos especies en peligro de extinción y aprovechamos lo de temporada. Tiene sus ventajas: baja el precio y explicamos por qué es importante dejar que las poblaciones se recuperen para que siga habiendo pescado y marisco”, manifestó Gutiérrez, de LaPescaderia.cr
Espacio recreativo. Para de Rooy, el crecimiento en la oferta de espacios se debe a que estos han sabido enlazarse con otros emprendimientos convirtiéndolos en espacios de difusión cultural.
Desayunar en la Feria Verde ya es una tradición y este es el punto de partida de recorridos históricos por la ciudad. El Mercadito de San Rafael está ubicado, literalmente en el jardín de una casa escazuceña donde las personas pueden tomarse un café mientras leen el periódico.
En el Mercado Natural, en Curridabat, las personas se apuntan a jugar hula hula mientras que en La Carreta Verde se imparten clases de yoga o dibujo y también se improvisan mejengas.
Incluso, muchas personas llevan a pasear a sus perros y compran alimentos para realizar pícnics con sus hijos.
“Aquí se encuentra todo mundo. Este es un espacio para hacer comunidad. Ni la Municipalidad sabía en qué categoría ponernos para darnos el permiso”, contó Gisela Ramírez, fundadora del Mercadito de San Rafael.
También, ferias como estas ofrecen una excelente oportunidad de educación ambiental.
Lily Peña, fundadora de Mercado Kilómetro 0, sueña con que la gente vaya a la feria caminando o en bicicleta.
Su anhelo es que así se promueva una movilidad más saludable a la vez que se concientiza sobre la reducción de las emisiones de carbono causantes del calentamiento global.
“Estos son pedacitos verdes que nos brindan una oportunidad para encaminar la carbono neutralidad”, enfatizó Peña.