Si usted es de las personas que odia hacer actividad física, por más mínima que sea, es posible que sus genes tengan algo que ver. Eso sí, no les eche toda la culpa, pues los más probable es que estos genes solo sean los responsables del 12% de esta situación; el resto es falta de fuerza del voluntad y empeño.
Estas son las conclusiones de una investigación realizada por la Universidad Libre de Amsterdam, Holanda, publicadas en la revista Psychology of Sport and Exercise
Los científicos tomaron en cuenta parejas de hermanos para realizar el experimento, para así tener mayores similitudes genéticas. Utilizaron 115 pares de gemelos idénticos (o monocigotos, con genética 100% igual), 111 pares de gemelos no idénticos o "fraternales" (o dicigotos, con 50% genética igual) y 35 parejas de hermanos que no son gemelos (50% de genética igual, pero diferentes edades).
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Como primer paso, a todos se les hizo un examen en el que se les pesaba, se les medía, se anotaba su frecuencia cardíaca y se les consultaba si padecían alguna enfermedad. Posteriormente, se les hacía una entrevista para ver cuán activos o cuán sedentarios eran en su vida.
A todos los participantes se les pidió que hicieran 20 minutos de ejercicios en bicicleta estacionaria y otros 20 en una banda. La actividad física debía ser moderada, pero cada usuario fijaba lo que consideraba subjetivamente como "moderado".
Un día después, se realizó una sesión de ejercicios hasta que los participantes quedaran exhaustos.
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Mientras se ejercitaban se les preguntó a los hermanos cómo les hacía sentir esa actividad: si vigorosos, con fuerza, con vitalidad, o más bien desanimados, si se sentían con fuerza o no. Al terminar la sesión, se les hicieron las mismas preguntas.
Lo primero que vieron los investigadores es que cuanto más decía una persona que disfrutaba de hacer ejercicio, con más frecuencia hacía ejercicio y le ponía más intensidad a cada actividad.
¿Cuán comunes fueron las respuestas entre los hermanos? El análisis genético no arrojó tantas similitudes entre los hermanos que amaban u odiaban el movimiento, aunque el 12% podría tener carácter hereditario.
Todavía faltan análisis posteriores que determinarían cuáles son estos genes.
"Ahora que sabemos que el modo en que uno se siente durante y poco después del ejercicio es hereditario, podemos buscar los genes que están implicados. Esto podría llevar en el futuro a tomar en cuenta la genética a la hora de diseñar un plan de ejercicios ", manfestó en un comunicado de prensa Nienke Schutte, coordinadora del estudio.
Sin embargo, aún falta estudiar bastante este tema. Schutte y su equipo son conscientes de que estas conclusiones apenas son las primeras.