Pasar más horas al día viendo a la pantalla de un dispositivo tecnológico que a los ojos de otro ser humano es, en la actualidad, más una regla que una excepción.
Aunque hay quienes aseguran que la tecnología aleja y deshumaniza, también puede devolver la alegría y hacer que crezca como espuma el deseo de aprender.
Así fue para Gerardo Vargas, de 68 años, a quien descubrir cómo usar la computadora y navegar por Internet dice que le sirvió para dejar de lado la tristeza.
Vargas es uno de los 77 alumnos del Centro Comunitario Inteligente (CECI) que se graduaron, en junio pasado, del Programa Integral de Mercadeo Agropecuario y el Centro Nacional de Abastecimiento y Distribución de Alimentos (PIMA-Cenada).
Esta iniciativa es del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (MICITT).
Es fácil adivinar que para don Gerardo hay un antes y un después del curso, pues cuando habla de lo aprendido, su voz se enciende de emoción.
“Ahora paso tan divertido, practicando en la computadora, y quiero aprender más; quiero pasar más cursos. A pesar de mi soledad –yo tengo hijos, pero cada uno ya tiene su hogar– esto me ha llenado a mí todo. Más yo, que soy una persona anciana”, manifestó Vargas.
La paciencia es una de las virtudes que Gerardo destaca y agradece de los profesores de estos cursos, enfocados en alfabetizar digitalmente a amas de casas, agricultores y adultos mayores.
“Yo no hallo cómo pagarles por todo lo aprendido. Tienen esa gran paciencia, esa forma de ser, tan buenos. Si no entendiste algo, ellos te lo vuelven a repetir desde el comienzo hasta que uno lo entienda”.
Una de las mayores satisfacciones de don Gerardo es cuando se reúne con sus nietos, porque ahora les puede enseñar las fotos de su fallecida esposa que conserva en la computadora.
Los cursos del CECI también se convierten en oportunidades para demostrarse a sí mismo que se tienen las capacidades necesarias para llegar tan lejos como uno se lo propone, indica.
Antes de llevar este curso, Mabel Calderón de 44 años, pensaba que le iba a costar mucho entender este mundo de la informática.
Sin embargo, se atrevió a inscribirse alentada por una amiga que le contó de los cursos.
Fueron apenas seis semanas, que ella hubiese querido fueran meses, pero en esos días aprendió a navegar por Internet, a usar Excel –que le encantó– y Power Point –que le costó–. Ahora también sabe cómo enviar correos electrónicos.
Mabel es una ama de casa que dedica su tiempo también a cuidar a sus padres.
“Yo quería aprender a usar la computadora porque mis hermanos saben mucho y yo me quedé atrás”, aseguró la mujer.
Sin embargo, “se puso las pilas” y, aunque ya se graduó del curso impartido con el CECI, ahora se matriculó en otro que imparte la Municipalidad de San Antonio de Belén, lugar de donde es vecina.
A otros como Fermín Ortega el curso en el CECI le abrió las puertas para alcanzar un nuevo puesto de trabajo.
“Antes era jefe de cámaras, me tocaba hacer inventario de productos. Cuando yo saqué ese curso, se abrió un puesto que se llamaba documentación. Consistía en archivar y llevar a un control en la bodega”, relata Ortega, de 26 años.
Ahora los conocimientos adquiridos lo ayudan a llevar registro con el programa Excel, de los cheques y documentos que entran y salen de Interfrut, la empresa para la que trabaja en Cenada.
El beneficio de estos cursos no es solo para quienes aprenden. Algunos de los profesores de este programa son becados. A cambio de su trabajo reciben apoyo económico que les permite costear sus estudios en una carrera técnica, gracias al convenio establecido entre el MICITT y el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS).