¿Dónde se ubica la mente, cómo funciona, cuáles son sus alcances?... Obsesionados por hallar respuestas a interrogantes como estas, monjes budistas tibetanos y neurocientíficos estadounidenses y europeos decidieron, hace diez años, unir esfuerzos en las llamadas "comunidades de conocimiento", promovidas por la Fundación Ciencia para Monjes.
En estos espacios efectúan estudios colaborativos como los relacionados con el entrenamiento mental a través de la meditación (práctica común entre monjes) y cómo este estado modifica el cerebro, o bien, podría ayudar a reducir el estrés, la ansiedad o incluso, resultar beneficioso para los niños con déficit de atención.
Esta explicación la dio a La Nación Bryce Johnson, presidente de Fundación Ciencia para Monjes, quien a principios de setiembre estuvo de visita en Costa Rica, en el marco del Congreso Nacional de Ciencia, Tecnología y Sociedad, organizado por la Fundación Cientec.
Gran experiencia. "Si uno quiere ser piloto, necesita acumular horas de vuelo. Si quiere ser cirujano, pues requiere horas de práctica en el quirófano. Dichos monjes son profesionales de la meditación; su entrenamiento ronda los 25 años", comentó Johnson.
Precisamente, esa ardua preparación es lo que fascina a la neurociencia porque, según Johnson, le permite conocer cómo funciona un cerebro expuesto a horas y horas de meditación.
Los monjes, de igual manera, suelen practicar el debate y la argumentación. "Lo ven como una herramienta de entrenamiento mental y están conscientes de las diversas emociones que afloran durante estos momentos. Por eso, aplican técnicas para disminuir los efectos de tales emociones", enfatizó Johnson. Aseguró que eso les permite a los monjes plantear diferentes hipótesis, sin tomar partido por ninguna.
Colocándoles sensores en la cabeza, los neurocientíficos también suelen estudiar a los monjes durante estos procesos deliberativos para observar cómo reacciona su cerebro.
"Es increíble cómo pueden argumentar apasionadamente, pero no se lo toman a modo personal", manifestó Johnson.
Dos mundos, el mismo fin. Los monjes budistas tibetanos también suelen ser personas llevaderas, con gran sentido del humor. Sobre todo, y según los describe Johnson, son gente con ansias de adquirir nuevos conocimientos.
"Uno de ellos me dijo que quería ser un monje del siglo XXI, inmerso en el mundo moderno, y él cree que la ciencia es una herramienta para conseguirlo", dijo.
La ventaja —aseguró— es que el budismo y la ciencia parten del mismo interés: ambos desean entender cómo la mente experimenta la realidad.
"Gracias a la ciencia sabemos ahora que los fotosensores ubicados en los ojos son los que captan la onda de luz y esa información, al llegar al cerebro, se descodifica para decirme que algo es rojo, verde o azul. El color no está propiamente en el objeto que vemos sino en nuestro cerebro. El cómo se experimenta esa realidad es algo que los monjes hacen a diario a través de la meditación y los debates", comentó Johnson.
Y agregó: "Para ellos, cualquier cosa que les ayude a entender la naturaleza de la realidad es un ejercicio espiritual".
En su búsqueda de respuestas, los monjes, al lado de los científicos, también incursionan en temas que tengan que ver con astronomía, física y biología.
"A algunos les interesa ahondar en lo más pequeño porque, conociéndolo, entienden la base desde dónde se construyó todo lo demás. Otros piensan de una forma más práctica y quieren ayudar a resolver problemas en su comunidad", manifestó Johnson.
Asimismo, aseguró que desde que interactúa con ellos, se ha acercado a la ciencia de una manera más humilde.
"De hecho, eso lo convierte a uno en un mejor científico porque uno vuelve a la esencia de descubrir y aprender", sostuvo Johnson.