Una calza de metal anclada en el terreno era lo único que sujetaba la rústica escalera fabricada con cuerda y madera por la cual el sismólogo Marino Protti descendió tres metros hasta el fondo de un foso. Al mejor estilo de “MacGyver”, Protti bajó hasta un lugar desprovisto de aire y abundante en calor para colocar un sismómetro, instrumento que mide las oscilaciones de la tierra durante un movimiento sísmico.
La semana pasada, Protti recorrió la zona sur de Costa Rica para iniciar la instalación de 15 estaciones sismológicas que permitirán estudiar los patrones de comportamiento sísmico por esos rumbos.
“La zona sur del país nunca ha tenido una red densa de estaciones; entonces, es relativamente poco lo que conocemos sobre las fallas locales. La información que tenemos sobre la zona de subducción también es escasa y ha sido recabada a raíz de registros históricos de los terremotos grandes, pero no hay más detalles”, explicó el científico, quien trabaja para el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori), una dependencia de la Universidad Nacional.
Protti aprovechará la experiencia acumulada después de 20 años de estudiar la península de Nicoya, aunque reconoce que, en el sur, el proyecto es menos ambicioso.
Tierra inquieta. De acuerdo con Protti, se cuenta con reportes históricos de terremotos fuertes ocurridos en la península de Osa en 1856, 1904, 1941 y 1983. Con su epicentro localizado en Golfito, este último sismo se produjo a las 8:50 p. m. del sábado 2 de abril de 1983 y tuvo una magnitud de 7,3 grados.
Todos esos sismos se produjeron en una zona de subducción, un fenómeno que se produce cuando una placa tectónica se desplaza debajo de otra.
“La placa del Coco se mueve debajo del llamado bloque de Panamá. Es una colisión bastante grande porque con la placa del Coco viene una cordillera submarina. Esa subducción genera terremotos de magnitudes entre 7,2 y 7,4 cada 40 años aproximadamente”, explicó.
De acuerdo con Protti, este proceso es similar al que produce los terremotos en la península de Nicoya, pero con una variante. “La falla en Osa es un poco más pequeña, y la velocidad de convergencia (velocidad a la que chocan las placas) es más rápida. Por esa razón, la liberación de energía es también más rápida”, aclaró el científico.
La primera de estas estaciones se instaló en una propiedad privada ubicada en Potrero Grande de Buenos Aires de Puntarenas, y la segunda en el Parque Nacional Piedras Blancas, en Golfito.
El sismólogo detalló que se buscan espacios con ciertas condiciones: “Deben ser lugares abiertos, pero seguros para evitar que las estaciones sean vandalizadas. También deben ser sitios que permitan la exposición al sol, pues los equipos funcionan con energía solar y además que estén lejos del ruido para no interferir en la mediciones”.
¿Cómo le siguen el rastro a esas placas tectónicas hiperactivas?
La estrategia combina ciencia pura, pero también un poco de ingenio práctico para diseñar cada una de las estaciones con materiales y herramientas de uso cotidiano.
Lo primero, explicó Protti, fue cavar un hueco “a pura pala”, a una profundidad de entre tres y cuatro metros para colocar ahí un tubo de plástico PVC que funciona como un túnel protector.
En la base de ese foso se construyó un pilar de concreto de 30 centímetros de diámetro sobre el cual se colocó un sismómetro de banda ancha. Este instrumento se utiliza para medir la velocidad con que se mueve el terreno, y debe su nombre a su capacidad para registrar un amplio rango de frecuencias.
“Son susceptibles a movimientos rápidos”, agregó Protti.
En la cima del “túnel” de se colocó un acelerómetro, el cual mide la aceleración del terreno por el paso de las ondas sísmicas y solo responde a movimientos muy fuertes.
Las señales de ambos dispositivos se envían a una caja de registro. Fuera del compartimento y a algunos metros de distancia, una estación de GPS rastrea la posición y complementa las funciones de los dos instrumentos anteriores . Todos funcionan gracias a energía solar. “Las zonas de subducción liberan alrededor del 90% de toda la energía del planeta, y por eso es importante investigarlas”, destacó el científico. Aclaró, sin embargo, que este monitoreo no debe interpretarse como una “predicción” de eventos sísmicos.