Las pupilas del niño que era Carlos Alvarado adquirían cierto brillo cuando lograba ubicar, en el firmamento, la constelación de la que había oído hablar.
Casiopea, Orión, Pegaso y Perseo. Sus ojos se detenían en los puntos brillantes, mientras su mente dibujaba las líneas invisibles que formaban las figuras.
¿Qué tiene el espacio que fascina, al punto de querer dedicarle la vida? “Nos reta. Nos motiva a mirar más allá y superar nuestros límites”, dice Alvarado, ahora de 32 años convertido en ingeniero.
Hace siete años, e impulsados por el espíritu de los niños que alguna vez fueron, 20 miembros de la Asociación Centroamericana de Aeronáutica y del Espacio (ACAE) se atrevieron a anunciar que pondrían el primer satélite centroamericanoen órbita.
No faltaron los escépticos, tampoco quienes se burlaran. Nada detuvo a los jóvenes de ACAE, que ahora son 100.
Su arduo trabajo, pasión y perseverancia rindió dos resultados este año. Lograron que cientos de personas financiaran el proyecto Irazú, que consta de un nanosatélite que proveerá información sobre los bosques costarricenses, a través de una iniciativa de crowdfunding.
Además, convencieron al Instituto Tecnológico de Kyushu de Japón para lanzar el aparato desde el módulo Kibo, el cual forma parte de la Estación Espacial Internacional (EEI).
Con eso resuelto, el lanzamiento del primer satélite centroamericano está previsto para finales del 2017.
Cuando eso se logre, ACAE le habrá demostrado al país que sí se puede trascender la curvatura del planeta desde una región a la cual pocos ponen atención, a menos que sea para hablar de desastres, narcotráfico o migraciones.
Esa manía de lanzar globos
En el 2009, un grupo de 20 jóvenes –liderado por Alvarado– crearon ACAE.
“Aparte de desarrollar las ciencias de la Tierra y el Espacio en el país, el objetivo de la asociación es atraer inversión de alto nivel a la industria aeroespacial”, explica Alvarado.
Para ello, lo primero era demostrarle al mundo que Costa Rica tiene la capacidad instalada para acoger una industria aeroespacial. ACAE empezó a trabajar en el proyecto del primer satélite centroamericano.
Tras meses de preparación, en el 2010, se puso a prueba el Sistema de Computación Embebido de Investigación a Gran Altura (SCEIGA). El dispositivo fue diseñado por Yoel Wigoda, miembro de ACAE y entonces estudiante de ingeniería electrónica del TEC.
SCEIGA se diseñó para medir, gracias a sensores, variables como presión atmosférica, altura, temperatura, coordenadas, velocidad, cantidad de luz, aceleración y porcentaje de humedad.
Apoyados por Ad Astra Rocket, los jóvenes probaron la altura máxima que podía alcanzar el dispositivo. Para ello, lo colocaron en un globo aerostático que se elevó hasta alcanzar una altura de 30 kilómetros antes de estallar (un avión comercial vuela a 10 kilómetros). A esa altura ya es posible apreciar la curvatura del planeta.
Esa fue la primera prueba del proyecto Daedalus. “Este fue un ejercicio para aprender las técnicas de diseño, lanzamiento y recuperación de sondas espaciales”, comentó, en ese entonces, Rónald Chang a La Nación.
Vendrían más lanzamientos. Uno de ellos logró captar imágenes del golfo de Nicoya y el lago Arenal a 20 kilómetros de altura y otro retrató a la ciudad de San José, con sus ríos Tiribí, Torres y Virilla así como el Estadio Nacional y La Sabana, a 35 kilómetros.
Uno de los lanzamiento se hizo en el parque de la Paz y se invitó al público a presenciarlo. Ese era el primer experimento que se haría con el Centro de Investigación en Ciencia e Ingeniería de Materiales (Cicima) de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Los investigadores del Cicima pretendían ver cómo se comportaba el caparazón de un escarabajo metálico (Chrysina chrysargyrea) en condiciones extremas. Pretenden enviar un experimento a la EEI y ACAE, a través del proyecto Ditsö, es su cómplice en esta misión.
Daedalus llegó a su fin en abril de 2013. “Mucha gente se burlaba de nosotros por lanzar globitos. Recibimos muchas críticas, pero nosotros sabíamos que eso era necesario para crear capacidades. No podíamos lanzar un satélite de un momento a otro, sin siquiera poder realizar misiones más simples”, manifesta Alvarado.
Con cada globo que se lanzaba, ACAE aprendía más y más. Esto les posibilitó a que, en 2012, empezaran a trabajar en la misión tecnológica y científica del proyecto Irazú.
El primer satélite
En abril de 2013, ACAE y el TEC formalizaron su alianza a través de un convenio que les permite trabajar en la construcción de nanosatélites y otros dispositivos aeroespaciales, con sus respectivas misiones científicas, así como aspirar a crear la primera agencia espacial para el año 2021.
En enero de 2015 presentaron el nanosatélite, un cubo de 10 centímetros que pesa escasos 10 kilogramos, que diariamente transmitirá datos sobre cómo se comportan los flujos de dióxido de carbono en los bosques costarricenses.
El dispositivo parte de un estándar de diseño conocido como CubeSat, es decir, este será un satélite pequeño, liviano y de bajo costo. Contará con paneles solares, antenas y componentes internos como computadoras, baterías, sistemas de comunicación y orientación.
“Esas características de tamaño y costo brindan una oportunidad a países emergentes, como Costa Rica, para incursionar en el tema aeroespacial”, argumenta Luis Diego Monge, ingeniero y directivo de ACAE.
“Los nanosatélites, dado que son muy pequeños y de vida corta, tienen un propósito más tecnológico, el cual es demostrar la capacidad de un grupo de investigadores de ensamblar, programar y operar un satélite en órbita. Algunas veces se les ha asignado alguna misión específica, pero estas son muy sencillas”, explica Julio Calvo, rector del TEC.
Sin embargo, los investigadores de ambas organizaciones se retaron a sí mismos y diseñaron una misión científica con alcances globales.
“El TEC está desarrollando un dispositivo especial para medir el crecimiento en los árboles día a día. Los datos servirán para calcular el secuestro de carbono diario y para comprender cómo los cambios en el ambiente pueden acelerar o disminuir ese proceso, el cual sirve para reducir la concentración de gases efecto invernadero que son responsables del calentamiento global”, destaca Calvo.
Dicho dispositivo se colocará en los árboles de plantaciones forestales y bosques. Cuando el nanosatélite –bautizado Irazú– pase por Costa Rica, recopilará la información captada por los sensores de dicho dispositivo y la transmitirá de inmediato al TEC.
“No se trataba de hacer un satélite por hacerlo sino que, al darle un objetivo científico, se está invirtiendo en la generación de conocimiento y esto ayuda a demostrar las capacidades que existen en el país tanto en el desarrollo de tecnologías como en investigación”, recalca Monge.
El costo total de la misión es $500.000 y los investigadores estaban cortos por $75.000. Por ello decidieron lanzar una campaña de recaudación de fondos a través de www.kickstarter.com.
El período para recibir donaciones era apenas un mes y el día antes de cerrarse, se superó la meta con $76.492, gracias al apoyo de 825 patrocinadores.
¿Qué motivó a la gente a apoyarlos? Monge tiene sus hipótesis: “Primero, el proyecto viene a retomar el tema de la exploración espacial que inició con Franklin Chang. Parecía que nuestras aspiraciones terminaban con él hasta que llegó un grupo de gente queriendo retomar el tema, dispuesta a seguir sus pasos y reuniendo el talento que tiene el país para intentar llegar nuevamente al espacio.
”Lo otro tiene que ver con la misión científica. Los costarricenses están muy identificados con sus bosques y naturaleza. La gente considera que la meta de carbono neutralidad es importante.
”Lo tercero es que estas plataformas de crowdfunding permiten nuevas formas de participación ciudadana. Ya la gente no espera respuesta del gobierno o instituciones, sino que, como ciudadanos, podemos unirnos y, entre todos, lograr proyectos. Hay una identificación de ciudadano a ciudadano”, dice Monge.
En enero del 2017 comenzará el ensamblaje del nanosatélite, proceso que finalizará a mediados de año. Posteriormente, el cubo viajará a Japón donde se realizarán las pruebas para su lanzamiento.
Para esta etapa del proceso, ACAE se alió al Instituto Tecnológico de Kyushu para que sea este centro de estudios japonés se encargue de las pruebas, certificaciones y envío.
Sus laboratorios poseen equipos de simulación e interacción de ambientes espaciales con aeronaves y dispositivos satelitales. Aunque las instalaciones son japonesas, tres ticos serán quienes se encarguen de las pruebas.
“Ya tenemos gente que sabe cómo diseñar un nanosatélite, otros saben cómo armarlo y otros más sabrían cómo se prueba. Eso nos permite, como país, tener una masa crítica que nos ayuda a ir insertándonos en este sector que, en el mundo, tiene gran participación en la economía”, comenta Monge.
Según Mengu Cho, director de Ingeniería Espacial del Instituto Tecnológico de Kyushu, ya el proyecto Irazú está en el cronograma de lanzamientos de la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA).
“Estoy impresionado con el equipo, pues tiene una enorme voluntad. La tecnología para construir estos aparatos está disponible, pero lo más importante es que el equipo tenga la convicción de que va a triunfar, sin importar lo que suceda.
”Cualquier proyecto grande comienza con algo pequeño. Lo más importante de un proyecto como Irazú es que no solo se lanza un satélite, sino que existe una estrategia de formación de jóvenes ingenieros que podrán seguir desarrollando otras misiones”, dijo Cho.
Este es tan solo el comienzo, se prevé que exista Irazú I, II y III. “Esperamos desarrollar un proceso de misiones espaciales desde universidades para que el tema quede completamente consolidado en el país”, enfatiza Alvarado.
“Este primer nanosatélite activará una cadena de proyectos con financiamiento externo para desarrollar iniciativas con mayores capacidades, para la solución de retos en países en vías de desarrollo”, considera Calvo.
Rindiéndole cuentas al niño
No ha sido fácil. A los miembros de ACAE les ha tocado hacer trillo mientran caminan. “No crea, eso abruma y hay días en que uno simplemente quiere dejar todo botado. Es una reacción muy humana, porque hay veces que uno siente que ya no puede más”, dice Monge.
“Ahí es cuando me acuerdo del chiquillo de 11 años, parado en el parque de Cartago, saludando a Franklin Chang y a los otros astronautas cuando vinieron al Congreso Espacial de las Américas. Cuando me acuerdo de él, me doy cuenta de que no lo he decepcionado.
”Pues sí, es duro y falta mucho por hacer, pero si tuviera a ese chiquillo al frente podría contarle lo que he hecho, que hasta conocí a Buzz Aldrin (segunda persona en caminar en la Luna) y Sergei Krikaliov (la persona que más tiempo ha pasado en el espacio), y espero que se sienta orgulloso de mí”, relata Monge, mientras cierto brillo se apodera de sus pupilas.