Nació hace solo cuatro años, pero ya debe someterse a una agenda realmente saturada, casi como la de un adulto: por la mañana va al kínder y en las tardes recibe, según el día de la semana, inglés, natación o robótica. El sábado asiste a karate.
Sus padres tienen la buena intención de “potenciar al máximo su talento”. Sin embargo, cabe preguntarse si se les estará pasando la mano.
Aunque este es un caso ficticio, la escena se repite cada vez más en hogares con hijos en edad preescolar y en familias “apuntadísimas” con la estimulación temprana.
Según psicólogos, educadores y psicopedagogos, estimular en los primeros cinco años de vida siempre da resultados beneficiosos. Pero el exceso o la “sobreestimulacion” podría ser frustrante para el niño e incluso interrumpiría su proceso de aprendizaje. “La sobreestimulación y las agendas recargadas hacen que los menores pasen de una actividad a otra con poco tiempo para descansar, jugar o ser ellos mismos”, dice Carolina García, educadora y psicóloga educativa.
Según la especialista, con estos niños sucede algo muy interesante: “Reciben tantas, tantas instrucciones todo el tiempo, que cuando se les pide elegir o tomar una decisión, no lo logran”.
Para García, la forma natural de aprender de los menores es el juego. Así comparten con otros y con su entorno y conocen sus habilidades y sus límites. “El juego más efectivo debe ser libre; que los niños pongan sus propias reglas. Esa es la mejor forma de aprender”, sostiene García.
La psicopedagoga Laura Ureña opina igual: “La sobreestimulación es castración creativa. Los chicos se sobrecargan y se enferman. Cuando la estimulación es demasiada y son muchas las órdenes, actividades y el tiempo estructurado con tal de aumentar el ritmo del aprendizaje, lo que sucede es que se incrementa la ansiedad”, señaló en una entrevista anterior con La Nación.
Las consecuencias pueden manifestarse en diferentes niveles y ser muy distintas de un niño a otro. Un estudio de la Universidad de California, en San Francisco (EE. UU.), señaló que estas van desde negarse a estudiar hasta sufrir problemas de sueño y gastritis. ¡A esas edades!
Ritmos distintos. Una de las mayores preocupaciones de investigadores internacionales es la de centros de preescolar que prometen a los padres que sus hijos, por ejemplo, comenzarán a leer antes de cumplir los seis o siete años. Esto podría resultar frustrante para quienes tienen un ritmo más lento de aprendizaje.
De acuerdo con Malva Villalón, investigadora de la Universidad Católica de Chile, uno de los problemas es hacer una educación “unitalla”, sin tomar en cuenta las diferencias que existen entre los menores.
“Una enseñanza así atenta contra el derecho a la educación de todos los seres humanos. Enseñar lo que los niños ya saben genera en ellos frustración y desconfianza en sus propias capacidades. Enseñarles en un nivel de dificultad más alto que sus conocimientos previos se traduce en ansiedad y baja autoestima”, aseveró Villalón a La Nación.
¿Qué hacer? Los expertos dicen que no existen fórmulas, pero lo primero es tomar un respiro y analizar la situación, ponerse en los zapatos del niño, mirar su esencia y buscar un balance.