"Los niños que hemos visto en campos de guerra y que están expuestos a la muerte de manera constante, pero que reciben amor en sus hogares, presentan un mejor desarrollo cerebral que quienes, aún viviendo en un entorno más tranquilo, experimentan la violencia día a día en sus casas".
Lynne Jones no disimuló preocupación en sus palabras. Esta psiquiatra de la Universidad de Oxford, quien ha presenciado varios conflictos bélicos como los de Kosovo, Iraq y Siria, compartió sus apreciaciones en un curso para periodistas de distintas partes del mundo en la Universidad de Columbia, en Nueva York, Estados Unidos.
¿Qué pasa cuando quienes deberían ser los mayores protectores de los niños (es decir sus padres o cuidadores) se convierten más bien en sus verdugos? Jones hizo una pausa, antes de responder esta pregunta de La Nación durante ese evento.
"Es algo lamentable, muy triste. No hay una respuesta fácil. No podemos decir cómo resultará ese niño, no podemos asegurar: 'está condenado'. Pero lo cierto es que el hecho de estar expuesto constantemente a la violencia, de cualquier tipo, sí dañará su desarrollo cerebral en alguna medida, sin mencionar lo que esto lesionará su autoestima y sus emociones", explicó la experta.
Está comprobado que el coeficiente intelectual, el rendimiento académico, la capacidad de concentración, el autocontrol y la toma de decisiones pueden verse afectados en los menores sometidos a entornos violentos, sobre todo, si esto sucede en sus hogares.
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Epidemia en Costa Rica
La pregunta que La Nación hizo a Jones no fue antojadiza. En Costa Rica, aunque los conflictos bélicos no son una realidad, la violencia (en diferentes manifestaciones) hacia los menores –o el que estos sean testigos de ella– es algo común para quienes trabajan con la niñez en este país. Tanto así que desde el 2011, el Hospital Nacional de Niños (HNN) declaró dicho problema como epidemia.
En ese centro hospitalario, durante el 2016 se atendieron 2064 chiquitos víctimas de agresión. De ellos, 1.039 tenían cinco años o menos. El 43% correspondió a mujeres.
Durante el el primer semestre de 2017, la situación mejoró un poco, pues se recibieron 1.017 menores por esta causa, 100 menos de los que se habían atendido en el mismo período del 2016. Sin embargo, los números siguen siendo altos, pues se trata de un promedio de 5,6 pacientes diarios.
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La mayoría de estos casos, sin duda, tienen lugar en ambientes familiares.
"La violencia es de nuestras principales preocupaciones. Vemos cosas muy duras en niños de todas las edades, y eso que nosotros vemos los casos más graves nada más. Otros muchos chiquitos son víctimas de violencia todos los días y esto afecta mucho su salud y su desarrollo mental", manifestó Olga Arguedas, directora del HNN.
Según ella, los agresores suelen ser, principalmente, papás y mamás con un pobre control de sus emociones o personas que también sufrieron los estragos de comportamientos violentos.
El tipo de abuso más común es la negligencia (falta de atención a necesidades básicas de los menores), que en el 2016 registró 1.356 víctimas, seguido de la violencia emocional, con 254 casos. Luego está la violencia sexual qie registró 122 pacientes, la violencia física con 61 casos, la prenatal (agresión en el vientre materno) que tuvo 47 afectados y la violencia entre pares (otros niños de la misma edad) que llevó al hospital a 35 menores. Asimismo se dieron 28 casos de abandono y cuatro de explotación económica.
En lo que va del 2017 la negligencia también encabeza la lista con 730 víctimas, seguido de la violencia emocional con 138 y la sexual con 78.
Es cierto que hay agresiones muy evidentes como traumatismos, moretones y fracturas. Sin embargo, Arguedas llamó la atención de las secuelas generadas por la violencia psicológica o afectiva que derivan en ansiedad, depresión y estrés postraumático.
Según ella, la negligencia, al ser la forma de violencia más común en el país de acuerdo con las estadísticas, podría tener más repercusiones que el abuso físico, pues golpea la parte emocional, física y de apego de los menores.
"Las llamadas formas directas de violencia hacia los niños (como golpes y maltrato sexual) pueden afectar su desarrollo físico, cognitivo, emocional y social. Lesionan la evolución del cerebro y aumentan el riesgo de enfermedades mentales. De igual manera generan un mayor riesgo de incurrir en conductas dañinas como el fumado o uso de drogas, conducción temeraria, prácticas sexuales de riesgo. También son más las posibilidades de que esos niños se conviertan en personas violentas en su vida adulta", explicó James Lekman, investigador y profesor en psiquiatría y desarrollo infantil de la Universidad Yale.
No obstante añadió: "también hay que ponerle atención a las formas indirectas de violencia (emocional, negligencia) que afectan a los menores. Privarlos de alimento o de su educación formal o el que sus padres tengan horarios de trabajo largos y extenuantes que no le permitan compartir con ellos, todo eso también produce consecuencias".
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Estrés crónico genera sustancias perjudiciales
Ahora bien, ¿cómo se afecta el cerebro de los niños con estas situaciones y cómo eso impacta en su desarrollo cognitivo?
De acuerdo con los investigadores, ser víctima o testigo constante de violencia hace que en las neuronas del menor se produzca algo conocido como "estrés tóxico".
Esto se da cuando un chiquito vive, sin el adecuado acompañamiento de un adulto, constantes y prolongadas adversidades, como habitar en un entorno violento, experimentar la pobreza extrema, o sufrir la desnutrición. Quienes experimentan agresiones constantes (sin importar el tipo) suelen padecer de estrés tóxico.
De acuerdo con Jack Shonkoff, profesor de salud infantil en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard y especialista en neurodesarrollo, el cerebro, desde sus primeras etapas de formación, está preparado para responder al estrés, ponerse en estado de alerta y reaccionar.
Cuando un niño pequeño se se somete a momentos estresantes (ya sea porque escuchó un ruido muy fuerte, escucha gritos, lleva mucho tiempo sin comer o lo están agrediendo física, sexual o emocionalmente), su cerebro entra en estado de alerta y segrega sustancias como el cortisol que resultan dañinas.
Esta sustancia envía mayores niveles de azúcar a los músculos para que estos respondan ante la alerta (parte del instinto de supervivencia).
Si esto sucede de forma esporádica, una vez pasado el episodio de estrés, todo regresa a la normalidad.
Mas, cuando el estrés se vuelve crónico y los niveles de cortisol se disparan constantemente en un cerebro cuyo desarrollo apenas comienza, su evolución puede perturbarse, debilitar otros sistemas del cuerpo y órganos y aumentar el riesgo de deterioro cognitivo, recalcó Shonkoff.
El especialista no es el único en afirmar algo así. Desde el 2012, un estudio publicado en la revista Journal of Epidemiology and Community Health había señalado que los niños que sufren agresiones físicas o psicológicas durante los primeros dos años de vida, o que vieron cómo agredían a su madre, tienen un menor desarrollo cerebral que quienes nacen en un ambiente más estable.
Estos menores presentan un coeficiente intelectual hasta 7,25 puntos más bajo que los niños con un entorno familiar armónico.
Además, las calificaciones escolares de las víctimas de agresión pueden ser hasta 50% más bajas que las del promedio.
La investigación demostró que entre más temprano comenzaba el maltrato y entre más tiempo se mantenía, los resultados eran peores.
Otro estudio realizado en el 2010 con 1.099 niños de diez estados estadounidenses, arrojó resultados similares. En esta investigación se dio seguimiento a la capacidad cognitiva y habilidades de los participantes, entre los dos y los 12 años.
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“Se vio que los menores que estaban en el 10% de rendimiento más bajo a los dos años, pero que venían de hogares más estables, un tiempo después mejoraron su rendimiento y se ubicaron cerca del promedio, mientras que los menores que vivían en hogares conflictivos mantuvieron ese rezago. Incluso niños que tenían condiciones normales pero vivían agresión o pobreza registraron un desarrollo menor”, dijo a La Nación Kimberly Noble, del laboratorio de neurocognición, experiencia temprana y desarrollo del centro médico de la Universidad de Columbia.
"Entre más limitaciones tenía el infante, mayor era el rezago. Eso sí, tampoco hay que generalizar los casos. No podemos decir que, por ejemplo, la pobreza causa déficit en el cerebro. Hay casos de éxito en quienes vivieron pobreza extrema o violencia de niños", aclaró la especialista.
Katie McLaughin, directora del laboratorio de estrés y desarrollo de la Universidad de Washington, también ha descrito los cambios cerebrales de quienes sufren formas graves de maltrato en la niñez.
Ella y sus colaboradores tomaron dos grupos de adolescentes: uno de ellos fue maltratado en su niñez y el otro no. Con ayuda de resonancia magnética, se analizó la actividad cerebral cuando se las pasaban imágenes de diferente tipo. A la hora de pasar imágenes violentas, el cerebro de quienes recibieron abuso mostraba acciones diferentes.
Por ejemplo, la amígdala el tálamo y la ínsula interior (zonas relacionadas con el control de impulsos, el estrés, las emociones y la toma de decisiones) tenían mayor actividad cuando se exponían a estos estímulos negativos.
"Modular respuestas ante situaciones negativas puede requerir mayor esfuerzo para quienes han sido maltratados, por lo que el autocontrol puede ser más difícil en situaciones de mucho estrés", comentó McLaughin en su estudio.
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Afectación genética
La transformación en el cerebro generada por la exposición constante a la violencia también promueve cambios en la forma en la que se expresan los genes y hasta en la producción de hormonas.
Durante el evento para periodistas, Stacy Drury, especialista en psiquiatría y neurología infantil de la Universidad de Tulan, presentó los resultados de un estudio realizado con niños que vivían en orfanatos u hogares de acogida.
Muchos de estos menores enfrentaron condiciones traumáticas con sus familiares. La investigadora y su equipo analizaron en esta población los telómeros, regiones del ADN situadas en los extremos de los cromosomas.
La longitud de estos telómeros está relacionada con la edad. Con el tiempo, estos se reducen de tamaño y pierden la capacidad de reproducirse, lo cual se relaciona con el proceso de envejecimiento.
Los telómeros cortos también están asociados a trastornos mentales, como depresión o ansiedad.
En algunas personas ese desgaste ocurre de forma más rápida que en otras, por ello se decidió investigar si estos niños, una vez que crecieron, tenían telómeros más cortos. Y así fue.
"Los niños que viven violencia pueden tener mayores problemas para concentrarse, tomar decisiones, idear un plan B y manejar la frustración. Por eso también debe cuidarse cuando a los menores que viven en un hogar violento se les lleva a un orfanato. Es posible que se salven de la violencia, pero se les está arrebatando su ambiente familiar y a las únicas personas que conocen. Eso también genera estrés, por lo mismo, deben ser atendidos con amor, respeto y se les debe dar acompañamiento profesional", dijo Drury.
Por su parte, la directora del HNN, Olga Arguedas, indicó que de las implicaciones genéticas de la violencia, existe mucha evidencia científica.
"Bioquímicamente la forma más común de variación genética es que en el ADN se introducen 'copias extra' de moléculas llamadas metilo, esto se conoce como metilización del ADN. En el 2008, en Canadá, se hizo un estudio post mortem del cerebro de personas que se habían suicidado, se les dividió en grupos: unos habían sufrido abuso infantil, otros no. En los primeros se vieron grupos de metilo que no estaban en el segundo", comentó Arguedas.
Daños a la salud física
El maltrato también tiene consecuencias físicas. Quienes vivieron algún tipo de agresión durante su infancia tienen más riesgo de padecer enfermedades crónicas de adultos.
Estudios muestran que cuando se vive violencia en la niñez aumentan las posibilidades de obesidad, diabetes, hipertensión e infartos. Todo esto eleva las posibilidades de que la persona muera antes de los 70 años.
Muchas de las hormonas relacionadas con el estrés aumentan la producción de azúcares en el cuerpo y si esto se mantiene de forma sostenida durante varios años, es más probable la aparición de males crónicos.
El panorama se complica en ocasiones, pues muchas veces, cuando un médico identifica una agresión, esta ya lleva tiempo de estar sucediendo y sus secuelas son más fuertes.
En busca de soluciones
¿Cómo prevenir el maltrato infantil? Para los especialistas la respuesta apunta a varios factores, entre ellos, y el más importante, es asumir a los niños como parte activa de la sociedad y velar por su cuidado integral.
El HNN realiza campañas periódicas para informar de la importancia de educar a los menores sin golpes ni gritos. La Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) también cuenta con recursos para motivar una crianza respeutuosa hacia los menores. Pero esto no es suficiente si como sociedad no las ponemos a andar.
Otra medida esencial es promover la educación de los padres y madres, especialmente si han sido víctimas de violencia y enfrentan problemas de manejo de la ira y las frustraciones.
Ahora bien, si se llega a la urgencia de separar a los niños de su familia y su entorno para evitar más cuadros de agresión, los especialistas aconsejan ofrecerles a los menores y a sus cuidadores redes de apoyo, así como seguimiento psicológico y recreación.
“Es un camino largo y difícil, pero está en las manos de todos, independientemente de si hay hijos pequeños en nuestra familia, de seguro los hay en su comunidad”, concluyó McLauhglin.