Puerto Jiménez. La escena recuerda una inundación o el paso de un huracán: árboles arrancados de raíz, hojas revueltas, paredes de tierra arcillosa carcomidas, basura y piedras esparcidas por doquier.
Sin embargo, esas no son rocas cualesquiera. Fueron cuidadosamente seleccionadas y recolectadas de un río por nuestros antepasados precolombinos para levantar sus construcciones.
Estas piedras ahora yacen desordenadas como parte del panorama de destrucción que sufrió recientemente el sitio arqueológico Cantarero, en Puerto Jiménez de Golfito, Puntarenas.
Un grupo de oreros ingresó a una finca privada ubicada en la pequeña comunidad de Gallardo en busca del metal precioso.
En vez de oro, los cazatesoros se toparon con una riqueza que va más allá de un fajo de billetes: una aldea precolombina con unos 2.300 años de antigüedad.
Se trata de un complejo arquitectónico integrado por 10 montículos y dos terrazas, según confirmó el arqueólogo del Museo Nacional, Francisco Corrales. Las elevaciones son estructuras de forma circular bordeadas por muros de piedra en donde se asentaban las viviendas de los indígenas. Las terrazas servían como muros de contención para estabilizar el terreno y evitar el colapso de las estructuras.
Un equipo de La Nación acompañó a los arqueólogos en un recorrido por el sitio y pudo corroborar los daños causados por las “visitas” de los oreros.
En Cantarero también hay huellas de saqueo en incontables pozos hechos por huaqueros en décadas anteriores.
Sin embargo, el sitio –que comprende 2,2 hectáreas– es un ejemplo inédito de [[BEGIN:INLINEREF LNCPGL20150807_0005]]destrucción de patrimonio arqueológico[[END:INLINEREF]] por la explotación aurífera.
“En mi experiencia como arqueólogo, nunca había visto una situación similar. La acción del orero es mucho más destructiva incluso que la de los huaqueros porque es como si se comieran el sitio”, opinó Corrales.
Los patrones de destrucción son claros a simple vista.
“El huaquero cava un hueco profundo en el centro del montículo, en busca de tumbas para saquear las piezas que hay en ellas. Un huaquero experimentado se da cuenta de que ahí no hay nada, se va y deja la tierra ahí”, detalló.
Sin embargo, el coligallero persigue el oro que se encuentra adherido a la tierra arcillosa. Su modo de obrar se compara con el de las termitas en la madera.
“El patrón del orero es muy distinto. Como a ellos les interesa la tierra, excavan túneles y arrasan con todo a su paso: vegetación y patrimonio arqueológico”, agregó Corrales.
Hasta el momento se han registrado daños en los 10 montículos correspondientes al socavamiento de los muros de piedra.
En el sitio también se han recolectado centenares de fragmentos de cerámica y algunos de piedra, como partes de metates.
“No hemos encontrado evidencia cerámica de actividades domésticas ni tampoco herramientas de piedra. Esto nos sugiere que este lugar era un centro de actividades públicas celebradas por los personajes importantes”, agregó el arqueólogo.
Durante una semana, Corrales ingresó al sitio con oficiales de la Fuerza Pública para controlar la situación. Se decomisaron varios sacos rellenos de tierra
Pobladores ancestrales. Francisco Corrales caminó por entre la vegetación de la finca abriéndose paso con un machete. Con curiosidad de niño explorador, se agachaba a cada rato para recolectar trozos de cerámica que alguna vez formaron parte de una vasija precolombina.
“Me llama la atención que el material cerámico presenta características regionales, pero con un sello distintivo local”.
Durante casi una semana, al científico lo asaltó la duda de si Cantarero correspondía al periodo llamado Aguas Buenas (que va desde el año 300 a. C. hasta el 800 d. C.) o al Chiriquí (800-1500 d. C), o si hubo ocupación durante ambas etapas.
De repente, mientras caminaba por el montículo 2, el más dañado de todos, su rostro se iluminó y sus ojos se volvieron cuadrados de asombro.
“¡Qué increíble! ¡Llevo una semana buscando este tiesto!”, exclamó cual chiquito con juguete nuevo.
La pieza de cerámica que resolvió el acertijo es un asa (agarradera) en forma de garra de algún felino que perteneció a una vasija pequeña.
De acuerdo con el experto, esta pieza es distintiva del periodo Aguas Buenas, por lo que es evidencia inequívoca de que Cantarero es uno de los sitios arqueológicos más antiguos localizados en el sur de Costa Rica.
Necesidad. Varios oreros consultados por La Nación admiten haber ingresado al sitio con la esperanza de encontrar oro. La actividad orera es prácticamente la única fuente de dinero en una comunidad azotada por la pobreza.
El río Tigre, uno de los más apetecidos por estas personas, es la línea divisoria entre las comunidades de Gallardo y Cantarero. Al río ya le han extraído todo lo que se ha podido y esa fue una de las razones que motivó a los coligalleros a hurgar en la tierra arcillosa del sitio. Según Eliécer Villalta, del Área de Conservación de Osa (Acosa), una invasión orera en un sitio arqueológico que, además, está fuera de los límites de un área silvestre protegida; es un a situación atípica.
“Acosa centra sus esfuerzos y recursos en tratar de controlar la extracción orera en el Parque Nacional Corcovado. Creo que podríamos apoyar mediante algunos patrullajes junto con la Fuerza Pública”, manifestó.
Después de una semana, la situación está bajo control y ahora el Museo Nacional encabeza una estrategia para motivar a la comunidad a aprovechar el sitio para su beneficio económico.