En octubre de 1991, la tierra del Cementerio General de San José se abrió por última vez –hasta el momento– para recibir a un expresidente de la República. El día 13 de ese mes, a Daniel Oduber Quirós le dejó de latir el corazón.
A su muerte le siguieron los actos protocolarios correspondientes. Familiares, amigos, colegas, políticos y demás se reunieron, se dieron palmadas en la espalda, se dieron muestras de apoyo.
Pero, al final, por mucho que ellos no lo quisieran, fue necesario emprender el camino inevitable hacia la necrópolis.
La vida es el tiempo y el espacio que suceden entre el parto y ese camino, ese destino, al que a Oduber Quirós le correspondía arribar aquella tarde de octubre.
Su cuerpo fue trasladado –menos su corazón, que fue enterrado en Liberia en homenaje al amor de Oduber hacia la provincia guanacaste–, acompañado por los lamentos y las bendiciones del caso, hasta el Cementerio General, donde le esperaba una armazón de ladrillo con repello de concreto que se alza seis metros y medio hacia el cielo.
Es una cuestión física: la cúpula del Mausoleo Justo Quirós, el último hogar del expresidente Oduber, está más cerca de cualquier terreno divino que de la tierra.
Casi un cuarto de siglo ha transcurrido desde entonces –el antiguo mandatario que murió más recientemente fue Rodrigo Carazo Odio, pero sus restos fueron incinerados–, apenas un rasguño en la colección de almanaques del camposanto más importante del país.
Nacer
Junto a Oduber descansan otros 24 expresidentes.
También escritores, músicos, científicos, arquitectos y una lista monumental de ciudadanos ilustres, personajes fundamentales en la construcción histórica del país.
Visitar sus casi 81.000 metros cuadrados es visitar el sistema óseo de Costa Rica.
Su armazón histórica, sus cimientos.
Mausoleo de la familia OdioUn decreto emitido en 1845 emitido por José María Castro Madriz –último Jefe de Estado, primer presidente– fue la semilla que dio origen al principal museo al aire libre del país.
Sus puertas se abrieron primero cerca del Hospital San Juan de Dios –cuyo origen se remonta a ese mismo decreto– pero apenas en 1862 fue necesario su traslado y expansión al terreno que hoy le hospeda.
Décadas más tarde, el propio Castro Madriz encontraría su descanso final en ese mismo cementerio.
Busto Manuel M. de PeraltaCrecer
De acuerdo con estimaciones y registros de la Administración de Cementerios de la Junta de Protección Social de San José, desde 1869 –es decir, casi desde su mudanza a su actual ubicación– hasta el día de hoy, en el camposanto se han sepultado más de 300.000 cuerpos.
Esta cifra no lo convierte ni en el mayor de los cementerios del país ni tampoco en el más poblado.
Sin embargo, el valor real del cementerio no se mide en números.
“Su importancia radica, sobre todo, en dos grandes aspectos”, cuenta la arquitecta Carolina Hernández. “El primero es la gran cantidad de personajes públicos célebres que reposan ahí, de todo tipo de áreas. La segunda es el valor arquitectónico y artístico tan importante presente en las bóvedas y mausoleos, que no se ve en ningún otro camposanto del país”.
Toma aérea del cementerio General.Hernández, junto al también arquitecto Julián Mora, ganaron el año pasado el certamen Salvemos nuestro patrimonio histórico arquitectónico 2014 con una propuesta de un plan integral de intervención del Cementerio General que busca “destacar el valor histórico, arquitectónico y urbanístico de ese espacio”.
Explica Hernández que su intención es transformar el Cementerio General en un museo al aire libre, debidamente señalizado y que funcione para generar, poco a poco, una cultura de visitar a los cementerios como lugares de riqueza histórica y no solamente sitios que son sinónimos de pena y pérdida.
“No es una idea nueva: esto sucede muchísimo en otras partes del mundo. De hecho, en algunos lugares, la apreciación del cementerio no se queda en una atracción turística sino en un atractivo para los locales”, dice Hernández.
La iniciativa comprende el diseño de rutas para que las personas se puedan movilizar con facilidad sin perderse, la restauración de capillas y mausoleos, adecuaciones paisajísticas, señalización e información, entre otros.
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Bóveda Familia TournonDe la muerte y su reino siempre brota, rauda, la paranoia, el temor y la fantasía.
En el Cementerio General, como en cualquier otro del mundo, las voces quedas de los visitantes y de los empleados hablan, en susurros, de sombras y de voces, de temores que han pasado de una boca a la otra, de una generación a la otra, eternos e infinitos.
No hay mayor mito en este camposanto que el de la Novia.
En el interior del mausoleo de la Familia Amerling, uno de los mayores, yace la estatua de marmol blanco una mujer, la novia.
Mausoleo de la familia AmerlingEl rumor es que, por las noches, la novia se levanta de su encierro lúgubre y deambula por las callejuelas del cementerio, entre las bóvedas.
Pregunté a algunos guardas de seguridad del lugar sobre los mitos del campo. Todos prefirieron no hablar.
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Shakira habla con una voz gruesa, tanto como su cuello o sus manos. Siempre lleva un gorro azul sobre su cabeza morena y sus rizos negros. Bajo la sombra de los árboles que crecen entre las callejuelas de la necrópolis, Shakira parece un ser mitológico, salido de otro tiempo y otro mundo.
Shakira se llama Gerardo Ocampo González, “el mismo que viste y calza, no hay otro en Costa Rica”, y dirige al equipo de panteoneros del Cementerio General. La experiencia está de su lado.
Monumento a León Cortez Castro“Yo me dedico a exhumar cuerpos, que es sacar restos humanos. También a inhumar, que es meterlos a la tierra. Eso hago yo”, cuenta y con su voz atronadora pero calma, como un gigante dócil y poderoso, las hojas de los árboles tiemblan.
Shakira tiene 18 años de dedicarse a trabajar con los muertos. Una docena de esos años los laboró en el Cementerio Metropolitano, en Pavas, que también administra la Junta de Protección Social.
Pregunto a Shakira cómo puede alguien comenzar en un negocio como ese.
“Para no mentirte, yo empecé… yo toda la vida he vivido del reciclaje”, comienza.
Cuenta que tiene un hermano dueño de una recicladora en Concepción de Alajuelita, gracias a la cual los Ocampo han podido mantenerse.
Mientras trabajaba en esa recicladora, a Shakira le correspondía comprar papel a la Junta; poco a poco, esa relación se convirtió en una amistad con las personas que trabajaban allí.
“Me fui acoplando a la gente. Jugaba fútbol con ellos”, recuerda.
“Todo lo he aprendido de personas como ese que viene ahí”, concluye.
Ese que viene ahí es don Miguel. Miguel Eduardo Almeriz, me subraya.
Don Eduardo dice que tiene 35 años de trabajar en el Cementerio como si fuera cualquier cosa, como restándole importancia a la gesta. Le repito la pregunta: cómo empezó.
Me contesta con risa: “de un pronto a otro” (sic).
Dice que antes era muy fácil, que no pedían tanta cosa como ahora.
“Yo vine un día como hoy, un día cualquiera, a pedir trabajo. Y me dice la señora vaya, me trae la hoja de delincuencia, una carta de recomendación y una foto. Se lo traje al día siguiente. Y me dice mañana empieza. Era de seis de la mañana a tres de la tarde. Y ahora sigo aquí, aquí me quedé”.
No es que ello provoque, en ninguno de los dos hombres, clase alguna de morbo o temor supernatural. Don Miguel asegura, de plano, que nunca ha tenido una experiencia rara.
“Los muertos ya están descansando”, dice Shakira.
“Eso que dicen que salen de las bóvedas es mentiras, yo nunca he visto nada”, complementa don Miguel.
Cuenta Shakira que las cosas raras son de otro tipo, como hace poco cuando exhumó dos cuerpos que tenían 28 años de haber sido sepultados y, cuando la tierra los devolvió, estaban intactos, como si hubiesen sido enterrados el día anterior.
“Por lo demás, el estómago se acostumbra. Todo es muy tranquilo”, asegura.
Sabe, sin embargo, como también lo sabe don Miguel, que ese camposanto en que trabajan es particular.
“Las bóvedas más famosas son las de los expresidentes. También las de las familias adineradas, que tienen sus mausoleos de lujo”, cuentan.
Destacan la del doctor Ricardo Moreno Cañas, a la que acuden muchas personas para pedirle por su salud o la salud de sus familiares.
Pregunto a los panteoneros si creen en ese tipo de cosas.
“Bueno, es que la fe mueve montañas”, concluye Shakira.
Morir
Las callejuelas de la necrópolis son silenciosas y reptan a lo largo y lo ancho de nueve hectáreas, entre miles de bóvedas y mausoleos, leyendas y recuerdos, personajes de alta alcurnia y otros de no tanta.
Visto desde el cielo –por una deidad o un drone–, el tablero verde y blanco parece un complejo juego de dominó: hay semicírculos, cuadrantes y demás formas compuestas por las fichas blancas de mármol y ladrillo y concreto y piedra.
También hay esculturas y bustos y placas.
Pero, sobre todo, hay mucho silencio.
En la necrópolis hay una sensación obvia de final, de conclusión, de cierre.
Hay, también, una sensación romántica: todos los caminos conducen hasta aquí.
La vida es lo que sucede entre nacer y completar ese camino.