El bullying o matonismo escolar no solo tiene consecuencias durante los años de niñez y adolescencia; las secuelas podrían permanecer más de 40 años, cuando la víctima ya creció y sus agresores probablemente ya se olvidaron de él o ella.
Esa es la conclusión de un estudio del King’s College de Londres realizado en 7.771 habitantes de Inglaterra, Escocia y Gales, a quienes se siguió 43 años.
El bullying escolar es la agresión entre compañeros de clase o estudiantes de diferentes niveles. Puede ser de tipo físico o psicológico, o combinado, y puede hacerse vía Internet, teléfono o cara a cara.
Hasta hoy se había dicho lo doloroso que puede ser para un niño o adolescente, pero este reporte es el primero en explorarlo en adultos.
La investigación, publicada en la revista American Journal of Psychiatry, comenzó en 1958 con niños entre los siete y los 11 años a quienes se dio seguimiento por más de cuatro décadas.
El 28% sufría acoso por parte de sus compañeros ocasionalmente y el 15% con frecuencia. Al finalizar el análisis, se vio que las secuelas llegaban a la vida adulta.
Las personas agredidas eran más propensas a tener peor salud física y psicológica. Además, su riesgo de depresión, ansiedad e ideas suicidas era mayor.
Quienes sufrieron bullying en su niñez o adolescencia también tenían mayores posibilidades de tener niveles educativos menores, estar desempleados o recibir salarios más bajos.
Impacto. La vida social y emocional de las víctimas también se afectó. Según el reporte, quienes sufrieron matonismo tenían más dificultad para establecer relaciones de pareja, decían tener menor calidad de vida y menos satisfacción.
“Nuestro estudio muestra que los efectos del bullying aún son visibles cerca de cuatro décadas después (de haberlo sufrido). El impacto del bullying es persistente; esto provoca consecuencias de salud, sociales y económicas que se mantienen en la vida adulta”, comentó en un boletín de prensa Ryu Takizawa, autor principal del reporte.
Para los investigadores, el principal problema reside en que muchos ven el matonismo como algo normal en el engranaje educativo.
“Necesitamos dejar de ver al bullying como una parte inevitable de crecer. Maestros, padres y quienes hacen las políticas públicas, deben tener presente que lo que pasa en los patios de los centros educativos puede tener repercusiones a largo plazo en los niños”, explicó Louise Arseneaul, una de las investigadora del reporte.
“Los programas para frenar este comportamiento son extremadamente importantes, pero también debemos enfocarnos en programas preventivos”, concluyó.