Se desconoce si son usuarios frecuentes o lo hacen de manera esporádica. Lo que sí es cierto es que la mitad de los colegiales ticos confiesa haber estado en contacto con la pornografía en algún momento de sus vidas.
Como es de suponer en la era de la globalización, el medio más utilizado para acceder a este tipo de material es el teléfono celular con conexión a Internet (64% de los casos). Cinco de cada diez alumnos también lo hacen mediante la televisión y un 35%n a través de videos.
La mayoría (un 55,5%) entró en contacto con estas producciones cuando tenía entre 12 y 15 años, aunque una cuarta parte dijo que esto sucedió en edades mucho más tempranas, entre los 5 y 11 años.
Todos estos datos se desprenden de la última investigación de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños (HNN), que analizó distintas aristas de la realidad de los estudiantes de secundaria, tanto de la Gran Área Metropolitana (GAM), como de Guanacaste, Puntarenas y Limón (GPL).
El estudio indagó temas relacionados con sexualidad, violencia, alimentación y ejercicio, entre otros.
Preocupación y riesgos. ¿Qué implicaciones tienen estos hallazgos? Muchos, según la opinión de Alberto Morales, coordinador del equipo interdisciplinario que lideró el estudio.
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“La pornografía, en cerebros muy jóvenes, puede generar una serie de problemas. Ya se han dado casos de adolescentes que cometen ofensas sexuales contra menores de edad”, advirtió el experto, quien también lamentó que los niños y preadolescentes usen sus teléfonos celulares sin ningún tipo de supervisión por parte de adultos, especialmente los padres.
En una entrevista anterior, el neurólogo y sexólogo colombiano Fernando Maestre también había abordado este tema.
A su juicio, observar imágenes pornográficas impacta de manera negativa el desarrollo psicosexual de los niños y adolescentes.
Dentro de los trastornos que pueden derivarse de esta práctica se encuentran: la distorsión de la realidad, incremento en la probabilidad de sufrir una adicción, una mayor predisposición a la promiscuidad, negligencia ante el uso de métodos de anticoncepción y, por lo tanto, mayor riesgo de un embarazo adolescente y de contraer enfermedades de transmisión sexual.
Además, un estudio publicado en la revista Archives of General Psychiatry señaló que en cerebros en desarrollo, la pornografía produce una “inundación” de dopamina (hormona relacionada con placer y recompensa).
Más allá del impacto psicológico, la descarga excesiva de esta hormona también puede causar males cardiovasculares, renales, estomacales o endocrinos.
Además, al producirse tal descarga, el organismo siente una gran necesidad de generarla nuevamente, por lo que el individuo busca cómo repetir la conducta, hasta que se produce un círculo vicioso.
¿Qué hacer? Para el psiquiatra de niños y adolescentes Luis Diego Herrera-Amighetti, más que prohibir y poner filtros para que los jóvenes no tengan acceso a la pornografía en sus dispositivos o el televisor, la gran tarea de los adultos es sentarse a conversar con ellos con transparencia y retomando el tema de los valores.
Según él, es clave dejarles claro que este tipo de material crea expectativas falsas de lo que es la sexualidad y que detrás de dicha industria, puede haber situaciones de poder y de abuso.
“La pornografía existe, es una realidad. Lo que debemos hacer es ayudarles a comprender sus implicaciones sin caer en el error de decir que el sexo es malo”, comentó el especialista, miembro de la Junta Administrativa de la Fundación Paniamor. Colaboró Ivannia Varela