Cuando al arquitecto alemán Frei Otto le informaron que había ganado el Premio Pritzker 2015, sus palabras fueron: “Nunca he hecho nada para ganar este premio. Mi impulso arquitectónico fue diseñar nuevos tipos de edificios para ayudar a la gente pobre , sobre todo a aquella afectada por desastres naturales y catástrofes".
A pesar de que la gloria y el reconocimiento no parecían ser algo que buscase, el arquitecto de 89 años no ocultó su felicidad por obtener el premio.
Sin embargo, falleció el 9 de marzo de 2015 sin tener la posibilidad de asistir a la ceremonia que lo galardonaría, prevista para mayo de ese año.
Un día después de su muerte, los organizadores del premio se vieron obligados a dar a conocer que él había sido el ganador del llamado “Nobel de la arquitectura”, aunque el anuncio oficial no debía hacerse hasta el 23 de marzo.
Su herencia
Dentro de los méritos de este afamado arquitecto está el ser uno de los primeros en trabajar con estructuras tensadas. Se conoce como arquitectura tensada o textil a aquella que usa materiales como membranas, mallas y láminas livianas.
Según el diario El Mundo de España, estructuras de esta índole –elaboradas con cables metálicos– cubrieron el Estadio Olímpico de Múnich (Alemania) en 1972 y fueron alabadas en esa época.
Piloto de Alemania en la Segunda Guerra Mundial y con estudios en arquitectura en la Universidad Técnica de Berlín, Otto creía que los materiales de construcción debían usarse responsablemente, sin desperdiciarse. Asimismo, pensaba que la arquitectura debía tener el menor impacto sobre el medio ambiente.
En 1969, fundó un estudio en Stuttgart (sur de Alemania), donde él y su equipo investigaron sobre métodos de construcción efectivos, pero que empleasen pocos materiales.
"Practicó, desarrolló y avanzó ideas de sustentabilidad, incluso antes de que la palabra fuera acuñada", dijo el jurado que lo reconoció con el Pritzker.
De acuerdo con una nota del diario estadounidense The New York Times, durante la época en la que se desempeñó como piloto de guerra, fue capturado y pasó dos años como prisionero en Francia, donde trabajó como arquitecto en un campo de guerra.
Allí debió aprender a construir obras con la mínima cantidad de materiales. Probablemente de esta experiencia se originó su interés por economizar.
En una entrevista concedida a la revista Icon en 2005, cuestionó la construcción de espacios demasiado amplios.
“Podemos construir edificios de dos o tres kilómetros de alto y diseñar auditorios inmensos y cubrir una ciudad entera, pero tenemos que reflexionar qué función tiene todo ello. ¿Es realmente lo que la sociedad necesita?”, se preguntó el arquitecto, quien en los últimos años de su vida quedó ciego.
Otras de las obras de Otto son el pabellón alemán para la Exposición Universal de Montreal (1967) y el Centro de Conferencias en La Meca (Arabia Saudita). Además, codiseñó el pabellón japonés para la Expo 2000 en Hannover (Alemania).
El célebre arquitecto, que contaba con un doctorado en ingeniería civil y fue profesor de la Universidad de Stuttgart, recibió otros reconocimientos en su carrera, como la Medalla Thomas Jefferson en Arquitectura de la Universidad de Virginia (Estados Unidos) –obtenida en 1974–, y en 2005 ganó la medalla de oro que entrega el Royal Institute of British Architects.
Aunque Otto afirmó que nunca quiso ser un héroe, hoy su legado influencia a otros profesionales que admiran a un hombre pionero en diversas áreas de la arquitectura.