Desde siempre, ha sido reconocido por su círculo inmediato como un titán. Ya en su más temprana adolescencia, Mauricio Leandro Rojas, psicólogo turrialbeño de 49 años, impresionaba a sus contertulios con su madura brillantez, y su brillante madurez.
Hasta donde sé, el tipo nunca ha perdido un pleito.
Y no será una muerte indigna la que lo vaya a volcar en este último tirón de su vida.
Su transitar por esta aventura terrenal ha estado cargada de maravillosas coincidencias y extrañas contradicciones. Doctor en psicología ambiental, se trajo de Nueva York mucho más que un título, y, por eso, renunció a usar su carro y se desplaza por todo el GAM –y claro, por su amado Turrialba– en su inseparable bicla.
En una hermosa ironía, este hombre genuino y de retórica avasallante, nació justamente el Día del Ambiente, el 5 de junio de 1965. Y en una trastada del destino, siendo un ejemplar rebosante de salud –jamás visitó a un médico desde que le sacaron el apéndice, a los 12–, hace 14 meses recibió un diagnóstico que obtuvo tras ir al hospital por un fuerte dolor de estómago: tiene un “hepatocarcinoma” que, en buen español, no es otra cosa que un raro y agresivo tumor maligno en el hígado. En mejor español aún, como le dijo el mejor oncólogo del país –según afirma Mauri–: “¡Y, mae, qué bicho más feo lo agarró a usted!”.
La íntima, emotiva, divertida, lacrimógena, maratónica y rocambolesca “entrevista” con Leandro, este lunes en la tarde, estuvo revestida de madura brillantez y brillante madurez... Por momentos, volvimos 30 años atrás en el eterno déjà vu que nos ocurre a todos los de su generación cuando hablamos con Mau: él abre el pico y uno nada en asombro.
Exactamente igual que en el cole, cuando dirigió el movimiento estudiantil más intenso y febril que se haya dado jamás en el Instituto Clodomiro Picado Twight.
Vino a cuento porque, en su coyuntura actual, queríamos saber su posición sobre la eutanasia, tema que una vez más vuelve a la palestra mundial a raíz de la decisión de la joven estadounidense Brittany Maynard, víctima de un agresivo tumor cerebral y quien tomó la decisión pública de someterse a una muerte asistida, cuidadosamente planeada para morir junto a los suyos en paz, este 1.° de noviembre.
Sin embargo, este jueves, Maynard pospuso la fecha elegida –a más tardar, el 20 de noviembre– para “cruzar la línea en paz, sin dolor y con dignidad”, en una cuenta regresiva que fue seguida por la prensa mundial en las últimas tres semanas.
Sin embargo, Mauricio Leandro apenas ha seguido el caso de Maynard porque, adrede, no ha querido informarse mucho.
En realidad, Leandro se distendió sobre su propia realidad, sobre su aquí y ahora, y cómo se rehúsa a que su vida se extinga pálidamente como una vela, sino que más bien ha optado por irse como una estrella, que nunca es más brillante que cuando va a morir.
Un adiós calmo
Aunque el eje de esta entrevista viraría en torno a la eutanasia, viéndolo en retrospectiva, lo que hizo Mauricio fue ofrecerle una oda a la vida..., a la vida buena.
El caso de Maynard dio pie al inicio de tremenda filosofada y a confesiones de vida y muerte..., literalmente. “Yo creo que ella es valienta. Primero, es su vida, no es la vida de nadie más. Uno tiene que asumirse como persona, como ser humano, independientemente de que haya muerte próxima de por medio, uno tiene que agarrar las riendas de su vida y decir ‘esto es lo que quiero para mi vida’, aunque vaya en contra de lo que la gente espera”.
Una persona que decida tomar las riendas de su vida en este sentido normalmente no cabe en ningún cuadro tradicional, y esto aún en sociedades modernas ocurre, o sea una persona que diga hasta aquí ya no quiero sufrir y yo quiero hacerme cargo de mi vida es vista como rara por mucha gente yo
“Pienso que las sociedades han evolucionado, la medicina ha evolucionado mucho, es capaz de mantenernos vivos, yo digo que artificialmente, nos mantiene funcionando biológicamente pero eso no es suficiente, tiene que haber una aspiración a lograr un estado pleno de felicidad, y ahí es donde empieza el dilema. ¿Hasta dónde debemos permitir que se nos mantenga artificialmente? No me refiero a respiradores ni cosas de esas, hay medicinas que lo mantienen a uno. Si yo dejara de tomar el tratamiento que tengo ahora, me moriría, así de sencillo. Entonces, ¿hasta dónde mi vida ya dejó de seguir un proceso natural y se convirtió en algo producto de la medicina?”.
En este punto, Mauricio aclara que él tiene demasiados deseos de vivir, de producir más, de ser más feliz, de alegrarse por pequeñeces, y es la medicina la que le está facilitando llevar su circunstancia lo mejor posible.
“Yo lo tengo clarísimo, hay dos aspectos fundamentales para una sobrevida de calidad después de un diagnóstico terminal: no se puede deprimir uno, no se puede morir en vida antes de que acontezca lo que está dicho en el futuro. Lo otro es que uno tiene derecho a decir en qué momento ya no quiere seguir en esa yunta, digamos, con la medicina, porque no son los médicos los que deciden, tiene que ser uno”.
–¿Exactamente qué es lo que tenés?
–Se llama hepatocarcinoma de células claras, se me diagnosticó hace poco más de un año. Yo había sido supersaludable y ahora sigo tomando decisiones en ese sentido. Quiero hacer énfasis en eso: uno no debe morirse antes de la hora. Yo sigo llevando una vida activa, bastante tranquila en general, trato de evitar el estrés al máximo, contrarrestro los efectos del estrés con una alimentación relativamente adecuada (...), claro, me como un chifrijo, pero una vez a la semana, salgo a birrear pero no todos los días..., pero mayormente, para mí el secreto es la vida activa, eso es lo que me ha mantenido vivo a lo largo del tiempo, no solo en esta situación sino en general. La bicicleta, correr, caminar, todo eso me ha ayudado a controlar la angustia, porque claro que sí, uno tiende a caerse, a asustarse, a deprimirse, la cosa es no dejarse vencer e, insisto, ¡moverse, ponerse activo, hacer de todo!
–Ahora pareciera que tenés la situación bastante bajo control, pero ¿cuál fue tu reacción cuando recibiste el diagnóstico?
–Vieras qué raro, en ese momento no me asusté. Digamos que yo he leído algo y conozco algo de cáncer... Yo fui al hospital con un dolor de estómago muy fuerte y, diay, como yo soy tan inteligente, intuí por el lenguaje que estaban usando después de hacerme varios ultrasonidos... (se ríe), ¡diay es que uno no es maje. Ya cuando empiezan a llamar al jefe y al encargado, ya cuando despiertan a alguien... comienzan a darme donde más me dolía y empiezan a hablar de que “está” vascularizado, etc. Yo dije “es un tumor”.
Ya cuando oí “está irrigado”, de una les pregunté “¿de qué tamaño es?”... Lo que pasa es que en esto a uno se le sale la vena académica... De hecho, a mí me parece muy interesante, excepto porque me está pasando a mí.
–¿Y cómo ha sido ese vía crucis hasta hoy?
–Bueno, para empezar, tengo que decir que me parece absolutamente fabuloso el Seguro Social, si no fuera por eso, ya estaría muerto.
Después de que me diagnosticaron el tumor estuve 12 días en análisis porque es muy raro un tumor que salga directamente del hígado. Casi siempre son producto de una metástasis de otro lado, entonces lo revisan a uno hasta debajo de las uñas a ver dónde está el cáncer original. El mío es un muy raro pero, según un oncólogo que me vio, ha ido aumentando... Hay una posible causa por contaminación –como yo ando tanto en bicicleta en medio de los carros– pero los antecedentes genéticos son fundamentales..., mi bisabuela, una tía..., un primo.
Plan trasplante
“Al principio, todo fue muy racional. Supongo que los médicos aplicaron el protocolo de no decirme más de lo necesario. La incertidumbre me provocó, eso sí, que se me empezara a subir la presión... hasta la fecha.
En el hospital me iban a abrir (operar) sin hacerme biopsia, entonces exigí la salida y saqué cita en el Centro Nacional de Trasplantes de Hígado y Cirugía Hepatobiliar... Si yo pudiera, les pondría velitas al frente. ¡Esa gente es de una calidad médica y humana...! Mariamalia Matamoros y su equipo son algo excepcional. Ahí me diagnosticaron un tumor maligno de muy rápido crecimiento, y en semana y media ya me habían operado: me quitaron el 80 % del hígado en agosto del 2013. Tenía muy buen pronóstico de recuperación por ser tan saludable y hacer tanto ejercicio, pero insistieron en que es un cáncer muy agresivo y recomendaron el trasplante.
A pesar de todas las advertencias, yo creo que nadie se imaginó lo realmente agresivo que era.
Entonces me pusieron en lista de espera, era un supercandidato, perfecto por la edad, la salud...
Corazón de toro
La parte emocional de esto es muy fuerte. Desde que mi nombre apareció en el librito azul de trasplantes, hice todo el protocolo, pasé por todos los departamentos. ¡Yo creo que hasta la señora de la soda tuvo que aprobarlo!
Ahí es que empiezo a percatarme de que, de verdad, mi vida había cambiado. Y de que sí, estaba enfermo.
Tuve que hacer un montón de cambios en la casa, vino un visitador social a revisar..., todo debe estar totalmente aséptico. Ya había pasado por una tremenda operación. ¡52 grapas me metieron!, pero no fue sino hasta ahí que dije: ‘ Waw ..., en serio en serio estoy enfermo’.
Ellos tienen un gran equipo, trabajé con psiquiatras, trabajadoras sociales, psicólogos. Esa es una parte muy dura, yo pensaba: ‘Si a mí, que tengo formación en esto, se me hace duro, para la gente sin formación debe ser una vara espeluznante’.
–Es difícil imaginar lo que fue pasar por eso para que, al final, no pudieran trasplantarte...
–Exacto, fue donde empezó a ser muy duro. De pronto me llamaban: “Mauricio, tenemos un hígado” , talvez un domingo cuando alguien se estrella y se mata..., y salga corriendo, te bañan tres veces, te hacen cultivos con aplicadores por todos los orificios del cuerpo, hasta los lagrimales..., pasás por un protocolo y de pronto te dicen: “No, Mauricio, diay, para la casa, se murió el paciente o el hígado venía mal”.
--¿Eso te pasó dos veces, verdad?
-- Sí, fue terrible. Te puedo decir que venía un año más viejo cada vez que regresaba a la casa de una salida en falso de estas. ¡Me pegaba unas lloradas! Es que es una carga emocional tremenda, yo que conozco de estrés, esto es parecido a lo que sufren los soldados que tienen todo todo listo y no entran en combate... o están a la espera de un ataque. Y vos ves a toda la gente que entra en juego, es impresionante todo el piso moviéndose por uno y, bueno, de pronto, váyase para la casa. Y ahí mismo uno ve donde alistan al otro, porque siempre hay al menos dos listos para recibir el órgano. Uno no sabe quiénes son los donantes o el contexto de su muerte, demasiada información deprime. Empieza a sentirse muy ansioso y quiere saber más..., a menos que me hubieran logrado trasplantar, me mantuve en tener la menor información posible.
--¿Cómo se cerró esa puerta, la del trasplante?
-- Porque al tercer intento, cuando parecía que el donante era idóneo y todo iba a estar bien, al abrirme, se dieron cuenta de que mi cáncer había hecho metástasis.
Y aquí comienza la historia de la muerte digna.
Eso fue durísimo. Me durmieron, chau. Abro los ojos y veo que no estoy en el cuarto de aislamiento y me digo: ‘Ups, algo salió mal’.
Primero, estoy vivo, ¡qué tuanix !, pero hago así (se palpa el abdomen) y veo que estoy cortado... o sea ¡estoy cortado! Estoy operado, pero no en cuarto de aislamiento... Suave, algo salió mal.
La gente pasaba y no paraba en mi cama, estaban corriendo para trasplantar al plan B. Me puse colérico, angustiado, lloraba y pedía que vinieran los médicos pero me decían que estaban con el otro paciente... Él sí recibió el hígado, pasó 10 días en cuidados intensivos, muriéndose, y al final, salió bien.
Ya al rato sí vino toda la caballería, todo el equipo cuando ya se desocuparon... estaban muy preocupados, hicieron rueda frente a mi cama y me dijeron, superagüevados, tristes: “Mauricio el problema es que tiene metástasis, y con metástasis no hay trasplante porque los inmunodepresores que le dan disparan el cáncer”.
Ahí, yo supe lo que me estaban diciendo. Yo había leído mucho sobre el tumor y solo hay tres opciones: uno, el trasplante, ahora descartado. Dos, la quimioembolización –ya me la hicieron–, y tres, la quimioterapia tradicional. Pero a esa es a la que no quiero llegar porque la gente se hace mierda, te pone muy mal.
¿Ves? Entonces ya vamos llegando al tema de la muerte digna. No me gusta llamarla eutanasia porque es un término demasiado sofisticado para algo que debería ser tan simple.
He llorado mucho, sí, pero sobre todo he llorado porque yo estoy agradecido con mi vida. No es llorar de tristeza, he tenido una vida maravillosa, llena de emociones, de cosas lindas, de cosas feas también. Justo ahí (en mayo pasado) fue cuando comencé a sentir que esto es como cuando uno viene terminando un libro o una película, faltan dos o tres páginas y chau. Si hay una historia más qué contar, ya no se contó, ya no hay más libro.
Entonces comencé a cerrar... y eso es lo que he estado haciendo en estos meses, cerrando capítulos. En mayo me fui a pasear con mis hijas (es divorciado y padre de dos muchachas, de 13 y 15 años), hice un montón de cosas que tenía que hacer, he estado alistando papeles, los del Centro de Trasplantes no me dejaron solo, han seguido acompañándome. Incluso fui al CIMA y el oncólogo me dijo que lo que están haciendo en el México es lo que harían en cualquier lugar del mundo... y en mi caso, no es mucho lo que se pueda hacer ya.
Estoy tomando un medicamento que tiene un período de efectividad de seis meses, y se cumplen en diciembre.
–¿Te han hablado de plazos? Hiciste la pregunta esa de ‘¿cuánto tiempo?’
–Sí, y me dijeron que es una pregunta estúpida, que eso solo en las películas lo dicen. ‘No, Mauricio, no sabemos, lo que sí sabemos es que el que se deprime, se muere, y se muere rápido. No se deprima, por favor, haga lo que tenga que hacer, luche, pero no se deprima”.
Ellos hablan de un año a cinco años, yo esperaría que no fueran menos de seis meses, pero ni yo ni nadie lo puede saber.
El 10 (de noviembre) tengo cita y me hacen exámenes para ver si tengo metástasis y saber dónde va a reventar la próxima bombeta.
--Llegado el momento, ¿te someterás entonces una muerte digna?
--Claro. Uno tiene derecho a escoger el momento. Obviamente que aquí, en Costa Rica, no existe ese derecho, pero uno debería poder decir en qué momento ya no quiere sufrir. La gente te puede decir: ‘Bueno, pero es que usted no sabe los designios de la vida’. Sí, yo sí los entiendo, pero este es un asunto de decisiones, como todo en la vida. Uno tiene libre albedrío –siempre y cuando sus acciones no dañen a terceros– y esta es simplemente una decisión más en mi vida, como cualquier otra, incluso, posiblemente sea la última, pero no la más importante.
La más importante es la de todos los días, qué como, si fumo o no fumo, si tomo guaro o no tomo guaro, esas son decisiones de vida, importantísimas, son las que realmente determinan cuándo acaba la vida... si hago ejercicio, con quién me relaciono. Entonces a mí me parece que es fundamental que la gente que está en contra, digamos, de una muerte digna, entienda que estoy al final de mi vida, que realmente no tengo más opciones, no solo quiero vivir más, quiero vivir más pero con calidad, no es solamente un tema de extender mis minutos.
Yo he tenido una vida buena, mi vida ha sido superbuena, he sido inmensamente feliz, lo mínimo que yo puedo pedir es que me permitan terminarla tal como la he vivido.
–¿Qué pensás de quienes consideran la eutanasia como un suicidio?
–Nooo, no me estoy suicidando, porque en el suicidio uno tiene salidas, con la muerte digna no. A menos que venga un ser superior a salvarme o se descubra la vacuna contra el cáncer el próximo mes, y eso no va a pasar. No soy de los que creen en milagros. Para mí la vida ha sido un milagro, el mayor milagro que he vivido es mi vida y estoy feliz con ese milagro. Yo soy súper biologista en eso: nacemos, crecemos, nos reproducimos, y morimos.
–¿Qué te atemoriza o te angustia de la etapa final?
–Sé que vendrán momentos difíciles. Parece que con este tipo de cáncer comienza a llenarse de toxinas el cerebro y uno entra en coma. Yo soy una persona bastante cerebral, me imagino que eso va a ser un poco duro para mí, por ejemplo, desorientarme, no poder reconocer cosas o no poder acordarme de cosas, va a ser muy duro.
Es perder a mi mejor amigo, que es mi cerebro.
Pero bueno, diay, yo no cruzo el río hasta llegar al puente, o sea, no sé, no sé qué va a pasar.
–¿Cómo te imaginás tu despedida?
–Yo no quiero saber que hay personas esperando por mí, nada más esperando a que me muera, o sea no, prefiero despedirme, hacer una fiestita, todo el mundo bien, todo el mundo tranquilo, como si fuera uno de viaje, ok, chao chao y, diay, nos vemos o no nos vemos, yo qué sé, yo supongo que no nos vemos pero ya, ¡y se acabó! Yo no sé por qué nos ponemos en tanta trama con la muerte, ¡si a eso vinimos! Somos un grano de arena en el planeta, eso somos.
--¿Has pensado en ir a someterte a la eutanasia, cuando llegue el momento, a Holanda o Suiza?
-- Sí, claro, pero no tengo los medios. Es carísimo y complicado, lleva un papeleo tremendo.
--Si esa no es una opción y aquí la eutanasia es ilegal, ¿cuál sería tu plan C?
(Da un profundo y prolongado respiro. Y sonríe).
–Como dicen los gringos, sin comentarios.