La caótica situación de la educación demanda una profunda reflexión que se traduzca en políticas coherentes y actualizadas; sin embargo, y a pesar de diagnósticos precisos sobre esta realidad, no parece existir la sensibilidad y el conocimiento requeridos para emprender tan enorme tarea.
Teniendo claro que no todo tiempo pasado fue mejor, voy a compartir mi experiencia como estudiante de secundaria, que podría ser una pequeña aportación acerca de que otro tipo de educación es posible.
Ingresé al Liceo Napoleón Quesada Salazar en 1968 (el famoso Napo) cuando salí de la Escuela República de México.
El colegio se caracterizaba por ofrecer opciones adicionales a lo académico, integradas en la cotidianidad. Como ocupaba las instalaciones de la disuelta Escuela Militar de Guadalupe, había piscina y canchas, que fueron restauradas por el MEP y la comunidad.
Además de las facilidades para la práctica de deportes, existían variados clubes de teatro, oratoria, ajedrez, redacción y ortografía, y grupos de escolta y banda, entre otros.
Por tanto, era usual que dentro del colegio participáramos regularmente en concursos de oratoria o de redacción, o en representaciones teatrales, o competencias deportivas que se extendían a festivales intercolegiales.
El profesor de Natación, de nacionalidad panameña, Cristóbal Guerrero, comentaba con gran orgullo que había competido con Johnny Weissmüller, célebre nadador y actor que representó al Tarzán más icónico, y eso nos creaba un desafío a lo posible.
Estudiantes activos
Había también cursos de recuperación a cargo de estudiantes voluntarios a los que les iba bien en determinadas materias, y eran supervisados por sus profesores mientras apoyaban a alumnos con dificultades.
De esta forma, se fortalecía la solidaridad entre pares, uno de los pilares de la educación trastocado por el concepto economicista no educativo de la competencia, que ve al otro no como compañero de viaje, sino como un potencial competidor.
Aunado a lo anterior, un día al año, los profesores elegían a algunos estudiantes para que los sustituyeran y dieran la clase, una experiencia enriquecedora para acercar a profesores y estudiantado, y generar empatía en ambas vías.
Una de las actividades que reunía a la mayoría de la población estudiantil era la participación política, representada por las elecciones para el gobierno estudiantil, de gran significado.
En mi centro educativo elegíamos además un presidente para Mi Pequeña República, que tenía como objetivo recordar la fundación del país como república por el Dr. Castro Madriz. Ser el ganador en esta actividad era un gran honor.
Como complemento a este ambiente, estaba el periódico, dirigido por estudiantes, asesorados por un profesor y que se publicaba semanalmente.
En un momento determinado, hubo desacuerdo con algunas publicaciones y surgió el Periódico Clandestino, que también circulaba y ponía de manifiesto el ejercicio de la libertad de prensa que partía de los estudiantes.
Todas estas actividades permitían al estudiante explorar intereses y fortalezas en su desempeño en diversos espacios, con la intención de contribuir a su formación integral y favorecer la contención, al mismo tiempo que se prevenía el abandono escolar.
Oportunidades por igual
En ese ambiente educativo, el MEP y la Embajada de Argentina organizaban una actividad para estudiantes de secundaria, que consistía en seleccionar a cinco de diversos colegios y de ambos países para un concurso sobre conocimientos de la historia patria respectiva. Se llamaba la Justa del Saber, y se llevaba a cabo en un canal de televisión en Buenos Aires.
En 1970, en el IX año, fui escogido junto con representantes de los colegios Saint Francis, Castella, de Esparza y el Lincoln. Lo significativo del proyecto era ver cómo estudiantes, tanto de instituciones públicas como privadas, tenían la misma oportunidad de ser parte de una experiencia creativa impulsora del crecimiento personal.
Otro ejemplo eran los intercambios para quienes terminaban la secundaria, que les brindaban la posibilidad de viajar a Estados Unidos. Pienso que ambos ejemplos retratan la Costa Rica de oportunidades que añoramos para nuestros adolescentes en la educación pública.
Reinaba en aquel momento una enorme movilización estudiantil promovida por organizaciones (federaciones), organismos internacionales y estatales, como el Movimiento Nacional de Juventudes, y por los mismos partidos políticos.
Los jóvenes tuvieron presencia en actividades contra Alcoa y la guerra de Vietnam, o la aparición de grupos extremistas como La Familia, de la cual uno de sus líderes era egresado del Napo y pagó su involucramiento con su vida.
Esa efervescencia estudiantil pretendía encontrar un espacio de participación política, pero paradójicamente terminó desmovilizada y su análisis supera esta reseña.
Profesores de fuste
En el Liceo Napoleón Quesada nos daban clases excelentes y destacados profesores, liderados por el director Jorge Arturo Cruz Briceño: el escritor Ricardo Blanco impartía Religión, y fue premio nacional de historia; Carlos Chavarría, de Estudios Sociales, supo inculcar y estimular sabiamente en los estudiantes el disfrute de la historia nacional e internacional; Miriam Kuhlmann nos deleitaba durante sus clases magistrales de Química; María Elisa Alvarado, con sus lecciones de Matemáticas, y José Francisco Zúñiga, de Filosofía, no dudaba en retarnos con la lectura completa y comentada en clases de libros como Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, o Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno.
Me sentí movido a efectuar este recuento privilegiado de mi educación secundaria debido a la situación lamentable de la educación costarricense por donde se le mire: en expulsión escolar, en abandono del concepto de formación integral, en el deterioro académico y de la macroevaluación, en infraestructura y la calidad de la formación docente.
Repensar una educación humanizada y de calidad es posible, y creo que construirla no es solo necesario, sino una de las más grandes tareas para prevenir las consecuencias que se avecinan si seguimos por el mismo rumbo.
Alberto Morales Bejarano es médico pediatra, fue fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños y su director durante 30 años.