Polifacética, cordial y siempre con una sonrisa a flor de labios, Marjorie Ross González, premio Magón 2023, comparte lo que significa para una mujer, ser reconocida con el premio más importante que otorga el Estado costarricense.
Perfil: ¿Cómo le sienta el Magón a estas alturas de su vida?
MRG: “Es un reconocimiento que he recibido con mucha alegría. Por primera vez me di el gusto de hacer el ejercicio de ver de otra manera mi obra puesta junta, lomo con lomo. Pasé la mirada y me detuve en los distintos géneros: biografía, poesía, novela, ensayos, profusos artículos de prensa y de revistas. Hojée mis libros, antologías, discos compactos. Escuché poemas míos en las potentes voces de Guadalupe Urbina y de Haydée de Lev. Y no puedo negar que sentí una gran satisfacción. El Magón me dio una diferente visión de conjunto sobre mi obra. Esa fue mi primera íntima celebración”.
Perfil: ¿Cuán importante es que una mujer sea reconocida con este premio?
MRG: “Soy la décimocuarta mujer Premio Magón, desde 1962 cuando se otorgó el premio por primera vez. El sesgo de la inequidad en todos estos años salta a la vista con esos números. Me alegra mucho ser, con esas mujeres formidables que me precedieron, una más en el camino hacia el cambio de paradigma”.
Perfil: ¿Cómo llega a la literatura y a la gastronomía como experiencia antropológica?
MRG: “Escribo desde muy temprana edad. Aprendí a leer a los cinco años; entré a la escuela sin la edad reglamentaria y, apenas pude, me convertí en poeta de ocasión, celebrando los cumpleaños de la familia y cualquier otro suceso memorable.
“Desde muy pequeña, tuve una mentora, a quien solo pude realmente conocer hace unos años, cuando la encontré en las páginas de Ángela Acuña. Era nuestra vecina y se llamaba Ángela Vargas, casada con el italiano José Colombo. Había luchado por el voto femenino, fue maestra de cocina muchos años y leía conmigo “Los cuentos de mi tía Panchita” y me deslumbraba con huevos fritos con mantequilla y deliciosos spaghettis.
“La ruta comenzó allí y hubo varios otros hitos, que fueron atando las letras con las ollas”.
Perfil: ¿Cómo es su oficio de escribir ? ¿Cuántas horas invierte al día?
MRG: “Trato de ser metódica y de dedicarle de cuatro a seis horas al día. Pero la verdad es que a veces son muchas más, sobre todo si estoy en la etapa investigativa, que me fascina; o en la creación de personajes y el tratamiento en una novela. En esto último puedo ser un poco excesiva y de pronto me puedo ahogar en material utilizable. Y otras veces dedico el tiempo solo a leer, que también, de una manera sutil, es trabajar”.
Perfil: ¿Cómo se llega al punto final de un proceso investigativo y un proceso creativo literario?
MRG: “Con constancia y mucha revisión. Soy muy planificada y hago esquemas, guías, proyección de tiempo. Aunque no siempre los cumplo con fidelidad absoluta y hasta a veces me enredo en los mecates”.
Perfil: Se la ve plena y radiante, ¿qué hace para mantenerse vital y tan lúcida?
MRG: “Gracias por la mirada generosa. Creo que poder dedicarme a investigar y a escribir, que es lo que amo, es un privilegio que me ha dado la vida. Eso, y el cultivo de los afectos, en la amistad y la familia, son una cuota esencial”.
Perfil: ¿Ha sufrido el síndrome de la impostora?
MRG: “No estoy segura de la validez del síndrome de la impostora, ni me gusta su nombre. Pienso que, como muchas teorías, es demasiado esquemática y unidireccional. Lo cierto es que esa duda permanente sobre nuestras cualidades intelectuales y valía profesional, que padecen muchas mujeres exitosas, nace como resultado de los valores impuestos por la sociedad patriarcal. Lo que menos me agrada de esa teoría, es que casi que termina culpabilizándonos por algo que es consecuencia de las inequidades de género, del machismo que padecemos las mujeres desde la infancia.
“Mi interés en la antropología culinaria fue muy mal visto por muchos años. Clara demostración de machismo romo. No se comprendía y se pensaba que era un tema menor, que no merecía atención seria. “Cosa de mujeres”, “de la cocina para adentro”, sin interés intelectual. Pero, quizás por un asunto de carácter, eso no me hizo dudar de mí misma, sino que –igual que otras cosas en la vida– fue un acicate para resistir, seguir en esa línea y lograr que se le diera el lugar merecido a algo tan vital como lo es la cultura culinaria.
“Esto no significa que otros embates contra mi obra, muchos bordados en machismo mondo y lirondo, no me hayan afectado en su momento. Pero no lo suficiente como para generarme un síndrome, sino para obligarme a no parar de escribir y a no perder el aspecto lúdico de hacerlo”.
Vida y obra
Está doctorada en educación y posee estudios de posgrado en periodismo y es licenciada en derecho con especialidad en derechos humanos y notaria.
A lo largo de sus 78 años de carrera intelectual ha ganado estos premios:
- Premio Nacional de Cultura Magón (2023).
- Premio Nacional Aquileo Echeverría en la rama de libro no ubicable por la obra Los siete pasos de la danza del comer (2009).
- Premio Nacional Pío Víquez en periodismo, como reconocimiento a 45 años del ejercicio ininterrumpido de la profesión (2008).
- Reconocimiento del ICOMOS por una vida dedicada al patrimonio cultural intangible (2008).
- Premio Nacional de Literatura Aquileo Echeverría en la rama de libro no ubicable por la obra Entre el comal y la olla. Fundamentos de cocina costarricense (2001).
- Candidata por Costa Rica, Premio Internacional Brajnovic de la Comunicación, Universidad de Navarra, España, 1998.
- Premio Nacional Angela Acuña Braun en Periodismo, categoría de Prensa Escrita (1997).
Ha escrito 22 obras entre ensayos, poemarios, investigaciones y biografías, así como decenas de artículos periodísticos.