Durante décadas, varias generaciones aprendieron a leer y escribir con el libro Paco y Lola. Su autora, nacida el 17 de octubre de 1901, hoy hace 120 años, fue una emblemática docente y pedagoga, reconocida como Benemérita de la Patria en 1980.
Es tiempo de revalorar su participación política y sus aportes a la educación y la cultura costarricense.
Esencialmente educadora
Vino al mundo en San Ramón, Alajuela. Humilde fue su familia y grande su interés por la lectura, por eso buscó libros prestados y recordó, con inmenso aprecio, a su “niña Oliva”, la maestra que le ofreció cuentos de hadas como La Cenicienta, Pulgarcito o La Bella y la Bestia y le presentó textos bíblicos que también resultaron apasionantes. Su padre, un boticario, abandonó la familia al marcharse a trabajar en las minas de Abangares, sin embargo, le dejó una pequeña biblioteca, todas esas fueron experiencias que forjaron su atracción por el mundo letrado.
Desde pequeña Emma se mostró intrépida, pues se atrevió a hablar con un sacerdote y decirle que, a pesar de su corta edad, se encontraba lista para hacer la primera comunión, ya que se había aprendido todo lo que sabía su hermana mayor.
A pesar de ser una de las maestras más reconocidas de nuestra historia, no amó de igual de manera todas las áreas del conocimiento; se dice que alguna vez se escondió sobre el techo de su casa para no asistir a una clase de costura.
Su descendiente, Olga Gamboa, narra que gracias a una beca ingresó a la Escuela Normal, situada en Heredia, con la aspiración de formarse como educadora. Por esa razón, su familia se trasladó a esa población que empezaba a ser conocida como “la ciudad de maestros”; allí su madre se ganó la vida haciendo finos sombreros y alquilando habitaciones a estudiantes.
En las aulas normalistas, la joven Emma se encontró con connotados intelectuales, pedagogos y artistas como Omar Dengo, Carlos Gagini, Carmen Lyra, Joaquín García Monge, Anastasio Alfaro, Joaquín Vargas Calvo o Roberto Brenes Mesén, quien después de ofrecerle la primera clase, comentó que, desde San Ramón, había llegado una maravilla. Años después, galardonada con el premio Benet, se graduó con honores.
En su época de madurez, se refirió a Omar Dengo con apreciaciones que también podrían retratarla: “Su obra es verbo y acción: conlleva un cometido trascendente y se realiza con diligencia cotidiana en el aquí y en el ahora que le corresponde vivir”.
Se desempeñó como docente de educación preescolar y primaria. En sus diarios de clases, custodiados por familiares, se evidencian detalladas anotaciones sobre los avances y las carencias de sus alumnos, así como sus ansias por adentrarlos en el pensamiento filosófico de autores como Tagore o Krishnamurti. También se guardan las pruebas, creadas por Piaget, que ella aplicaba a cada niño, en una época en la que esa práctica, aparte de innovadora, era casi desconocida en el país. No es de extrañar que, con tan solo 26 años, fuera nombrada profesora de la Escuela Normal, específicamente en las áreas de castellano y ciencias naturales.
Sus deseos de aprendizaje la llevaron a viajar, en diferentes etapas de la vida, a la Universidad de Ohio, Estados Unidos. Allí obtuvo los títulos de bachillerato, maestría y doctorado en educación.
"A pesar de ser una de las maestras más reconocidas de nuestra historia, no amó de igual de manera todas las áreas del conocimiento; se dice que alguna vez se escondió sobre el techo de su casa para no asistir a una clase de costura”
Fue amplia su entrega a la vida profesional y breve el tiempo que reservó a sus asuntos personales. Se casó a los 64 años con el Dr. Wade Bower, norteamericano que había conocido en alguno de sus múltiples viajes de estudios. Acompañada por su marido, vivió durante siete años en una casa campestre de San Luis, de Santo Domingo de Heredia, hasta que enviudó.
Nunca se cansó de escribir y referirse a la educación. Aquejada por un cáncer, día a día dictó a una secretaria fragmentos de su último ensayo Educación en una sociedad libre, que se publicó poco después de su fallecimiento, ocurrido el 10 de setiembre de 1976.
La profesionalización docente
Guardó el absoluto convencimiento de que un país democrático merecía contar con maestros de la más alta calidad y, por eso, abogó por la profesionalización docente. Dedicó su vida a forjar prácticas educativas que contribuyeran al desarrollo integral de la niñez y otorgar la libertad al ser humano. En uno de sus poemas sostenía: “A un niño no le gusta / repetir como un tonto en la escuela: / ‘El ave es un animal / con dos patas / que pone huevos / y vuela’. / Un niño de la tierra encantada / prefiere decir: / ‘Pajarito que vuelas / sobre el azul del cielo, / baja y cántale a mi madre / tu canto de oro’.
Asumió el papel de lideresa del sector magisterial, por eso, en 1942, fundó junto a otros maestros la Asociación Nacional de Educadores (ANDE) y fue una de sus primeras presidentas. Reafirmaba en sus discursos el orgullo de ser maestra y los principios que debían regir la organización como la comprensión, la cooperación, la libertad y la democracia.
Cuando se creó la Universidad de Costa Rica, en 1940, se integraron las facultades de Derecho, Farmacia, Agricultura, Música y Pedagogía. La última empezó a funcionar en la Escuela Normal, ubicada en Heredia. Fue Emma Gamboa una de sus primeras profesoras y desde sus inicios se pronunció públicamente a favor de la autonomía universitaria, pensamiento que se plasmó en la Constitución de 1949; creía fielmente que el profesorado de la educación superior no debía mantenerse sometido a los vaivenes de los cambios políticos pues su trabajo era el de buscar el desarrollo humano, con plena atención a la realidad y las necesidades del país.
Asumió el cargo de decana de esa facultad en 1941, luchando por dar la condición universitaria a los maestros de la patria y perfeccionar así el desempeño del cuerpo magisterial. En 1950, siendo estudiante del doctorado en Norteamérica, coordinó el traslado de esa Facultad desde Heredia a San José. Llegó al convencimiento de que la Escuela Normal, en la que ella se había formado inicialmente y la Escuela de Pedagogía de la naciente Universidad de Costa Rica, no podían permanecer unidas. Le asignaron, entonces, la edificación que había pertenecido a la desaparecida Universidad de Santo Tomás, en San José, ubicada en el sitio donde actualmente se encuentra el Ministerio de Hacienda. Ese traslado, según narran sus familiares, no fue bien visto por algunos pobladores heredianos, que llegaron a apedrear su casa.
Emma Gamboa confiaba en que un maestro debía mantener el sentido estético como un valor de su trabajo cotidiano. Al llegar al edificio, que había pertenecido a la antigua universidad, creada y desaparecida en el siglo XIX, pidió demoler paredes y hacer hermosos murales. Sin embargo, aspiraba a una Facultad posicionada en un edificio moderno y ajustado a las necesidades de una educación activa. Por esas razones, María Eugenia Dengo evocó esa “voluntad creativa” que siempre la caracterizó.
“Guardó el absoluto convencimiento de que un país democrático merecía contar con maestros de la más alta calidad y, por eso, abogó por la profesionalización docente”
Entre 1956 y 1960 realizó un arduo trabajo para transformar la Facultad de Pedagogía en una Facultad de Educación. Fueron innumerables sus participaciones en reuniones, asambleas y sesiones del Consejo Universitario, y se logró fundar una facultad, regida por principios vanguardistas en materia educativa. Consiguió así que Costa Rica se convirtiera en un país pionero de la formación docente, que abandonaba la condición normalista (controlada por el Estado) a la universitaria, con la posibilidad de otorgar títulos de licenciatura y posgrados.
Como si se tratara del diseño de un hogar de todos los maestros, pensó en ese edificio-que aún se conserva en la Ciudad Universitaria, situada en San Pedro-, con un amplio patio central ornamentado con jardines y un espejo de agua, anchos pasillos, aulas ventiladas y dotadas de extensos ventanales y un auditorio en el que no solo se ofrecen conferencias pues hizo esfuerzos para conseguir un piano y convertir ese sitio en un lugar para el cultivo de las artes.
Como el conocimiento educativo y pedagógico se elabora con el apoyo de la práctica, logró crear, en 1960, no sin hacer frente a férreos opositores, una Escuela Laboratorio bajo la tutela de la Facultad de Educación, destinada a llevar a cabo innovadores proyectos pedagógicos. De esa manera vio concretarse uno de los ideales del pedagogo norteamericano John Dewey. Esa institución aún se mantiene y en la actualidad existen varias escuelas, con condiciones semejantes, en diferentes regiones del país.
Claro está, el contexto universitario de esa época era prioritariamente masculino y Emma Gamboa, como mujer valiente, enfrentó detractores gracias a su capacidad de estudio, sólidos argumentos y planificado trabajo. Olga Gamboa la define como una mujer “muy firme, sin llegar a ser autoritaria”, “muy polémica, sin llegar a ser rencorosa”. Al respecto, señala María Eugenia Dengo, tales condiciones la hicieron convertirse en “arquitecta de la Universidad”.
En 1972, cuando estaba retirada, vio surgir el Liceo Laboratorio que lleva su nombre, como homenaje a su legado.
Participación política
Para ella, un maestro no solo es dador de cultura, también es adalid de la libertad y la justicia. Por eso, el 2 de agosto de 1947, dirigió una marcha de 5.000 mujeres, la mayoría de ellas maestras, que exigían al presidente Teodoro Picado Michalski el respeto por la democracia. Cuentan sus familiares que las manifestantes vistieron de luto por la situación que experimentaba el país y sobrevivieron a la ráfaga de balas con la que simpatizantes del presidente intentaron amedrentarlas.
Acabada la guerra de 1948, se presentó ante José Figueres Ferrer, presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República, y exigió la entrega del gobierno al candidato elegido mediante las votaciones. Sus familiares sostienen que lo amenazó con levantar, en esa ocasión, 50.000 mujeres. Meses después, Otilio Ulate asumió la presidencia de la República. Debe considerarse que Emma Gamboa se envalentaba en una época en que, en nuestro país, injustamente, las mujeres no tenían aún el derecho al voto.
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Fue durante el gobierno de Ulate que Emma Gamboa se desempeñó, durante unos meses, como ministra de Educación Pública, siendo así la primera mujer que ocupó ese cargo en la historia de la educación costarricense. Entonces abrió camino a otras mujeres que, en tiempos posteriores, ocuparon puestos de alto nivel político.
En sus últimos años se opuso vehemente a la presencia y las inversiones del magnate norteamericano Robert Vesco en Costa Rica. No se dejó intimidar por la fortuna y las influencias que guardaba este extranjero que, años después, fue sometido a prisión. Ella siempre se expresó con libertad, planificados discursos y con dominio del lenguaje, de tal manera que los interpelados no podían mantenerse abstraídos a sus posiciones.
Literatura dispersa
Escribió libros dedicados al aprendizaje de la lectoescritura como Nuevo silabario (1935), Paco y Lola (1958) para primer grado y después de su jubilación, elaboró La casita del monte (1973) para segundo grado. En estas obras no solo se observó un proceso gradual y científico para conducir a la niñez a leer y escribir las primeras oraciones, también fue ostensible el carácter estético que permite transitar por las páginas como si se tratara de un poemario.
Avezada, como era, en el conocimiento pedagógico, un libro como Paco y Lola fue revisado en un taller de especialistas al que asistió la autora, en Washington, en 1958. Originalmente fue ilustrado por la artista Ondina Peraza, quien también fue profesora de la Facultad de Educación. Es una obra que aún circula y se utiliza en algunos centros educativos.
Fue Emma Gamboa lectora constante, pasión que compartió con su amigo, Joaquín García Monge; de quien escribió: “Su verbo vestido de modestia / se ha nutrido de los Salmos de David / y en canto franciscano. / Verbo nacido en este paisaje de caminos y montañas”. En 1931 dialogó con Gabriela Mistral, durante su única visita al país. Evocaba, entonces, que la llamada “maestra de América” bajó del tren y fue recibida en una ancha avenida cubierta con ramillos de reseda. También leyó con pasión a José Martí y sostuvo: “Los niños y los hombres que escuchan a Martí sienten como una estrella en el corazón: es la estrella de los hombres buenos y los héroes”.
Compuso poemas que se encuentran dispersos en revistas y periódicos. Se han encontrado dos versiones de un mismo texto suyo, por ejemplo, publicó Hormiguita en Repertorio Americano, en 1932 y elaboró otro texto semejante, Hormiguita y Ratón Pérez para el libro Paco y Lola, de 1958. Encontramos en la primera de las versiones: “El cuento más lindo / les voy a contar: / el de la hormiguita / que quiso casar”.
La composición Gracielina -que fue interpretado como coreografía y poesía coral y existe una partitura incidental para este texto-, fue creada por Carlos Enrique Vargas y se estrenó en 1954, en el Teatro Nacional de Costa Rica, con motivo de la inauguración de la Primera Feria Nacional de Libro. Leemos así: “Flor del alba, Gracielina, / hierba lavada en rocío / tu pie desnudo acaricia.”
Otro libro suyo fue El sombrero aventurero de la niña Rosaflor, un tomito ilustrado que se dio a conocer en 1969, ilustrado con imágenes en colores de Ellis Credle, allí leemos: “En el viento va volando, / viento viento ventarrón, / el sombrero aventurero, / el sombrero color cielo / de la niña Rosaflor”. Predominó en su poesía esa motivación hacia la libertad, el ritmo y la cantiga surgida de los juegos tradicionales
En su madurez publicó el poemario Instante de la rosa (1973), reflexión sobre la espiritualidad y la razón de la existencia: “Pero mi vida sonríe / como un instante / como una madeja de sol /entre los dedos”. De manera póstuma se publicó una especie de antología poética personal: Flor de infancia (1978).
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Existe congruencia entre las concepciones estéticas de su obra ensayística, educativa y poética, pues siempre imperó en sus escritos ese sentido de gracia, libertad y hermosura, pues tal como lo afirmaba, era necesario “recurrir a la magia de lo bello”.
La primera Feria Nacional del Libro
Comprometida con la cultura costarricense, Emma Gamboa fue un de las organizadoras de la primera Feria Nacional del Libro. Nunca consideró esta iniciativa como un acto exclusivamente comercial, fue una ocasión para reflexionar sobre el fomento de los hábitos de lectura y la urgente participación del Estado, principalmente el Poder Ejecutivo, como promotor de un país en el que se leyera con avidez.
Por medio de un artículo, publicado en El Diario de Costa Rica, en abril de 1954, se anunció que en pocos meses se realizaría esa feria y Emma Gamboa, decana de la Facultad de Pedagogía, hacía un llamado al presidente José Figueres Ferrer a emprender una cruzada de “alfabetización de los que ya saben leer”. Se anunció también la creación de un Centro Cultural Martiano, en honor a José Martí y la Asociación Costarricense de Bibliotecarios, bajo la dirección de Julián Marchena, quien era entonces director de la Biblioteca Nacional.
Con una ceremonia se inauguró esa feria el 24 de agosto de 1954, en las instalaciones de la Facultad de Pedagogía, situada en la esquina suroeste diagonal al Teatro Nacional de Costa Rica. Colaboró el Consejo Universitario y la Biblioteca de la UCR, la Biblioteca Nacional, casas editoras y las librerías que en ese entonces existían en la capital. En una nota de El Diario de Costa Rica se sostenía que fue una actividad de alto impacto para el país.
En el discurso inaugural, la Dra. Gamboa explicó que se colocaban esos libros a disposición del público bajo la inspiración del escudo que había ostentado la antigua Universidad de Santo Tomás y que ahora llevaba la UCR: «Lucem Aspicio» -búsqueda de la luz- con el símbolo del girasol de oro, a manera de representación del espíritu que busca constantemente la cultura y el saber.
En un ensayo, publicado en La Nación en setiembre de 1954, Emma Gamboa reflexionaba sobre lo que fue esa feria. Argumentaba que la clase económica media era la que más leía en el país y la que, en muchas ocasiones, carecía de los recursos económicos para comprar libros. Alentaba, entonces, a las personas de clase alta a desprenderse de tanto bien superfluo y donar dinero para enriquecer y crear bibliotecas escolares en zonas alejadas de la capital.
Para muchos niños el libro representaba un bien ajeno, como también lo eran los zapatos que no habían aprendido a usar y cuyos beneficios desconocían. Sostenía que, 44% de las escuelas costarricenses no poseían textos que no fueran exclusivamente didácticos y que solo el 4% de las instituciones educativas estaban dotadas de buenas bibliotecas, en las que la niñez encontrara libros de cuentos, poesía o novelas para su solaz.
De esa manera, encontramos que las ferias del libro, que año a año se celebran en nuestro país, constituyen también un legado de aquella escritora, filósofa y maestra.
Educar para la libertad
Fue Emma Gamboa una filósofa de la educación. Inspirada por la lectura de John Dewey creyó que el ser humano nace para ser libre y aprender con pleno respeto a su naturaleza activa. Estudió profundamente a Jiddu Krishnamurti y sostuvo que “letras y arte de la educación son estériles si no están inspiradas por valores espirituales”.
Así, sin abandonar sus convicciones cristianas, supo leer cuidadosamente escritos orientales. De esa manera, durante décadas soñó una Costa Rica en la que se aprendiera gracias a la experiencia, en busca del bien propio y el de la sociedad. Al respecto sostenía: “La libertad personal no puede separarse, en esta filosofía, de la responsabilidad social”.
En una de sus últimas entrevistas, aparecida en Áncora, en 1975, aproximadamente un año antes de su fallecimiento, declaró apasionadamente: “Hay que dar una gran pelea por la honradez y la dignidad perdidas”.
El autor es profesor de la UCR y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.