Desde hace 16 años, Ana Istarú ha tenido a La loca callada. No le quedó más remedio. La tuvo que dejar encerrada en las páginas del texto que escribió en el 2003, ya que no encontró dónde montar ese monólogo, ganador del Premio Nacional de Dramaturgia en el 2005. El 26 de abril, el azaroso teatro le permitirá a la actriz, poetisa y dramaturga estrenar esa obra de media hora, como parte del espectáculo Comedias del desencanto en el Teatro Espresivo (Momentum en Pinares).
En la temporada de tres semanas, el espectador verá dos obras agridulces, en que comedia y drama se mezclan, y a dos actrices (Istarú y Grettel Cedeño) que, en un escenario casi desnudo, nos hablarán acerca de sus vidas.
Luego de dos exitosas temporadas de la obra Virus en el 2004 y 2005, la autora de La estación de fiebre (poesía, 1983) y Baby Boom en el paraíso (teatro, 1996) regresa a los escenarios, luego de superar sus propios escrúpulos sobre interpretar a una mujer de más de 40 años.
En una entrevista en su casa en Zapote, esta mujer de 59 años nos habló acerca de este texto, la nueva etapa que afronta y por qué no ha vuelto a publicar.
–¿Cuál ha sido la historia detrás de La loca y este montaje?
–Yo escribí La loca por allí del 2003 e intenté infructuosamente llevarla a escena en espacios estatales porque sabía que un monólogo de media hora, que no es comedia desatada, difícilmente iba a tener espacio en una sala privada. Por azares del teatro y por sus zozobras, finalmente nunca se concretó nada. Opté por hacer una pequeña publicación y tuve la fortuna de que se reconoció con el Premio Nacional de Dramaturgia en el 2005, cosa que me alentó mucho. Con el tiempo, desistí de mi empeño y la obra fue presentada por mí en Madrid, en una lectura interpretada, en el contexto de un congreso de literatura de mujeres y quedó en las actas del congreso (...).
”Desde hace tiempos, don Steve Aronson está con el interés de que se monte un texto de mi autoría en su sala (Teatro Espressivo), y yo le confesé que el único texto inédito que tenía era ese. Y él me dio la bienvenida.
”Quizá es un poco a destiempo porque la obra fue escrita en el 2003 y hace una reflexión sobre el pasado inmediato. Habla sobre una generación a la que pertenezco, que a mí me da el antojo de llamarla generación de la utopía, que realmente estábamos convencidos de que íbamos a hacer una transformación social muy fuerte. Somos la generación que creció rodeada de dictaduras, que recibió al exilio y que teníamos fe en un cambio político y un cambio social. Somos herederos de la tradición de los hippies que querían revolucionar la verticalidad en la educación, en la sociedad, desjerarquizar. Creíamos en una ruptura en los cánones tradicionales del amor. Pensábamos que el mundo lo íbamos a cambiar en ese momento preciso, antes de que nuestras vidas terminaran.
”El desencanto posterior fue muy fuerte, la bofetada histórica. Entonces, escribí esta obra en la que un personaje femenino hace, de alguna manera, un recuento de sus pérdidas, un balance de su existencia, pero también hay implícito un homenaje a la resiliencia de las mujeres, a la capacidad de surgir desde el dolor y la adversidad y, a pesar de todo, sostener un país. Se ensalza la figura de la mujer mayor también.
”Estoy muy agradecida por esta oportunidad. En vista de que un monólogo de media hora no hace un espectáculo, había pensado montarlo con un texto clásico contemporáneo cubano que se llama Las penas saben nadar, de Abelardo Estorino. Es una historia de alguna forma paralela. Me tocó hacer la adaptación porque está ubicado en un contexto sumamente cubano, de la sociedad cubana revolucionaria, que tenía una serie de referencias que aquí era incomprensible. Tuve que hacer el traslado a nuestra sociedad, pero de la forma más limpia posible, sin caer en costarriqueñismos. El texto quedó accesible y sin perder su esencia”.
–¿Qué tienen en común La loca y Las penas saben nadar?
–Las obras se llaman Comedias del desencanto quizás porque ambas son mujeres que luchan con terquedad para alcanzar sus metas. Idealistas ambas desde dos ubicaciones distintas porque la Loca quería transformar el mundo y el personaje de Las penas saben nadar es una artista que quiere alcanzar un nivel de virtuosismo en su trabajo, generar belleza, sobresalir en la mediocridad reinante. Entonces, ellas apuestan todo a eso. Son vidas paralelas de alguna forma, eso es lo que cohesiona el montaje. Puso un cierto énfasis en eso el director, que es Mariano González. Él hizo pequeñas intervenciones formales en las dos obras para que se sientan aún más esos nexos subterráneos que las unen.
–Al igual que Baby boom en el paraíso y Hombres en escabeche, ¿La loca támbien usa el humor como vehículo para la reflexión?
–Ambas obras no están exentas de humor. Hay cosas graciosas. En medio del drama, siempre podemos encontrar visos hilarantes, pero no es la tónica principal. De allí quizá la dificultad para montarla. Por eso se anuncia en el título: sí la gente sonreirá y habrá momentos graciosos y desencadenan cierta ternura de parte del público, pero son obras agridulces.
–¿Y cómo ha sido el proceso de montaje para, por fin, estrenar este monólogo?
–Confieso que llego pasada de edad, pero la dramaturga sacrificó a la actriz y dijo: ‘No importa; tírese a pista’.
–¿Por qué pasada de edad?
–Se supone que el personaje cumple 40 años. Para mí, como actriz, es como un salto mortal subirme a un escenario y pretender que el público acepte esa convención. Yo espero que esa licencia poética (ríe) no distraiga más de cinco minutos y después la gente se concentre en el texto. Incluso, hice algunos cambiecitos en el texto para que no fuera tan estrictamente esa la edad del personaje. Sin embargo, sí tenía un interés particular en hacerlo yo porque tenía ya mi visión del personaje; por eso también desistí cuando tenía 40 y pocos, no pude montarlo y lo engaveté.
–¿Cómo ha sido el reencuentro de la Ana Istarú del 2019 con la del 2003, que escribió este texto en un momento de desencanto?
–Sí. Aunque esta obra es una especie de Polaroid de esta generación. Después de la caída del Muro de Berlín, nosotros estábamos extraviados o como en una orfandad terrible de repente. Hoy, la distancia ha permitido una reflexión; ya no estamos tan a la deriva. Lo que persiste y no pierde vigencia es la soledad y el desamparo en que se encuentran muchas mujeres en nuestra sociedad, con la responsabilidad de la carga familiar sobre sus hombros y chapoteando en el barro, en medio de todo, tratando de no abandonar sus aspiraciones personales. Como mi personaje, las mujeres seguimos luchando por conseguir un balance entre el cuido de su familia y el éxito profesional; eso no ha variado y eso se da en todos los estratos sociales. Muchas mujeres se podrán ver reflejadas en este personaje.
”El público juzgará si está loca o no, pero, en todo caso, es desmesurada, es estrafalaria; le gusta ir a contracorriente. A pesar de ser una obra tan breve, no hay una única lectura: hay reflexiones sobre la tercera edad, sobre las dificultades de ser mujer en la sociedad machista, sobre la maternidad y todas nuestras contradicciones”.
–¿Ha sido un proceso catártico o reabrió algunas heridas?
–He estado tan tensa por el hecho de que no tengo la edad del personaje y tenía mucho miedo del chismorreo y de que pensaran que soy como esas actrices que no saben envejecer. Pero fui a ver la película sobre Van Gogh actuada por Willem Dafoe y se me quitaron todos los complejos. Van Gogh murió a los 37 años y este actor hizo el papel, no para teatro, sino para cine, cuando tenés la cámara aquí, en el entrecejo, y tenía 62 años. Todo mundo aceptó la convención, no vi a nadie apedreando el Magaly y Dafoe fue nominado al Óscar. Allí, yo dije: ‘Me libero del trauma y vámonos’. Lo que importa es ofrecerle el texto al público y es posible que si yo no acepto por mis escrúpulos, este texto no vea la luz. Ahí vamos, con apuesta grande.
”Este es un detalle anecdótico. Lo importante es si el texto tiene algo que decir, si la gente se va a conmover…”.
–Pasemos a eso: ¿qué tiene que decir La loca en este momento?
–Habla sobre el heroísmo de los seres humildes, de los desvalidos, de los desfavorecidos que se sostienen en un lucha tratando de no morir asfixiados por la adversidad, ya sea por la pobreza, por el machismo, por la soledad. Es una oda a la mujer resiliente y es un homenaje a las mujeres que han levantado familias vendiendo empanadas o haciendo los trabajos más modestos, y que son ese eje invisibilizado que sostiene a una nación.
–La loca convoca un montón de significados, pero también de estereotipos ligados a la mujer. ¿El título evoca todas estas ideas?
–Que se llame La loca es absolutamente adrede porque el personaje desafía la autoridad y es un personaje transgresor de alguna forma. En una sociedad patriarcal, cuando una mujer transgrede, ya sabemos que se le va a llamar loca, que se le va a llamar zorra, que se le va a llamar bruja… Son apelativos absolutamente estereotipados que se le dan a una mujer. Se nos castiga por transgredir. Cuando un hombre desobedece es que tiene carácter, que tiene temperamento, pero si lo hace una mujer es una loca, una insolente. La misma cualidad cuando la posee un varón es una virtud y cuando la posee una mujer es un defecto.
–¿Cómo es ser mujer artista y feminista en una sociedad como la nuestra: patriarcal, machista y misógina?
–Es complicado y una no puede evitar incurrir muchas veces en contradicciones. No es que hay un camino trazado y claro sobre cómo conducir una vida en esos términos en un contexto tan difícil.
”Las mujeres pagamos siempre precios emocionales muy elevados por tratar de mantenernos sin traicionar nuestros principios. No es fácil. En mi caso, tengo la contradicción de que he querido ser escritora, ser artista, pero he depositado mucha energía en mi vida familiar. No me arrepiento: fue una buena inversión, pero sí deseo para mis hijas que, en las vidas que están construyendo, tengan el apoyo de una pareja que les permita no tener que abocarse a solucionar ellas todas las demandas que una vida familia exige. No solo en los ámbitos económico y logístico, sino también emocional.
”Ahora que estoy con el síndrome del nido vacío porque ya mis tres hijas volaron, he estado cerrando un ciclo. Estoy como a los 40, pero a los 60, así que yo digo que los 60 son los nuevos 40 (ríe generosamente). Estoy cerrando un ciclo y voy a poder concentrarme en mí misma; eso alegra, asusta y entusiasma. Vamos a ver qué pasa”.
–Claro, hay una demanda social de si sos así, solo podés ser así...
–Sí, pero a mí las demandas sociales no me importaron ni jovencita. Nunca vas a complacer totalmente a alguien ni a un grupo ni a un movimiento ni a una ideología. La vida es muy corta; no se puede perder tiempo intentando obtener la aprobación de los demás.
–¿Y qué ha pasado con tu trabajo textual, en poesía, teatro y otros? De estos sí tenés más tiempo sin publicar: el 2011 fue la última vez con un libro de poesía reunida.
–He pasado mucho tiempo sin escribir; en una entrevista que me hicieron en Literofilia me extendí bastante sobre el tema. Ahora, cuando debería estar escribiendo, como parte de este ciclo que estoy cerrando, lo que hice fue abrir cajones que tenía 30 o 40 años de no abrir. He estado botando papeles. Cuando digo papeles que no me atreví a ver por años, estoy hablando de mi madre, la muerte de ella, las cartas de mi juventud, manuscritos de La estación de fiebre… He estado haciendo un recuento de mi vida y desechando cosas; creo que tiene que ver con eso que te decía de la partida de las hijas y empezar una etapa nueva.
”Me ha tomado mucho tiempo. Ahora, quiero hacer algo parecido con mis libros, retomar lecturas y ver qué pasa”.
–¿Tiene que ver esto con una parálisis creativa, con una decisión o con la génesis de los textos? ¿Con qué tiene que ver?
–Tiene que ver con un problema psicológico, en mi criterio. Siempre decía con gran alegría que yo escribí poesía desde niña para obtener el amor de mi padre y su atención. Eso quiere decir que yo escribía para ser querida. En algo afectó la muerte de mi papá y la muerte de mi primer matrimonio; era como que me quedé sin interlocutor. Lo he estado viendo y analizando. No he salido de eso, aunque ya tengo consciencia.
”Si uno escribe para ser querido y después cuando escribe, recibe más bien el rechazo, es cierto que las manos se paralizan. (...) Tal vez algún día escriba sobre eso (sonríe); cuando una mujer es descollante o es notable su trabajo, eso le genera anticuerpos y a veces se enmudece.
”Tiempo al tiempo. Ahora no está escribiendo la autora, pero va a actuar la actriz, que estaba muy guardada en el armario. Eso ya es suficiente para estar contenta”.
–En alguna entrevista en el pasado, has dicho que la actriz, la poetisa y la dramaturga eran diferentes Anas en una sola. ¿Cómo pasas de una a otra? ¿Cómo surge la necesidad creativa para desarrollarte en cada una de ellas?
–Son trabajos diferentes. La sensibilidad que se requiere para ser actor va más por la empatía, por la observación, por el estímulo inconsciente; es un trabajo de creación intuitiva. Cuando uno se aboca a un personaje, tiene que sumergirse en esa sensorialidad del personaje. Como actriz, no me conformo con escribir la vida pasada del personaje, la vida futura y qué va a ocurrir con el personaje cuando termine la obra, sino que intento buscar qué música sería el personaje, qué sabor, con qué texturas tiene que lidiar en su vida cotidiana, cómo es su espacio… La creación del personaje pasa más por buscar elementos que lo evoquen, buscar el movimiento. Por ejemplo, para La loca tuve que observar a alguien que se parezca al personaje; fue difícil y lo que hice fue ir a la Feria del Agricultor de Guadalupe. Me topé el problema de que, en general, la gente es demasiado bien educada, muy estructurada y comedida; como a la cuarta vez, me encontré un personaje desmesurado y pude intentar copiarle los movimientos. Era una loca divina; fue la única vez que la vi. Es un trabajo muy de intuición; de nutrir lo irracional que vos tenés.
”En cambio la escritura, si bien es espontánea y emocional al momento de la creación, después implica un trabajo de pulimento, que es puramente intelectual. Son trabajos distintos.
”De hecho, hay cosas de mi personaje que ni me imaginaba cuando escribí el texto, eso otro lo descubro como actriz trabajando el personaje”.
–La obra teatral sigue creciendo…
–El texto es un pretexto. La obra teatral está incompleta hasta que se lleve a escena; es una propuesta bidimensional y el actor debe darle volumen, debe hacerla tridimensional, darle la carne que no tiene el texto.
–En este proceso de revisión de vida y de papeles, ¿qué has encontrado sobre vos misma?
–Me di cuenta de cómo he cambiado, de que cuando escribí La estación de fiebre era una niña; la empecé a escribir a los 19 años; no me había percatado de eso hasta que vi las fechas de los poemas. Llegué muy joven al matrimonio; era una persona muy frágil y vulnerable; de verdad nadie debería casarse a esas edades (22 años), que es lo que hacíamos en nuestra generación. Me confronté a mitos familiares que se derrumban y descubrí virtudes o pequeñeces que tenían mis padres que no había podido ver.
”A estas edades y con los padres fallecidos, una se convierte como en la madre de sus padres y hay mayor capacidad para ponerse en sus zapatos”.
–La memoria juega un papel muy importante en este proceso...
–Hay cosas dolorosas que yo me doy cuenta que olvidé; o sea las borré y me las encontré en cartas. Yo me decía: ‘¿Cómo me pasó esto a mí?’ (ríe). Hay cosas que la psique borra para defenderse y que yo ni sabía. Allí las clasifiqué y les dejé notas a mis hijas: ‘Si quieren entender por qué pasó tal cosa, aquí están las cartas que tienen que leer’. Fue un proceso fuerte.
–¿Cómo saliste de ese proceso?
–Fortalecida porque también se perdona mucho y con la sensación de que estoy empezando mi época de vejez. A eso es a lo que voy. Sin embargo, no es como uno imaginaba porque la vejez se asocia solo con pérdida, decaimiento, con decrepitud, y no es cierto. Es como si me hubiera tomado mucho tiempo hacer la tarea, cumplir con todo lo que se me exigió, y, por fin, voy a vivir mi vida.
”Si lo ponemos en otros términos: para mí, este momento es como estar de novia con la pareja con la que convivo, en la casa que me gusta, con estabilidad económica, sin preocupaciones y ahora sí tengo que hacer lo que quiero hacer”.
–¿Y eso es?
–Bueno, no sé. Yo lo que quisiera es volver a sentir el deslumbramiento y la pasión que sentía con las lecturas cuando era adolescente. Eso es lo que genera ese enamoramiento por lo que escribís. Siempre se dice que se escribe para cambiar el mundo, para afectar a los demás y para generar una mejor sociedad; todo eso es cierto, pero esa es la parte intelectual, la parte racional. Uno escribe por el gozo que provoca escribir. Cuando uno escribe se da ese enamoramiento que, tal vez, no dura mucho, pero ese placer es lo que pienso que motiva a mucha gente a escribir. Genera deleite, es placentero, es emocionante. Entonces, quiero recuperar eso.
”A estas edades no se escribe para ganar un premio ni para demostrar que se tiene talento ni tan siquiera para vehicular una idea que se sostiene con pasión… Hay una mayor libertad. Vamos a ver qué ocurre. Esperemos que yo pueda volver a producir como cuando era adolescente porque nunca he leído tanto ni escrito tanto como cuando era adolescente”.