La economía de producción en masa y su correlato, la sublimación ideológica del consumo, nos han desviado la atención de las cosas realmente importantes y significativas de nuestras vidas, para dirigirla hacia objetos y prácticas vacías de contenido y enteramente prescindibles.
Lo realmente importante, lo que nos caracteriza y define como personas, es relegado en nuestra imaginación a una especie de submundo de lo cotidiano, el de las cosas pequeñas por las que sentimos que no vale la pena preocuparse ni emplear el tiempo.
Anabeatriz Fernández (periodista, escritora, actriz, promotora cultural) se ha dado a la tarea de reseñar ese rico universo plural de las pequeñas cosas desde su propia experiencia y el resultado ha sido Pequeña ola de un mar extranjero, un libro entrañable que nos muestra las andanzas y peripecias de su viaje interior.
La obra, recién publicada por la editorial Perro Azul, reúne 42 textos cortos, que bien podríamos denominar relatos, poesías, reflexiones, añoranzas, porque no responden a ninguna categoría de etiqueta, aunque contengan un poco de todo.
No podría decir si fue la intención de la autora o la percepción del diseñador lo que produjo el resultado, pero lo cierto es que el espíritu de la obra se manifiesta desde la portada: el nombre de la autora, un título sin mayúsculas y un elemental barquito de papel periódico (que ha de haber servido a Anabeatriz para surcar el mar de los recuerdos), encerrados en lo que aparenta un sencillo marco de madera.
Sus recuerdos tienen que ver con personas amadas (y también animales) y surgen asociados a escenarios y objetos que quizá solo para ella tienen algún significado: un crayón de cera amarilla como el que su madre usaba para subrayar fragmentos de los libros que leía; un rosario de diez cuentas, como el de la abuela Oscarina; un gato; un parque, una bicicleta y su hija Lu una tarde de verano; la visita de un colibrí que podría ser la de su padre muerto.
Y envueltas en esa atmósfera de familiaridad cotidiana, nos llegan serenas reflexiones sobre los temas que han sido desde siempre constantes de la literatura universal como la vida, la muerte, la enfermedad, el amor, la pérdida. De ese modo, Anabeatriz nos enseña que, a veces, lo que designamos como “pequeña cosa” es parte sustancial de todo lo que importa, de lo esencial y trascendente.
He aquí una muestra de lo anterior:
“Hace unos años, antes de la pandemia, un amigo periodista me contó una historia dulce y amarga a la vez: las pitangas le recuerdan a su madre que murió siendo él un niño. En la memoria conserva la imagen de un palito de pitangas en el patio de la casa y aquel día en que ella le dio un tazón lleno de frutillas variopintas.
“Una mañana de camino al trabajo pasé como siempre por los arbolitos (de pitanga, que habían crecido en un predio cercano), coseché una buena cantidad madura y jugosa, cargada de agua. Pensé en mi colega. Al llegar se los entregué. Nos miramos en silencio y me sonrió con una ternura disonante: la luz de su madre en los ojos, mientras las semillitas iban quedando en el cuenco de la mano”. (En: Temporada de pitangas).
En la presentación de contratapa, Camilo Retana lo expresa de manera elocuente: “En este libro, Anabeatriz Fernández se niega a impostar la voz para hablar de todos esos temas … habla de todo ello, pero lo hace bajito para que no se despierten las niñas, para no espantar a los pájaros que llegan a su casa con mensajes traídos de más allá, y a veces también de más acá”.
Estos relatos, cortos y en apariencia inconexos, componen una personalísima cosmovisión. Son como puntadas de una filigrana que grafica un mundo en que las experiencias comunes (placidez, angustia, alegría o dolor) se rigen por los principios de la empatía y la ternura.
El tratamiento de cualquier tema está siempre vinculado a recuerdos íntimos y es tratado con una sensibilidad que nos conmueve y nos enseña que aún las mejores y las peores cosas de la vida deben asumirse con entereza y equilibrio.
Además de lo dicho, hay en esta obra algo particularmente valioso, que hace de su lectura una experiencia placentera y es el estilo con que fue escrita, así como el acervo cultural que destila.
Ya en su producción periodística, con frecuencia relativa a temas culturales, Anabeatriz nos ha acostumbrado a una prosa fluida, a textos en los que cada palabra cumple una función precisa. Nada de adornos. Y, no obstante, abunda en ellos la poesía porque, en su manera de pensar, la lógica y la estética son una unidad indivisible. Con su creación literaria ocurre exactamente lo mismo.
¡Enhorabuena por esta “pequeña ola de un mar extranjero”! Esperamos que otras olas vayan arribando para deleite de nosotros, pobres lectores, siempre sedientos de libros buenos.