Rozando los 40 años y luego de añales de sesiones de psicoanálisis, Anacristina Rossi por fin recordó. Allí, en el diván, llegó hasta la memoria del abuso que sufrió por parte de un familiar y que le serviría para explicarse tantas cosas. Fue entonces, cuando, de nuevo, la literatura se desencadenó y escribió de un tirón la primera versión de su novela Tocar a Diana.
Aquello fue en 1992 y ahora, 27 años después, la escritora presenta ese libro, luego de trabajar en aquel primer borrador para acercarse más a lo que quería decir, superar una crítica que le decía que lo que escribió era pornografía y convencerse de que los tiempos han cambiado.
Tocar a Diana, publicado bajo el sello Alfaguara, es la novela más atrevida de la autora de Limón Blues (2002) y La loca de Gandoca (1991). Rossi lleva el erotismo que develó en María la noche (1985) más allá para mostrar la transgresora sexualidad femenina y revelar un secreto familiar que modificó la forma de vivir la sexualidad de Diana, la protagonista, y de su familia. Sí, como es evidente, la historia de Anacristina y Diana se parecen, aunque no son la misma; es decir, el nuevo libro no es una autobiografía.
A sus 66 años, sin temer a un nuevo escandalete literario y en medio del luto por la muerte de su compañero durante 25 años, Guillermo Lathrop, la escritora quiere hablar, quiere romper el silencio con el que se sepultan muchos temas importantes.
–El erotismo siempre ha surgido en su literatura desde María la noche, que precisamente generó polémica por ese tema allá en los años 80. ¿Cómo se transforma ese erotismo hasta llegar a Tocar a Diana?
–María la noche es una exploración de la sexualidad femenina, pero antes de lo que yo descubriera lo que había detrás del erotismo familiar, que era un abuso. María la noche era el erotismo femenino que yo está descubriendo y que me parecía que nadie hablaba de esto y yo quería hablar de este erotismo. Fue mi hermana, Gabriela, la que me dijo ese es el libro de una niña abusada. Yo le dije: “¡Jamás!”. Ella me dice: “Sí, porque cuando a uno lo abusan a una edad muy temprana todo se erotiza”; y en María la noche el lenguaje está completamente erotizado. No le hice mucho caso hasta que, a lo largo de los años, fueron saliendo cosas.
”Tocar a Diana la escribí en 1992, cuando yo, en un diván, descubrí el abuso –mío y de la familia–. La escribí y la guardé porque recuerdo que se la había enviado a una feminista que me dijo que era pornografía; muy avergonzada, la guardé. Claro, es que en María la noche hay un montón de temas y el despertar de la sexualidad, pero, en Tocar a Diana, el tema central es una sexualidad muchísimo más transgresora, a qué se debe y qué pasa en esa familia. Es decir, va un paso más allá porque es mi exploración de por qué pasa. No digo que las mujeres no pueden tener una sexualidad muy intensa y muy parecida a la de Diana en otra coyuntura, porque también se da”.
–Tras años de lecturas y entrevistas, me parece que este es tu primer libro en que hay un ejercicio consciente de escritura que se explota y aborda el tema erótico. En María la noche era importantísimo y surgió espontáneamente así; en Limón Blues, Situaciones conyugales y La romana indómita era un tema tangencial; ahora es protagonista y es adrede…
–Ahora, claro, la sexualidad femenina es protagonista y es adrede; eso es lo que cambia en relación a todos mis otros libros. Se pone en el centro, en la picota. Sé que eso puede generar mucha roncha porque es muy transgresora, pero, bueno, somos muchas las mujeres en este caso. Claro, este es un tema que no se toca.
”Supuestamente, los hombres naturalmente son perros; es decir, que ellos tienen deseo, se excitan por todo, pueden tener varias mujeres porque “pobrecito”, como decía mi mamá, “son como animales”. Sin embargo, resulta que, según varias investigaciones, las mujeres necesitan más velocidad sexual que los hombres (...). Wednesday Martin en el libro Untrue dice que las mujeres por su constitución física tenemos una capacidad mayor para sentir placer que los hombres; las mujeres tenemos un órgano (el clítoris) que es solo para sentir placer; no sirve para nada más ni para procrear ni para orinar.
”Entonces, las mujeres estamos más constituidas para el placer que los hombres; sin embargo, es todo lo contrario a lo que se ha venido diciendo. Entonces, ¿qué pasa con las mujeres? Depresión, anorgasmia, miedo a expresar una sexualidad tan potente; los hombres se asustan ante un orgasmo fuerte y les dicen puta, les gritan e, incluso, he conocido casos que hasta les pegan o llaman a la ambulancia.
”Entonces, Tocar a Diana es una exploración de esta sexualidad, que en este caso la despierta ese atropello en la niñez, pero se puede dar en otras circunstancias”.
”Yo tengo una hipersexualidad por un abuso temprano, yo no la voy a condenar; así soy, así quedó mi erotismo. Si yo, al darme cuenta de un abuso, la reprimo (la sexualidad), me destruyo. ¿Cómo vivir con esa hipersexualidad que fue fruto de un abuso, sí, pero que es mía y la amo? Ese es quizá el dilema de Diana porque mientras ella no sabe de dónde viene, es compulsiva, tiene que repetir, pero cuando lo sabe, lo puede controlar, cuándo se hace y cuándo no. Es una exploración, también, de qué pasa en las familias con la sexualidad. Esa es la historia de Diana; mi historia no es la historia de Diana, pero sí se parece y, probablemente, se parezca a la de muchas mujeres”.
–¿Cómo decidiste sacar la novela de la gaveta? ¿Y qué pasó después: la modificaste, la reescribiste o qué hiciste?
–Sí, quedó muy parecida. Esa novela la empecé a escribir justamente cuando, en el diván, me doy cuenta del abuso; luego, me atreví a hacerla más osada, puse cosas que no me había atrevido a poner antes y también la “ficcionalicé” más.
”Fue en la Semana Santa del 2018 que la saqué de nuevo. En la primera versión, que era muy fuerte, tenía menos protagonismo el abuso y el tema familiar. La modificación que le hice fue darle más escenario al problema de la familia; la sexualidad está muy parecida, tanto que esta feminista me la devolvió diciendo que era pornografía. No creo que sea pornografía porque es una escritura que trata de ser poética. Pertenezco a ese tipo de mujeres que, a pesar de que puedo tener una sexualidad exacerbada, siempre, de alguna manera, valida al amor. No puede ser pornografía en el sentido de que siempre hay un amor de por medio.
”Un amigo me dijo: ya es hora de sacar esa novela, son otros tiempos y qué te importa a vos lo que digan. Yo la saco y se la doy y, claro, como había reforzado ciertas partes de la historia de la familia, él se horrorizó un poco cuando le dije: te la quiero dedicar. Me respondió que jamás, que si estaba loca; “yo no quiero verme involucrado en esa historia tan terrible”; él no quería que esto lo salpicara. Aunque yo debería dedicársela a mis psicoanalistas porque, poco a poco, cada psicoanalista fue abriendo el camino para que yo pudiera descubrir eso. Yo tengo 25 años de psicoanálisis y quién sabe cuántos más me faltan.
”Ya a esta edad no pude callarme; a esta edad me parece que esas cosas hay que hablarlas. Los secretos de familia duelen, pero si uno no los saca, la cadena se sigue repitiendo. Es sanador poner que es una cadena y que en algún momento se tiene que cortar; una de las maneras de cortarla es sacarla a la luz, decirla. Generalmente uno lo dice en la familia y en la familia no te creen, o te dicen eso qué importa, que ya pasó, o que los trapos sucios se lavan en familia”.
–Una de las frases que más nos ha marcado es esta que decís de “los trapos sucios se lavan en casa” y con esto se encubren abusos, corrupción y todo tipo de males. ¿Cuánto daña este silencio a nuestras familias?
–No solo a las familias, le hace gran daño a la sociedad. En el ámbito personal, lo que no se dice y se calla, se somatiza: tenemos suicidio, alcoholismo, drogadicción... Porque si no se dice, por dónde se va a ir todo el exceso. Vivimos en una sociedad donde casi nada se puede decir, donde todo es tabú: el aborto, la hipersexualidad femenina...
”Uno lo ve, la gente anda mal y yo creo que una parte es por esa cosa tica de no decir las cosas como son; tener que andar lavando los trapos sucios en la casa... No puede ser, ya no; hay demasiado femicidio, hay demasiada insatisfacción, hay demasiada represión… Hay que redefinir la feminidad y la masculinidad, pero nadie habla.
–Sin duda, no sos conservadora; sin embargo, en el pasado había algo de pudor al abordar el tema o era, más bien, temor al encasillamiento. ¿Por qué decidiste ahora explorar la veta erótica? ¿Por qué pasaron 25 años para asumir ese riesgo de nuevo?
–Siento que la edad transcurre. Si no lo hacés ahora, quizá el día de mañana no lo hagás. ¿Cuándo lo voy a decir si no lo digo ahora? La he guardado desde 1992. Y este amigo que me decía: sacala, sacala, los tiempos han cambiado; ahora se puede hablar de una sexualidad más directa, más fuerte. Yo pensé: tiene razón. Ahora es el momento; todo ha cambiado. Se puede admitir con más facilidad que hace 15 o 20 años. Por otro lado, los grupos conservadores han avanzado más y una no sabe si en el futuro van a tomar el poder. Mejor hacerlo ya. Ahora hay un momento favorable; tal vez esa feminista ya no lo llame pornográfico, quizá ella ya ha cambiado.
”Yo la quiero sacar en Costa Rica, también la voy a sacar en México. Cada quien tiene un gallinero en que le toca cacarear y mi principal gallinero es Costa Rica. Mi público más cercano es el público costarricense”.
–En tu literatura, la naturaleza es poderosa e indómita y está estrechamente ligada al erotismo y al lenguaje. ¿A qué se debe esta relación? ¿Por qué, en Tocar a Diana, la naturaleza anuncia, revela cambios y hasta se transforma conforme evoluciona la protagonista?
–Claro. Siempre vi la naturaleza como una acompañante; era un solaz. El abuso genera mucha angustia y una no sabe qué está pasando. Yo me solazaba en la naturaleza y, por circunstancias de mi vida, aprendí a relacionarme con la naturaleza de una manera muy íntima. En todos mis libros, la naturaleza juega un papel muy sensual, de olores, de cierta tibieza; te envuelve, te ayuda, te acompaña. La naturaleza es mi compañera de viaje. Por eso, me vine de París, me hacía falta la naturaleza, el bosque tropical; busqué empleo en Bretaña, no lo conseguí porque había desempleo y me vine para estar con la naturaleza.
”Y sí, la naturaleza cambia conforme yo cambio porque me acompaña y me responde. Son experiencias que mucha gente no tiene, pero, por ejemplo, a los 17 años tuve una yegua –me la habían regalado para un cumpleaños– y una vez, en 1970, cuando no existían los parques nacionales, me monté en esa yegua y ella encontró el camino para ir a San José de la Montaña, subió y subió hasta que paró frente a una laguna. Yo pensé: tendré que confiar en ella porque yo no sé dónde estoy; no sabía cómo devolverme. Años después, supe que era la laguna del Barva. Esa comunicación con la naturaleza, con los animales, es inexplicable. Está allí y siempre va a estar en mis libros de una manera u otra”.
–La rebeldía de Diana, la sequedad de la madre, la pasión por el Caribe, la experimentación sexual, el padre que iba de mal negocio en mal negocio, la escena de ella chupando dedo junto a la yegua… Diana y Mariestela, protagonista de María la noche, se me parecen mucho en tiempos y vidas diferentes. ¿Cómo se emparentan estos dos personajes?
–Sí, sí; claro, claro. Creo que Diana es una Mariestela que creció, descubrió un montón de cosas de sí misma y decidió decir un montón de cosas. La primera escena de Mariestela chupando dedo en una cueva puede ser Diana chupando dedo agarrada a las patas de la yegua. En Mariestela hay una sexualidad muy intensa, solo que Diana la habla más porque maduró. Hay una relación directa entre Mariestela y Diana. Y, podemos decir, que esa relación es Anacristina.
–Y, ¿de qué forma ellas –Diana en especial– son espejo tuyo?
–En gran medida, pero no totalmente. Son novela; hay gran parte de ficción, pero también hay gran parte de mí en ellas. Yo las amo a cada una en su momento diferente, cada una luchando. Una Mariestela más difuminada, que no se sabe si existió o no, más ligada a la magia. Y una Diana que sí es completamente terrenal, como Diana cazadora; hay una relación con esa Diana-Artemisa, que tiene que ver cómo arreglársela sola porque la familia no la ayuda, pero sí cuenta con apoyo del psicoanalista. Tocar a Diana es despertar; como viví muy cerca de la Penitenciaría Central, a las 6 a. m. hacían el toque de diana para empezar el día, así que Tocar a Diana es: “Niña despiértese, le pasó esto”; es abrir los ojos y despertar.
–“El psicoanálisis es un motor de mi vida porque me permite estar bien y me permite crear”. Mas antes no había sido protagonista de sus libros y ahora sí lo es. ¿Qué permitió este cambio? ¿Cómo se metió el psicoanálisis explícitamente en tu literatura?
–María la noche puedo nacer gracias a mi psicoanalista Haydee Fainderg y, gracias a ella, también nací como persona en Francia. Gracias a Rafael Pérez se da el descubrimiento de la otra Anacristina, que debe vivir sin el apoyo de la familia porque ya creció y la que recuerda el abuso.
–No solo es el acompañamiento del psicoanalista sino que el psicoanálisis está dentro del libro...
–Es una novela que transcurre en el diván. Está la voz de Diana, pero igual de importante es la voz del psicoanalista que indaga, que hace avanzar el relato y relanza la novela para que la acción siga. Él y su diván son tan importantes como Diana. Entonces, es la historia de un análisis también.
–La de Diana es una autora madura y ya consagrada en la literatura costarricense, la de Mariestela era una joven que le estaba apostando a la literatura después de tanto leer. ¿Cómo cambiaste entre uno y otro libros?
–Son muchas, muchas etapas. Hubo muchas etapas en que yo pensé dejar de escribir. Por ejemplo, cuando había escrito María la noche y La loca de Gandoca y me fui a hacer una maestría en Mujer y Desarrollo y me ofrecieron una beca de doctorado; yo iba a seguir de mi tesis de maestría al doctorado y, si lo hubiese hecho, probablemente dejo la literatura para siempre. Hubo un titubeo entre la Academia y la literatura.
”Cuando me negaron la beca por una cuestión de edad, me volví hacia La loca de Gandoca y hacia María la noche y las abracé. Esa mujer muy joven y titubeante de María la noche decidió que iba a ser escritora, pero hasta después de La loca de Gandoca. No fue con María la noche. Después de María la noche yo tenía muchísimas inseguridades; es el que menos se lee de mis libros y la gente que lo lee es el que prefiere. Con La loca de Gandoca me reforcé, pero era una literatura de denuncia; tenía otra intención detrás, que era salvarme la vida y, de paso, aproveché para contar la historia de mi primera viudez, que fue muy dura. Fue un libro muy catártico; es mi libro más autobiográfico y menos literario. Después de que me negaron la beca, me tiré en la literatura. Limón Blues es una historia de los afroantillanos de Limón y, allí, Anacristina está como autora enamorada de esa comunidad, pero no como personaje. En Limón Reggae tampoco y en La romana indómita tampoco; era pura literatura.
”Aquí, vuelvo otra vez con una Diana que se parece a mí, pero que al mismo tiempo no soy yo. Entonces, se empatan las dos partes. Me siento más atrevida ahora. Eso debe ser de la edad cuando una se da cuenta de que no le queda tanto tiempo para decir lo que quiere decir.
”Tengo dos novelas en la cabeza; de una, solo he escrito 30 páginas porque el duelo por la muerte de Guillermo me tiene un poco lenta, pero ya vendrá. Le perdí el miedo y también a eso de si va a ser un éxito o no, si se va a vender, al qué van a decir de mí…”.
La presentación
Como parte del festival Centroamérica cuenta y en el marco de la Feria Internacional del Libro, la novela Tocar a Diana se presentará este martes 14, a las 4 p. m., en el Teatro 1887, ubicado en las instalaciones del Centro Nacional de Cultura (Cenac, antigua Fanal en San José). El libro lo comentarán la propia Anacristina Rossi, Mónica Sotelo y María del Mar Obando Boza.