Apenas habían pasado cuatro años desde que se despenalizó la homosexualidad en el Reino Unido. En 1971, 57 años después de su escritura, se publicó Maurice, novela por la cual su autor sentía mucho cariño: “Publicable. Pero, ¿vale la pena?”, escribió en una nota adherida al manuscrito, escondido en una gaveta.
Su autor, E. M. Forster, había muerto 12 meses antes, a los 91 años. Les había mostrado partes del libro a amigos cercanos, incluyendo a Christopher Isherwood, autor de Adiós a Berlín y Un hombre soltero, mucho más liberal con respecto a su homosexualidad (Forster tuvo pocas relaciones con hombres; perdió su virginidad hasta los 38 años con un soldado herido).
En la novela, Maurice Hall es un hombre joven de la élite inglesa que, cómodo en el privilegio que le permite una sexualidad más abierta, no está preparado para la pasión que le inspiran Clive, en Cambridge, y Alec, de clase trabajadora, entre otros. Maurice arde en deseos una vez que encuentra el objeto de su atracción. Afrontarán su timidez, intentos de chantaje y el pánico perpetuo de ser descubiertos: la muerte social.
Sin embargo, es una novela ligera, decorosa, y el amor prevalece. “Un final feliz era imperativo. No me hubiera molestado en escribirla de otro modo”, advierte Forster en una “nota terminal” escrita en 1960, cuando todavía parecía impensable que la homosexualidad dejara de ser penalizada, a pesar de renovadas iniciativas legales por traerse abajo la draconiana ley.
Eso era demasiado para 1914, cuando las narraciones sobre la homosexualidad estaban casi obligadas a acabar con suicidio o la exclusión “merecida”.
Forster era uno de los autores más populares de la lengua inglesa y del mundo, postulado 16 veces al Nobel. No se podía conocer su lucha contra sus deseos, así que la depositó en una novela terminada en 1914, a punto de la primera muerte europea, y con el siguiente epígrafe: “Dedicada a un año más feliz”.
Forster temía que publicar la novela destruyera su reputación y sus primeros críticos temieron lo mismo. Incluso un agudo lector como George Steiner se preocupó, en 1971, de que “la centralidad de Maurice en la vida privada y trabajo de Forster” ocultara sus otros logros, a fuerza de que nuevos lectores se dedicaran a buscar claves homoeróticas en otros textos.
Con el tiempo, se hizo una película de Maurice y se convirtió en un libro muy estudiado, aunque lejos de la fama de A Room With a View o Howards End, grandes novelas de Forster. Él nunca supo que Maurice –y su experiencia secreta– serían vistas con tal cariño. ¿Quizá ya había llegado el “año más feliz”?
“No puedo soportar el silencio”
Hay preguntas que solo se pueden responder con el cuerpo. En una escena del libro Call Me By Your Name (2007; pronto saldrá publicado en español como Llámame por tu nombre), el cultísimo joven Elio cita un fragmento del Heptamerón de Margarita de Navarra, a Oliver, donde una doncella se pregunta: ¿es mejor hablar o morir?
Ese es el conflicto central de la mayoría de la ficción gay –y queer en general– del último siglo. Una vez descubiertos el amor, el placer y la felicidad, ¿es mejor callarlos y dejarlos ir, o pronunciarlos, hacerlos públicos y, así, morir (ya sea la muerte social o la física, en las sociedades más brutalmente discriminatorias)? Pero por otro lado, ¿no sofocaría el silencio?
Al principio de Call Me By Your Name, publicado en el 2007 por André Aciman, el joven Elio Perlman, de 16 años, no sabe nada de esto. Juega con las chicas de su pueblito italiano, se enamora, hace el amor con ellas.
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Sus papás reciben en verano a académicos jóvenes de Estados Unidos, con el compromiso de que ayuden al señor Perlman con sus indagaciones de exquisita erudición.
Entre ellos viene un joven despreocupado y vivaz, Oliver. Se despide “Later!” como si ni se preocupara por quienes deja atrás. Elio, casi sin darse cuenta, empieza a tratarlo con algo de hostilidad que disimula mal una pasión encendida.
Cuando Oliver le masajea la espalda frente a sus papás y amigos, Elio dice: “Nunca se me ocurrió que lo me había aterrorizado cuando me tocó fue exactamente lo que asusta a las vírgenes cuando son tocadas por primera vez por la persona que desean: él agita nervios en ellas que nunca supieron que existían y que producen placeres mucho, mucho más perturbadores de los que acostumbran en solitario”.
Así, Call Me By Your Name es un libro sobre descubrir esos nervios y sus conexiones. Si bien hay muchas historias sobre el primer amor, incluyendo amores de verano, pocas han logrado evocar de una forma tan física la forma en la cual el deseo constituye, con su mera manifestación, todo un aparato hasta entonces oculto en el cuerpo.
Cuestión de lenguaje
Cada una a su modo, y desde distintas épocas, Maurice y Call Me By Your Name encierran en sus paralelas historias de descubrimiento la llamarada silenciosa del deseo homosexual, perpetuamente atizada justo al lado de las literaturas del mundo, pero muchas veces obviada con elegancia por sus estudiosos más comedidos.
No obstante, ¿es posible retirar la poesía amatoria homoerótica de la tradición clásica griega y árabe o de la literatura cortesana de Japón sin dejarlas tambaleando? ¿Se pueden disimular tantas cosas detrás de la palabra “amistad” en las novelas occidentales desde el siglo XVII?
Maurice se escribió a medio siglo de las primeras discusiones políticas –ya no solo poéticas– sobre el estatus de la homosexualidad y el mismo año en que la Europa aristocrática se fragmentaría irremediablemente, abriendo grietas en el pesado sistema de clases que dinamiza la novela de Forster.
Aparecería solo cuando el mundo estaba en llamas por las luchas independentistas, los nuevos feminismos combativos y las luchas por los derechos civiles que confirmarían la inmoralidad del racismo, la más estúpida de las exclusiones. Y también, claro, a un par de años del inicio formal de la lucha por los derechos LGBTIQ, las manifestaciones en el Stonewall Inn, en Nueva York.
Por su parte, la acción de Call Me By Your Name ocurre en 1983, aún no ensombrecida por la epidemia del sida, cuando la imagen de la homosexualidad no había devenido en muerte en el imaginario conservador.
Para el 2007, cuando Aciman la publicó, ha dicho el autor, no entendía por qué la gente le escribía cartas y mensajes diciéndole que lloraba leyendo el libro. “¡No lo escribí así!”, dijo en una entrevista. Era pura pasión erótica.
También había mucho de nostalgia, la sensación de lo bello y fugaz –inmortalizada en la poesía japonesa, sobre todo la amatoria–, aquello que Elio descubrirá, y que Maurice cree que nunca conocerá, tiñe el libro de melancolía. Lloramos porque hemos aprendido que todo pasa. Lloramos porque sabemos que hay algo irrecuperable.
Y eso que hay de irrecuperable es difícil de poner en palabras porque se pone el cuerpo para entenderlo. Cada una a su modo, Maurice y Call Me By Your Name hablan sobre el deseo como una forma de reconocerse y de reconocer el mundo.
La primera, con su lenguaje codificado por la clase social, se tambalea, aunque la historia de sus amantes interesa. La segunda, por el contrario, hace de las palabras mismas objetos eróticos, casi como El amante de Marguerite Duras, otro libro donde el orgasmo se parece tanto a un grito de dolor.
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Leídas lado a lado, con su antes y después de la era del clóset, hoy abierto irremediablemente, hablan de cómo ese lenguaje erótico ha sido sofocado y reprimido, y uno piensa en cuántas palabras se perdieron en el camino.
De El pozo de la soledad (1928), la tragedia lésbica de Radclyffe Hall, a la burbujeante confesión de Trans: A Memoir (2015), de Juliet Jacques, la literatura gay y queer es la búsqueda de las palabras para articular el deseo y la humanización del contacto eléctrico de un cuerpo con el otro.
Sobre mucha de esta literatura pende, empero, la sombra de las multitudes que se han abalanzado contra la puerta del clóset para intentar abrirlo y desfigurar lo que protegía forzosamente. Pero ahora, después de la era del silencio, es oportunidad para otras vidas queer, narradas de otra forma: como vidas completas.
¿Es mejor hablar o morir? Hablar y vivir, cuando sea posible, sería lo humano. Eso le dice el señor Perlman a Elio, cuando el amor con Oliver ha encontrado el único enemigo que no toma la decisión de hacer daño: el tiempo.
Coda esperanzada
En el epílogo a Maurice, Forster continuaba: “Estaba determinado a que, por lo menos en la ficción, dos hombres pudieran enamorarse y permanecer así en el ‘por siempre jamás’ que permite la ficción y, en ese sentido, Maurice y Alec aún vagan por los bosques”.
Es probable que, si siguieron caminando entre los árboles, llegaron algún día a los bosques que tantos años después vería Oliver de camino a encontrarse –y fundirse brevemente– con Elio, en Italia. El barrio de los personajes gais –y de todo el espectro de la sexualidad humana–, empero, se ha ensanchado y otros vecinos empezaron a sumarse con los años.
Hoy no vivimos en aquel “por siempre jamás”: el peligro del rechazo y la violencia abundan como antes, quizá porque alguna gente se aferra al miedo que tiene a la insondable capacidad humana de amarse. Un miedo raro, pero muy reciente, como nos lo recuerdan ambos libros.
La versión cinematográfica de 'Call Me By Your Name', dirigida por Luca Guadagnino y nominada a cuatro premios Óscar, está en cartelera de las salas Nova y el Cine Magaly.
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