“Durante las fundiciones, en ese ambiente de calor insufrible, sudoroso tras su máscara, cubierto con ropajes de amianto y cuero, la figura de Tony sosteniendo un bastón de metal entre llamas y humaredas me hacía pensar en la de un guerrero emergiendo de otro de sus pasajes por los infiernos”. De esta forma recuerda el escultor uruguayo Carlos Capelán a su amigo y colega Anthony Fage.
¿Quién fue Fage? El Monumento al Baile Popular, de Leda Astorga, en el Parque Próspero Fernández en Alajuela; La Chola, de Manuel Vargas, en la avenida central, y el Big Foot, de Idan Zareski, en Avenida Escazú son solo algunas de las cientos de piezas, en espacios públicos y también en colecciones privadas, que fueron transformadas por sus manos.
Durante 27 años, Anthony Fage –conocido como Tony– se dedicó a llevar al bronce las creaciones de muchos artistas nacionales y extranjeros. Destacó siempre su entrega total al trabajo, su ojo cuidadoso al detalle y su gran conocimiento del oficio, así como por su generosidad.
Fue el artista tras bambalinas a quien los escultores le entregaban, con plena confianza, sus piezas en resina, arcilla o algún otro material. Fue el creador silente, que se esmeró en darle vida eterna a cada idea que entró a su taller.
Quienes lo conocieron lo rememoran trabajando calladamente, una figura zen en un caos de moldes y piezas por armar. El taller y su trabajo se volvieron una extensión de su nombre y persona con el pasar de los años.
Confiaron en su trabajo artistas ticos como Olger Villegas, Edgar y Franklin Zúñiga, Aquiles Jiménez, Isidro Con Wong, Carlos Poveda, Leda Astorga, Ángel Lara y Ángel Lara hijo, José Sancho, Jorge Jiménez Deredia, Manuel Vargas, Mario Parra y Andrés Carranza, así como figuras internacionales como Idan Zareski, Carlos Capelán, Jorge Montalvo, Maruca Gómez, Susan Valyi y Berta Polo.
Arribo en los ochentas
Fage llegó a Costa Rica al principio de la década de los años 80. Había estudiado Bellas Artes en Nova Scotia Arts College, en Halifax, y antes de eso viajó por Europa e, incluso, vivió en al Ártico –trabajaba como detonador de dinamita–.
Dejo atrás el frío de su natal Montreal, en Canadá, para venir a trabajar con su hermano y, según sus palabras, “alejarse del arte”.
Poco después de su llegada al país, su hermano murió, por lo que se vio obligado a buscar oficio. Compró una pequeña fundición con un propósito artesanal y abrió su pequeño taller en un viejo establo. Comenzó a crear máscaras, que vendía alrededor de la zona. Poco a poco su trabajo se dio a conocer y a la pequeña fundición comenzaron a llegar encargos cada vez más complejos.
En 1990, Tony funda oficialmente Casa Fage, un taller de fundición artística. Con el paso de los años, el pequeño espacio rústico creció, así como la dimensión de las piezas que entraban por la puerta.
El apellido Fage era un referente de innovación, calidad y finos resultados. Quizá fue su peculiar mezcla, entre artista, investigador y fundidor, lo que llevó a ajustar la milenaria técnica de la cera pérdida y ajustarla a la necesidad de cada obra.
La fama para otros
A pesar de que creó un arte extraordinario a lo largo de su vida, la fama se la dejó a otros. Quizá el hecho que a Tony no le gustará figurar sentó bien con la tradición escultórica costarricense, que ha tendido a no incluir el nombre del fundidor, a diferencia de la tradición europea.
Fue su padre quien le enseñó a esculpir, cuando a los 6 años le dio un cuchillo y una balsa. Ya con su vida hecha, Fage participó en distintas bienales (entre 1998 y el 2007). En su trabajo se encuentran abstracciones en madera, calas con punta de flecha y hasta un pequeño monumento de un perro en bronce.
Tras batallar el cáncer por casi cinco años, Tony nos dejó el 8 de febrero del 2018. Dichosamente, hoy vive eterno en sus legados, en cada obra fundida en su taller y en cada artista al que impactó.
De esta forma despedimos a un gran amigo y creador, honrando su entrega y corazón al arte. Y como él lo hubiese querido, la cera perdida, los moldes y hornos siguen encendidos en la fundición. Su labor seguirá viva en Casa Fage, con el liderazgo de su esposa, Anabelle, y tres hijos, Gregory, Sarah y Dustin.
Así lo recuerdan los artistas
Reflexiones de algunos artistas y amigos que fundieron sus obras con Anthony Fage.
Olger Villegas, escultor y Premio Magón 2010: “De Anthony se pueden decir muchísimas cosas hermosas porque fue un extraordinario ser humano, un gran amigo, una persona que estaba presta a compartir lo que sabía y lo que tenía. Yo tuve la dicha de compartir muchísimas horas de trabajo en su taller, conversábamos y trabajábamos. Siempre me brindó una cálida amistad; siempre fue una persona muy especial. Era un individuo que no se conformaba con lo que sabía, cada día tenía que saber más; era un investigador, sobre todo en el campo de la fundición”.
Ángel Lara, escultor venezolano: “Recuerdo su actitud de facilitador. Uno no está acostumbrado a que una persona que te está sirviendo en un contrato, de repente termine siendo el mayor interesado en que ese proyecto saliera adelante. Buscando, rindiendo, facilitando materiales, y equipo; esa actitud pues no tiene nombre. No tiene otro nombre que el de él... Inclusive, lo vi terminando o modificando obras que venían deficientes del modelado, funciones del artista. Él metía la mano y resolvía, sin ningún costo y sin ningún interés; más bien, con respeto se adentraba en detalles que prácticamente no le correspondían: era una intervención de un maestro porque conocía el oficio".
Manuel Vargas, escultor costarricense: “Para mí, fue poder encontrar a esa persona que se preocupó por abrir ese nicho de trabajo para los artistas”.
Carlos Capelán, artista uruguayo: “Hicimos muchas obras juntos. Y digo juntos porque la mayoría de las obras aparecieron al examinar las técnicas implícitas en la fundición en bronce que yo desconocía, y que Tony iba explicando con claridad y paciencia. Con minuciosidad y buenas cantidades de humor, salían las piezas en lo que llamaría un 'estado de conversación'. Para decirlo de otro modo: No hay pieza de bronce que yo haya hecho en Costa Rica que no lleve de alguna manera la presencia de Tony”.
Leda Astorga, escultora costarricense, habla de la realización del Monumento al Baile Popular: “Tony era una persona tan amable, tan atenta, tan solidaria; fue una experiencia muy linda trabajar con él. Como yo todo lo pinto, le dije que la quería hacer policromada, y él estaba preocupado por ver cómo lo resolvíamos. Fue una experiencia muy linda, un aprendizaje para los dos... Aquí el especialista y el maestro en esa técnica era Tony”