“Recogido el cadáver del General Tinoco y colocado en capilla ardiente […] cuanto el régimen hizo aquella noche fue celebrar una sesión espiritista para preguntar quien había asesinado a Joaquín. Durante sus 30 meses de duración, el Espiritismo constituiría una de sus prácticas consultivas. La médium “oficial” era Ofelia Corrales […]. La invocación se llevó a cabo a la medianoche […], la médium cayó en trance, el espectro dio, con todas sus letras, el nombre exacto del asesino […]”
La anterior narración, contrario a lo que podría creerse, no fue un relato fantástico o novelesco. Por el contrario, fue emitida por el reconocido escritor costarricense Francisco Marín Cañas en su libro Los asesinatos políticos (1965), obra en la que plasmó uno de sus más nítidos recuerdos sobre la noche en que se perpetró el asesinato del general José Joaquín Tinoco Granados.
Derrotero inicial
Nacido el 27 de agosto de 1880 en San José, el joven Tinoco realizó su educación primaria en Costa Rica y la secundaria en Francia; a su regreso (1899) se incorporó a las actividades comerciales de su familia y contrajo matrimonio (1906). Asimismo, se dedicó a negocios con propiedades inmuebles, el desempeño de cargos militares y el ejercicio de varios deportes como la equitación, el polo y el tiro. En esta última práctica tenía gran pericia y la utilizó en varios duelos de honor que afrontó por diversas causas.
Su primera incursión pública de importancia acaeció cuando su hermano mayor Federico desempeñó el cargo de Secretario de Guerra y Marina del gobierno del presidente Alfredo González F. Desde 1914, Joaquín Tinoco ejerció como comandante del Cuartel de la Artillería.
Para enero de 1917, fueron precisamente ambos hermanos quienes defenestraron al mandatario González. Federico ocupó la Presidencia de la República, mientras Joaquín fue nombrado como nuevo Secretario de Guerra y Marina. Hecho al que siguió su designio como Primer Designado (vicepresidente) en abril de ese mismo año.
Rechazo y salida
El apoyo inicial que la ciudadanía le había dado al nuevo gobierno de los Tinoco se diluyó a los pocos meses como resultado de una draconiana conculcación de libertades y garantías. Coyuntura en la que varios individuos se sublevaron, destacando la figura del intelectual Rogelio Fernández Güell, quien fue ignominiosamente asesinado en marzo de 1918.
Ya desde inicios de 1919, otro considerable grupo se soliviantó al norte de nuestro territorio, lo cual dio origen a la llamada Revolución del Sapoá. Posteriormente, entre junio y julio de ese año, ostensibles grupos de maestros y estudiantes se manifestaron de modo contundente en San José. Fue entonces cuando los Tinoco decidieron dimitir, siendo Joaquín el primero, pues el sábado 9 de agosto renunció a su puesto de Primer Designado; sin embargo, no dejó su cargo de Secretario de Guerra.
El homicidio
El domingo 10 de agosto de 1919, los hermanos Tinoco efectuaron un banquete en la Casa Presidencial para despedirse de sus correligionarios. Más tarde, Joaquín participó en una sesión espiritista en la casa de la médium Ofelia Corrales, tras lo cual regresó a su hogar en compañía de su amigo, edecán y diputado Julio Esquivel S. (Bonilla, Harold, Los Presidentes, 1979).
La casa de Tinoco se ubicaba (tal como hoy) en Barrio Amón (avenida 9 y calle 3). Poco antes de las 7 p. m., dicho militar recibió una llamada telefónica a la que solo respondió: “Sí, sí, voy enseguida”. En ese instante, Esquivel se ofreció a acompañarlo, pero Tinoco declinó pues le dijo que viajaría en su automóvil, por lo que Esquivel se despidió y retiró.
De seguido, Tinoco salió de su casa y notó que su carro y chofer no estaban, por lo cual decidió caminar hacia el sur hasta arribar a la conjunción de la avenida 7 y la calle 3 –al frente de la cafetería-cantina La Marinita–. Una voz fuerte le espetó “Mi General”; Tinoco se volvió y fue impactado por un disparo bajo su ojo derecho, el cual le atravesó el cráneo y lo fulminó.
Una vez caído Tinoco y tras percutir otras detonaciones, su asesino corrió en veloz fuga hacia el este de la avenida 7 y dobló al norte en la calle 9. Decisión que pudo haber sido fatal pues dicha vía no poseía salida alguna, ya que fenecía en el domicilio de un reconocido médico custodiado por varios perros fieros. No obstante, el homicida de Tinoco se brincó la tapia, ingresó a la propiedad y desapareció para siempre.
Poco después del asesinato, el cadáver del general Tinoco fue llevado a su hogar, donde se apersonó el presidente de la República, quien, al contemplar a su hermano fallecido, se compungió de modo desconsolado.
Para el lunes 11 de agosto, el Poder Ejecutivo decretó cinco días de duelo, así como una ceremonia fúnebre oficial en la Catedral de San José, luego el cuerpo fue sepultado en el Cementerio General. El 12 de agosto, el presidente Tinoco se separó de su puesto y se embarcó rumbo a Francia junto con varios familiares y amigos, incluidos la viuda e hijos de su hermano Joaquín. Tinoco no volvería nunca más a Costa Rica, pues murió en París en 1931; su osamenta fue repatriada en 1960 (Oconitrillo, Eduardo, Los Tinoco, 1980).
Hipótesis y misterio
Muchas versiones se han esgrimido para intentar esclarecer el homicidio del general Tinoco, abarcando motivaciones políticas, militares, económicas, vindicativas, revolucionarias e, incluso, sentimentales.
Poco días después del asesinato, se abrió una investigación oficial que concluyó en que el autor del crimen había sido un joven ebanista que poseía gran encono contra los Tinoco. Muchacho que tres meses después apareció muerto en Puntarenas. No obstante, al analizar desde el presente los bemoles por los que se llegó a dicha conclusión, lo cierto es que carecieron de toda lógica y verosimilitud.
Más adelante, se afirmó que el homicida había sido un sicario extranjero que había logrado marcharse del país. Por otra parte, también se dijo que la muerte ocurrió por conflictos relacionados a temas pecuniarios. Mientras que otra versión sostuvo que había sido la acción de una viuda que vengó a su marido, pues Tinoco lo había matado en un duelo de honor en 1914. (Fernández, Jesús, Las Presidencias del Castillo Azul, 2010).
Debe de agregarse la tesitura que planteó un lío pasional como motivo único del deceso: el asesino de Tinoco lo habría ejecutado por la supuesta relación extramatrimonial que mantenía con la esposa del homicida. Una semana más tarde del crimen, este presunto ejecutor asesinó también a su propia cónyugue, acabando así con los dos eventuales amantes.
En ese sentido, cabe señalar que solo alguien que hubiese conocido el itinerario previo que el general Tinoco improvisó la noche de su muerte, pudo tener la oportunidad para asesinarlo; a lo cual se unió el hecho de escapar por donde lo hizo sin ser detenido o descubierto. Curiosamente, esto se concatenó a lo develado en la sesión espiritista a la medianoche de ese 10 de agosto de 1919.
Un siglo más tarde, este asesinato sigue erigiéndose en uno de los crímenes sin resolver (o puede que sí) más enigmáticos de nuestra maravillosa historia patria.
*El autor es director de la Cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica e integrante de la Comisión Nacional de Conmemoraciones Históricas.