La cerámica es un arte presente en Costa Rica desde épocas previas a la conquista. En la actualidad distintos pueblos continúan su práctica, siendo incluso una especialidad artística en diversas universidades públicas del país. Para Guaitil y San Vicente, dos comunidades de artistas populares guanacastecos, se conocen documentos que evidencian su importancia desde inicios del siglo pasado.
En sus orígenes, la alfarería fue una práctica doméstica heredada por las mujeres de la comunidad, quienes la ejercían para asegurar el sustento de sus familias. Dominaban el arte de transformar el barro en utensilios necesarios para sustentar la vida cotidiana. Hacían ollas para cocinar frijoles, comales para las tortillas y tinajas para acarrear y conservar agua. Ellas también vendían estos objetos a mercados locales y nacionales en Nicoya, Puntarenas y San José.
Estas piezas eran decoradas con pigmentos naturales, arcillas coloridas extraídas de la propia tierra llamadas curioles. Estos curioles generan tonalidades cremas, anaranjadas, rojizas y negras. Su ubicación y formas de extraerse son parte de la herencia alfarera que aún sigue presente y constituye un elemento fundamental de su identidad.
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A lo largo del tiempo, la práctica cerámica experimentó transformaciones impulsadas por situaciones sociales y económicas. El crecimiento del mercado turístico, incentivó una progresiva integración de los hombres en la producción, las piezas comenzaron a adaptarse a nuevas demandas. Surgió así un estilo inspirado en el pasado precolombino, con formas de piezas, decoraciones pictóricas geométricas y representaciones de seres míticos como jaguares, serpientes emplumadas (características de tradiciones indígenas provenientes del Sur de México y Norte de Centroamérica) y cocodrilos.
En este proceso se comenzaron a hacer objetos con nuevas formas, emparentadas con piezas precolombinas guanacastecas. Dado que su función fue poco relevante para estos artistas, se priorizó la apariencia estética, por lo que buscaron hacer obras mas finas y de alta calidad visual.
No obstante, con estos cambios en el estilo también se modificó el conocimiento en la manufactura y la cocción de la arcilla. En la década de 1970 se introdujo el rol, una plataforma giratoria que facilitaba el modelado de las piezas y se modificó la técnica de cocción en los característicos hornos de leña, de tradición colonial para economizar recursos y tiempo.
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Con la promoción de Costa Rica como destino ecoturístico, a inicios de la década de 1990 los motivos cerámicos también cambiaron. Mediante el uso de trazos orgánicos se incorporaron diseños inspirados en la fauna local como mariposas, monos, iguanas y colibríes, además de paisajes de playa y elementos de flora.
A inicios del siglo XXI la competencia con cerámicas extranjeras, que utilizaban esmaltes industriales y colores saturados, impulsó a las personas de Guaitil a adoptar los mismos pigmentos con tonalidades turquesa, verdes, azules y sus combinaciones.
En la actualidad la cerámica de estas dos comunidades sigue en práctica por mujeres y hombres que impregnan el barro con su identidad, tradición, herencia y experiencias de vida.
Este arte cerámico permite comprender el dinamismo de la vida social y la identidad guanacasteca, a través de sus contenidos simbólicos y conceptuales. Sin embargo, es común escuchar que estos objetos son catalogados como artesanías, una distinción con el arte que no es neutral y responde a una construcción ideológica que las diferencia desde una perspectiva de poder.
Esta distinción ignora que toda creación artística, incluyendo la cerámica de Guaitil y San Vicente, posee una profunda carga simbólica y social. La insistencia en diferenciar ambas categorías no solo obvia la riqueza estética y conceptual de la cerámica guanacasteca, también responde a una estructura de poder que ha desvalorizado las expresiones culturales de los grupos subalternos.
En discusiones recientes se ha sugerido que eso que se llama artesanía debe entenderse no solo en términos de su técnica o funcionalidad, sino también desde su papel en el tejido social de cada comunidad.
En este sentido, la cerámica de Guaitil y San Vicente es una manifestación de resistencia cultural que dialoga con los cambios históricos y con las imposiciones del mercado. Es un arte popular que construye su propia narrativa visual a la vez que, como fenómeno social, se enfrenta a la mercantilización y la estandarización.
Mediante ese proceso, las personas ceramistas han sabido adaptarse, modifican su arte conforme ven el mundo. Así, mantienen viva una práctica ancestral que sigue siendo un símbolo de Guanacaste y de Costa Rica.
Para comprender el arte en su diversidad, es fundamental cuestionar las categorías que han delimitado su significado y valor de manera histórica. La cerámica de Guaitil y San Vicente nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre cómo las comunidades crean, transforman y resignifican sus expresiones artísticas en diálogo con su entorno y con las fuerzas que buscan encasillarlas.
Tal vez sea momento de mirar más allá de las distinciones impuestas entre arte y artesanía y preguntarnos si estos límites pueden aplicarse a otras manifestaciones culturales. La invitación es a observar con nuevos ojos, a reconocer en cada obra el entramado de historias, conocimientos y significados que la sostienen y a repensar la manera en que concebimos el arte en nuestra sociedad.